Los años vividos en Bolivia fueron definitivos en mi vida. Se realizó un cambio profundo. Fueron años de conversión. Los pobres me evangelizaron y provocaron una situación de elección: ser fiel a la institución o ser fiel al pueblo marginado y explotado como era la mayoría indígena de la población. Elegimos la segunda opción. Nuestro ministerio se orientó hacia el pueblo, viviendo de la misma manera que nuestros vecinos. Nos fuimos a vivir a un barrio de la ciudad. Intentamos que la formación de los futuros presbíteros se realizase cercana al pueblo, saliendo a vivir a un barrio, fuera del edificio del seminario, construido al estilo europeo, y orientando la educación en torno al servicio, para mejorar su situación. Esta orientación no gustó a la Conferencia Episcopal, ya que se apartaba del modo tradicional de concebir la formación de los seminaristas, y por eso nos echaron del seminario. En adelante mi concepción del ministerio se iba a orientar hacia el servicio al pueblo marginado de la sociedad.
En 1971 estaba de nuevo en España. Esperando volver a Bolivia (nos habían prometido que podríamos volver a trabajar en una diócesis minera). Permanecí un año en Madrid. Hice la convalidación de la licenciatura en Filosofía en la Complutense y el curso de doctorado en el Instituto Superior de Pastoral. Terminado el curso nos preparamos para regresar a Bolivia. Pocas horas antes de embarcarme en Barajas me prohíben terminantemente que salga de España con dirección a Bolivia. Era una orden de la Secretaría de Estado del Vaticano. Ante esta negativa nos interrogamos el grupo (éramos cuatro curas los implicados en este segundo viaje) sobre nuestro futuro. Los tres compañeros deciden quedarse en Madrid. Yo elijo volver a Zaragoza y presentarme al obispo
Mons. Cantero Cuadrado, entonces encargado de la diócesis de Zaragoza. Consigo que me envíe a una parroquia de reciente creación en un barrio obrero de la ciudad. Mi planteamiento es el siguiente: debo vivir como un vecino más del barrio, atento a las necesidades de la gente y colaborando en la solución de sus problemas (es una urbanización nueva en la periferia de la ciudad y, por ello, con problemas de urbanización, sanidad, educación e infraestructuras en general). Me meto a trabajar en la Asociación de Cabezas de Familia (así se llamaban las asociaciones de vecinos en un principio), recientemente creada, y comienzo a militar en la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores)3. Renuncio a la paga del Estado y me dedico a buscar trabajo, operación nada fácil, ya que en cuanto se enteran de que soy cura me niegan la incorporación. Doy clases en un colegio privado del barrio y con lo que gano voy tirando económicamente.
A la hora de organizar mi vida y mi trabajo pastoral, hay un descubrimiento reciente que orienta la búsqueda: la idea de la comunidad. Por ello decido vivir en comunidad con otros curas, encargados de dos parroquias de la misma zona, y comienzo a dar los primeros pasos hacia la creación de pequeños grupos de reflexión que desemboquen en un futuro próximo en una comunidad cristiana.
En 1974 ocurre un acontecimiento importante en la diócesis de Zaragoza. Mons. Cantero decide destituir de su cargo de ecónomo de la parroquia de Fabara (Zaragoza) a Wirberto Delso, debido a la preocupante situación religiosa y moral de la feligresía de la parroquia de Fabara. Dice el arzobispo en su carta que la mencionada situación obedece en gran medida «a las ideas, actitudes y hasta al léxico» del mencionado cura en el desempeño de de su cargo pastoral en la citada parroquia. La carta enviada a Wirberto Delso la firma el arzobispo el 14 de Junio de 1974. Ante esta situación un grupo de veinticinco presbíteros se solidarizan con el compañero destituido y se consideran cesados de sus cargos pastorales en la diócesis. Entre ellos me encuentro yo. Dejo el cargo en la parroquia de Santa Ana, de acuerdo con la asamblea parroquial convocada al efecto, y dedico mis esfuerzos a la formación de una comunidad cristiana al margen de la parroquia de la que me consideraba cesado en solidaridad con el compañero de Fabara.
