Tacoronte, 8 de septiembre de 2005

«Antes de que te vayas y dejes la diócesis quería manifestarte mi reconocimiento y mi agradecimiento personal por tu labor y, en particular, por lo que yo personalmente te debo. Siempre encontré en ti apoyo en el tiempo de mi ministerio y respeto cuando tomé las decisiones que creía que debía tomar y que tú, obviamente, no compartías. Fuiste franco conmigo y yo lo fui contigo.

Quiero que sepas que sigo amando a la Iglesia. Que trato de servirla a mi modo y donde puedo. Que sigo estando disponible para el ministerio. Que, no obstante, soy feliz con mi matrimonio. Que mi experiencia me confirma que la experiencia matrimonial sería en muchos casos muy útil para el ministerio llamado sacerdotal.

Sigo pensando que el celibato tiene múltiples formas y es un don (no mayor ni menor que otros) del Espíritu y que debiera, ¡por fidelidad a la tradición primigenia!, desligarse del ministerio de los presbíteros.

No quiero ser profeta, pero sé que eso llegará, y que ya ha llegado en la práctica (aunque vergonzante en muchos casos) de muchas comunidades. Nos reconciliaremos con los orígenes y, por consiguiente, con las experiencias fundacionales del cristianismo. La historia sigue y los años se convierten en horas o segundos. Quedará, sin embargo el sufrimiento de tantos, decenas, cientos de miles (si alargamos la mirada al resto de la iglesia), que han sido despojados de su ministerio y se han quedado incluso sin rostro en ella ¿Dónde están? No existen.

«¿Dónde está tu hermano?» Algún día, los obispos, los demás presbíteros, tendrán que responder a esta pregunta...»

Quisiera añadir una última observación. La reivindicación del ejercicio del ministerio desligado del celibato obligatorio no significa, en mi caso, que añore la vuelta al ministerio clericalizado que, de hecho, fagocita todos los carismas y ministerios de la comunidad e impide, no sólo su desarrollo, sino la aparición de los mismos. Añoro una iglesia de adultos, donde la complementariedad de los servicios haga clara su estructura de comunión fraterna. Donde el que quiera ser el primero, lo sea en el servicio. Sin eufemismos ni ambigüedades.