Fuera ya de la parroquia, sigo buscando trabajo para vivir como cura obrero, al igual que la mayoría de la gente que vive en el barrio, y comienzo mi vida laboral como mozo de almacén en unos almacenes de electrodomésticos, cargando y descargando a mano lavadoras, lavavajillas, frigoríficos, televisores, etc... Los primeros meses fueron duros, pues no estaba acostumbrado a trabajar manualmente, pero poco a poco me fui acostumbrando. Me afilié a Comisiones Obreras (CCOO) para defender mejor los derechos de los trabajadores y organizar mi compromiso en el mundo laboral.
Hacía poco tiempo que se había constituido en el barrio la asociación de vecinos. Comencé a trabajar en la comisión de cultura de la zona y participé activamente en una serie de movidas que se organizaron en la zona pidiendo equipamientos urbanísticos, sanitarios y educativos. Era un barrio nuevo y carecía de los medios básicos de habitabilidad. Fui uno de los primeros presidentes de la Federación de Barrios de Zaragoza. Al mismo tiempo crecía la conciencia en contra de la dictadura y a favor de la consecución de los derechos fundamentales de la persona, conculcados y perseguidos por el régimen franquista. A través de los comités de barrio, en los que participé al lado de vecinos de la zona, luchamos por las libertades. Habiendo desaparecido la ORT, me afilié al Partido Comunista y fui candidato al Ayuntamiento de Zaragoza en las listas del citado partido político. No salí elegido, pues estaba en tercer lugar y solamente el primero obtuvo la concejalía.
A nivel pastoral, me dediqué a la formación de la comunidad cristiana. Organizamos en la ciudad el movimiento de Comunidades Cristianas Populares, coordinando las diversas comunidades que iban surgiendo en los distintos barrios y sectores cristianos. Y nos coordinamos a nivel estatal con las comunidades de las distintas regiones. Participamos en los encuentros estatales y regionales que se fueron convocando en estos años. Fui descubriendo el papel del presbítero como animador de la fe en la comunidad, y a esta tarea me dediqué con todas mis fuerzas en estos años. En mi comunidad nos reuníamos por grupos de formación durante la semana en las casas y el domingo nos juntábamos todos y todas a celebrar la Eucaristía, al principio en la calle (llegamos a ser
doscientas personas), luego en los locales de la asociación de vecinos, y posteriormente en un local que compramos entre todos los miembros de la comunidad, constituyéndonos en asociación cultural, a fin de no tener problemas a nivel político y eclesial.
En esta segunda etapa de mi vida, quiero resaltar tres aspectos que fueron esenciales en mi trayectoria. Primeramente, la convicción de que tenía que vivir como la mayoría de mis vecinos, por ello no dudé en ser cura obrero, ganándome la vida con mi trabajo, y a ser posible manualmente. En segundo lugar descubrí que la fe lleva consigo el compromiso, y especialmente a favor de los pobres y marginados de la sociedad y, por lo tanto, que tenía que luchar codo a codo con mis compañeros de trabajo y mis vecinos por unas mejores condiciones de vida, tanto laboral como ciudadana. Y en esto consistía anunciar e implantar el Reino de Dios, bajo la guía de las bienaventuranzas como suprema regla de conducta. Y en tercer lugar, que la fe se vive en comunidad y, por ello, mi ministerio como presbítero sólo tenía sentido como servicio a la comunidad cristiana. Por ello desde mi aterrizaje en Zaragoza he vivido mi fe y mi servicio ministerial en una comunidad, la comunidad de Balsas de Ebro Viejo de Zaragoza, en la margen izquierda del Ebro.
Desde que fui ordenado presbítero4, fue una idea central romper la separación y lejanía entre mi vida y la de la gente de mi alrededor. Quería ser uno más entre mis vecinos y compañeros de trabajo, participando de sus inquietudes, necesidades y problemas para afrontarlos y buscar soluciones. Intenté que mi trato con las personas fuera cercano y afable, incluidas las mujeres, de las que había estado especialmente alejado, dada la educación negativa que había recibido respecto al sexo femenino (era un tema tabú). Esto me llevó a entablar amistad con muchas personas, casadas y solteras. En las pequeñas comunidades que iban surgiendo se intentaba establecer relaciones humanas profundas. Con este fin se formaron en el barrio varios grupos de personas adultas y de jóvenes. En estos grupos fui aprendiendo a querer y amar a los demás. De este modo nació una relación especial con la mujer que hoy es mi compañera de vida, Elena. Nuestra relación fue conocida y aceptada en la comunidad, y en ella fue madurando nuestra relación. En ningún
momento fue un impedimento en mi tarea como animador en la fe y presidente de la comunidad.
Transcurridos varios años y después de haberlo reflexionado en la comunidad, decidimos formalizar nuestra situación mediante el matrimonio, sin dejar el ministerio presbiteral ni solicitar la reducción al estado laical. La comunidad quería que siguiera cumpliendo mi ministerio, aceptaba como positiva la decisión del matrimonio, mi compañera lo asumía plenamente y yo no quería renunciar a mi tarea como presbítero. En el año 1982 nos casamos en el juzgado y luego celebramos nuestra unión en la comunidad. En ambos actos nos vimos acompañados por nuestras familias, por miembros de las comunidades cristianas existentes en Zaragoza, con las que nuestra comunidad estaba coordinada desde hacía años dentro del movimiento de CCP (Comunidades Cristianas Populares), por nuestra comunidad de Balsas y por amigos y amigas de ambos.
El matrimonio no sólo no era impedimento alguno para el ministerio, a excepción de la prohibición en la Iglesia Católica de Roma para los presbíteros, sino un enriquecimiento personal y para la comunidad. Nuestro amor se realizaba y maduraba en la vida de pareja, nos hacía tomar conciencia concreta de los inconvenientes y de las ventajas de la vida en común y ayudaba a madurar a la comunidad en el aspecto humano y creyente.
Para la gente que me conocía en el barrio, mi nueva situación se aceptó plenamente y en ningún momento fue motivo de distanciamiento, sino todo lo contrario. Continué viviendo en el barrio y dentro de la parroquia en la que había ejercido como párroco.
La decisión de casarnos había sido fruto de una reflexión personal y comunitaria. Lo habíamos hablado entre nosotros dos y lo habíamos comentado en múltiples ocasiones en la comunidad a la que pertenecíamos ambos desde su nacimiento. Habíamos reflexionado sobre el ministerio presbiteral: su papel principal en la comunidad era la de animador en la fe y no la de funcionario del culto. La fe era vida y compromiso en la sociedad, si bien era necesario también celebrarla en comunidad. No veíamos ninguna conexión necesaria entre ministerio
presbiteral y celibato, al carecer de respaldo bíblico. Era una exigencia puramente disciplinaria y, así como nació en un momento determinado de la historia de la Iglesia de Roma, podía desaparecer en cualquier momento sin menoscabo del ministerio presbiteral. Respetando profundamente el celibato voluntario, apreciábamos grandes ventajas en la elección matrimonial del presbítero.
En el año 1985 cambié de trabajo. Me presenté a unas oposiciones en el Gobierno de Aragón en el Departamento de Bienestar Social, en tareas administrativas. Las aprobé y comencé a trabajar en el Centro de Reforma de Menores. Afiliado como estaba al sindicato de CCOO, formé parte del comité de empresa en el mencionado departamento. Al mismo tiempo fui militante de Izquierda Unida, primero, y posteriormente de Nueva Izquierda5 hasta su desaparición al integrarse una buena parte de los militantes al PSOE. Continué trabajando en el barrio dentro de la asociación de vecinos.
Fruto del matrimonio fue el nacimiento de Pablo, primero, y después de Teresa, en los años 1985 y 1988 respectivamente. La vivencia de la paternidad y maternidad ha enriquecido nuestras vidas con nuevas experiencias tanto humanas como creyentes. En el seno de la comunidad celebramos sendos bautizos. En la adolescencia nuestros hijos fueron madurando en el interior de un grupo de la comunidad junto con otros chicos y chicas hasta participar por primera vez en la Eucaristía de la comunidad. Al tener ambos hijos y plantearnos su educación decidimos trabajar en la AMPAT de uno de los colegios públicos del barrio donde comenzaron su formación y posteriormente en la del instituto de Educación Secundaria donde asistieron hasta terminar la enseñanza obligatoria. Mi trabajo en el barrio ha sido principalmente a través de la comisión de cultura; fruto de esta tarea fue la formación de un coro polifónico con gente del barrio con el objetivo de promocionar entre las capas populares el gusto e interés por la música polifónica, secuestrada durante muchos años por la clase burguesa de la sociedad. Coral que he dirigido durante cerca de veinte años. Hoy de nuevo he vuelto a integrarme en la asociación de vecinos trabajando en la comisión de medio ambiente.
De este modo he ido desarrollando mi ministerio, en el interior del movimiento de CCP7 del Estado y, más concretamente, dentro de mi
comunidad y en el barrio en el que vivo desde mi aterrizaje en Zaragoza después de mi estancia en Bolivia. En la comunidad cristiana, siendo impulsor y animador en la fe (principal tarea del presbítero) y en el barrio al lado de las clases populares, luchando junto con el resto de los vecinos y vecinas por unas condiciones de vida más humanas y más justas (como forma de ir realizando el Reino en nuestra sociedad e historia concretas).
En el 2003 llega el momento de cumplir los 65 años y, como consecuencia inevitable, de jubilarme de mi trabajo. No estando sometido a un horario concreto y teniendo un mayor tiempo libre, decido dedicarlo a recopilar la historia del movimiento de CCP en España y más concretamente en Aragón. Pienso que la mejor manera de realizar el trabajo es presentarlo como tesis doctoral en Teología. De esa manera me comprometo a hacerlo con mayor rigor y en un tiempo concreto. Julio Lois, compañero y amigo, teólogo y profesor en el Instituto Superior de Pastoral en Madrid, está de acuerdo en el proyecto y decide dirigirme la tesis sobre la «Teología de las Comunidades Cristianas Populares». Presento el proyecto en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, de quien depende el Instituto de Pastoral. Se aprueba con ciertas reticencias. En 2006 presento el trabajo con el beneplácito del director de la tesis, Julio Lois. La tesis es rechazada por dos censores nombrados al respecto por la Facultad de Teología de Salamanca. Nunca supe las razones exactas de los censores, cuyos nombres nunca me comunicaron, para rechazar la tesis. Me supongo que fueron razones ideológicas y no simplemente metodológicas. Como mi objetivo no era conseguir el doctorado en Teología, sino recopilar la reflexión realizada por las CCP durante sus más de treinta años de existencia, decidimos las CCP de Zaragoza editar en un libro un compendio de la tesis. El libro La Teología de las Comunidades Cristianas Populares se presentó en Zaragoza, en la Biblioteca de Aragón, en Diciembre de 2007, bajo la presidencia de Julio Lois, las CCP de Zaragoza y el autor del mencionado trabajo.
Al terminar el relato de lo que ha sido mi vida como presbítero y cura casado, quiero resaltar algunos aspectos que me parecen interesantes.
IMis años de formación están presididos por una decisión libre y seria de ser cura como servicio a las personas. Durante los primeros años tanto en el seno de mi familia como en el seminario dentro de un ambiente muy conservador y tradicional, obedeciendo a todo aquello que mis padres y formadores me indicaban. En los años transcurridos en Salamanca, especialmente durante la celebración del Concilio Vaticano II, la orientación de mi vida se abre a nuevos horizontes, los que presentaban las nuevas perspectivas conciliares, tanto respecto a la iglesia como en relación al mundo. Con la idea de llevar a cabo las nuevas intuiciones del concilio, decido solicitar la recepción del sacramento del orden. Todo ello dentro de una gran fidelidad a la iglesia.
2. - Los años transcurridos en Bolivia y las experiencias allí vividas en los cinco años de estancia en Cochabamba, aportan horizontes nuevos en mi vida. La trayectoria de mi fidelidad cambia de rumbo: de intentar ser fiel a la iglesia a ser fiel a Jesús de Nazaret en el servicio a los pobres y marginados de la sociedad. Es lo que me enseñan los indígenas y las gentes populares de Bolivia. Mi preocupación en adelante no va a ser la iglesia, sino las clases marginadas y explotadas, a cuyo servicio debo estar como cura. Éste el sentido que tiene para mí el ministerio presbiteral: optar y estar al servicio de los pobres y del pueblo sencillo. Por esta razón nos expulsan de Bolivia los obispos, por no estar al servicio de la iglesia. Y en esto no se equivocaban. Habíamos descubierto una nueva orientación a nuestro ministerio: estar al servicio del pueblo.
3. - Al no poder realizar el ministerio presbiteral en Bolivia, comienzo a intentarlo en el barrio del Picarral, una zona marginada de Zaragoza, en la margen izquierda del Ebro. Y esto en dos direcciones. En una primera dirección, la explícitamente creyente, impulsando una pequeña comunidad cristiana, dentro del movimiento de las CCP surgidas en el Estado Español, en la que hoy me encuentro desde sus inicios y en la que vivo mi fe cristiana y realizo mi servicio presbiteral. Y en una segunda dirección, comprometiéndome como ciudadano e impulsado por la fe en Jesús de Nazaret y su mensaje, en la construcción de una sociedad humana, justa, pacífica y fraterna, que es en definitiva la construcción del Reino de Dios en nuestra historia, principal objetivo del mensaje de Jesús de Nazaret. Con esta finalidad adquiero mis compromisos militantes, tanto
sindicales (en CCOO) como políticos (en partidos políticos de izquierda y en el movimiento ciudadano), codo con codo con personas del pueblo, creyentes y no creyentes, que buscan crear una sociedad más humanitaria y justa.
4.- Quiero resaltar dos aspectos importantes en el ministerio presbiteral que considero importantes, desde mi experiencia concreta. Me parece imprescindible que el cura trabaje como todo ciudadano, que viva de su trabajo y no del ministerio, que es un servicio. Es la manera de estar al lado del pueblo y comprender sus principales preocupaciones e intereses. Desde esta perspectiva se comienza a ver el ministerio presbiteral de una manera diferente. El pueblo no vive por ser fulano o mengano, sino por trabajar en tal o cual oficio. El cura no debe vivir por ser cura, sino porque trabaja en tal o cual empleo.
En segundo lugar, en mi caso particular, el ser cura casado ha significado una característica importante en mi servicio ministerial. Me ha unido íntimamente a las familias de mi comunidad y de mi entorno. Ha enriquecido mi persona desde la experiencia del matrimonio y de la paternidad. He conocido de cerca la feminidad de la mujer con la que convivo, y mi persona ha madurado con el complemento del otro sexo, el femenino. Lejos de ser un impedimento y estorbo para el ministerio, ha sido y es un complemento y ayuda en la realización del servicio presbiteral en la comunidad y en el movimiento de CCP.
5.- La decisión de casarnos y continuar siendo cura, sin solicitar la reducción al estado laical, ha supuesto situarme en una posición fronteriza en la iglesia. Por respeto a la jurisprudencia vigente en la iglesia, en la que no se acepta el matrimonio entre los presbíteros, he intentado no participar públicamente como cura en ninguna celebración eclesiástica, para no provocar problemas inútiles dentro de la estructura. La j erarquía de la iglesia me ha sugerido que debía regularizar mi situación (solicitar la reducción al estado laical). No siento necesidad alguna de la mencionada regularización. Estoy plenamente satisfecho con el ministerio presbiteral dentro de mi comunidad y del movimiento de Comunidades Cristianas Populares, a lo que no veo que deba renunciar, y al mismo tiempo vivo con alegría e ilusión mi matrimonio y mi relación con Elena y mis hijos, Pablo y Teresa, como un enriquecimiento personal y comunitario. Con mi decisión quiero dar testimonio de la posibilidad
concreta del presbítero casado y de su aportación positiva dentro de la comunidad eclesial.
(Notas)
1 Amistades ambiguas. En los seminarios los formadores tenían especial obsesión con las amistades de los adolescentes para que no degenerasen en una relación afectivo-sexual, aunque sin decirlo abiertamente. A falta de una formación sexual, eran insistentes las advertencias del peligro de las amistades «particulares» sin dar más explicaciones, lo que muchos entendían como la no conveniencia de tener amigos.
2 Preparaban a seminaristas para ir a América Latina.
3 Partido político clandestino maoísta, fundado en 1969 por católicos procedentes de Vanguardias Obreras y otros movimientos apostólicos. Pormaron parte de Comisiones Obreras. En la transición crearon el Sindicato Unitario (SU). Se unieron al Partido del Trabajo de España (PTE), también maoísta, para crear el Partido del Trabajo (PT), que tuvo un año de duración.
4 El que está al frente de la comunidad. Habla expresamente de presbítero y no de sacerdote porque la misión del cura no es principalmente la administración de lo sagrado, a lo que alude el nombre de sacerdote, sino la de animador de la fe en la comunidad.
5 Corriente interna dentro de Izquierda Unida
6 Asociación de Madres y Padres de Alumnos de los colegios.
7 Comunidades Cristianas Populares.