GUILLERMO LANSEROS Valladolid. Santander

LARGO Y COMPLEJO PROCESO

DE SECULARIZACIÓN

QUE, LÓGICAMENTE, CONTINÚA

Castellano viejo perfectamente integrado en la comunidad cántabra. Ejercicio ministerial por tierras vallisoletanas.

Se ve como uno de aquellos «curas majos» que se creyeron las directrices del Vaticano II. Tras doce años en ese trabajo gratificante, se nota el cansancio y ausencias vitales decisivas...

Un año de formación en Lyon y la estancia en una parroquia de barrio, de Manresa, facilitan la depuración y la clarificación: trabajo manual, reflexión, boda.

Proceso de eliminar la culpabilidad y buscar una clarificación interior. Y siente que ha descubierto otra manera de ser, vivir, servir y disfrutar, en la que desea seguir avanzando.

Breve historia familiar

Nacido en familia rural, con economía agraria y pequeño comercio. Somos cuatro hermanos. A los diez años voy a un pequeño seminario del obispado de León en Valderas. Tras la reordenación de las diócesis, paso a estudiar Filosofía al seminario de Valladolid. Y la Teología la estudio en Comillas. Mi ordenación fue el año 1963.

Cura célibe

Comienzo la tarea parroquial allá por el año 1963, en una parroquia, Villalón de Campos (Valladolid). ¿Para qué hablar del entusiasmo y determinación con que empecé el ministerio? Me resultaba muy fácil el contacto con la gente, siempre, claro, desde una visión clerical, pero simpática, menos vertical. Ya en Comillas, cuando otros se asociaban a grupos -llamémoslos- de espiritualidad, como por ejemplo, de devoción al Corazón de Jesús (sic) o a la Virgen, yo prefería asociarme a un grupo más interesado en el Apostolado Rural1. De modo que, cuando llegué a la parroquia no me resultó difícil aprender a animar encuentros de jóvenes a nivel parroquial y diocesano. Todo un aprendizaje del Método-Encuesta y Revisión de Vida.

Al ser nombrado profesor de religión del Instituto «Jorge Guillén» de Villalón, aparece una oportunidad estupenda, muy rica, de presentar una síntesis religiosa muy en sintonía con el Concilio Vaticano II. Y vivimos con entusiasmo la sensación de que la religión resulta bastante apasionante y -para los adolescentes y jóvenes- con fuerza de revisión y de cambio.

Vivimos los años del tardofTanquismo. Empiezan a aparecer fuerzas que «revuelven el cotarro», y nuestra parroquia resulta atractiva para esas personas que «se mueven». En mi misma casa se desarrolla algún encuentro de campesinos de la comarca, naturalmente de signo antifranquista. Y también desfiló algún abogado (más tarde político muy destacado a nivel nacional), que empezaba a alentar la llamada Plata-junta2, invitándonos a estar más cerca de este intento.

Cuando un grupo de trabajadoras intentó organizar un plante en su empresa, entendieron que la parroquia podía ser un buen lugar de organización. Yo -desde la concepción tradicional en que había sido

educado- era más bien conducido por los acontecimientos. Es verdad que, paralelamente, manteníamos encuentros a nivel diocesano y nacional, que nos convencían de que ése era el camino para responder como una iglesia del Vaticano H. Y en este intento servíamos, sin duda, de referencia para otros: éramos unos curas «muy majos». Incluso nuestro obispo nos «apreciaba»... Al fin, pertenecíamos al grupo que hacía esfuerzos sinceros por el aggiornamento3 de la iglesia en toda una comarca, Tierra de Campos, de Valladolid.

Programa de nuestra actuación:

Io.- Calidad de las celebraciones.

a. - Cuidado de la predicación.

b. - Introducción de buena música.

c. - Belleza del entorno de la celebración.

2o.- Cuidado de la igualdad. Entrábamos en unas parroquias «ocupadas» por un status social «alto».

30.- Insistencia en la vertiente de exigencias morales, derivadas de la condición pública de cristianos.

40.- Programa global de catequesis sacramental; intentamos la superación de lo mágico de algunas costumbres y celebraciones.

50.- Trabajo de los curas en equipo con un programa exigente de comunión de vida, bienes y acción.

Después de doce años de trabajo parroquial en la línea arriba indicada, se me facilita una parada, a partir de notar que asoma algún síntoma de cansancio, que constato en una pérdida de entusiasmo, en la acentuación de cierto nerviosismo que llega a reflejarse en un deterioro de la salud, y del reclamo de la presencia necesaria de la mujer, que no es posible «verificar» con la calma posible para cualquier ciudadano libre.

Mi arzobispo lo entiende, y, manteniendo el nombramiento de párroco, me facilita la partida a Lyon (Francia) para una estancia de un año de formación con los sacerdotes del PRADO, que abarca reflexión, encuentros semanales y trabajo secular, civil, sin la presión eclesiástica que supone la parroquia.

El esquema de este curso es el siguiente:

a.- Recuperación de la vida normal de ciudadano, que significa el intento de ganarse la vida como cada trabajador.

b. - Valoración detallada de la vida de la gente: sus gestos, sus palabras, sus circunstancias... Para entrar en una dinámica que llevara a descubrir la Encarnación de Jesús de Nazaret en todo. De modo que en todo se realice el Reino de Dios.

c. - Cada lunes, jornada de revisión de vida de todo el equipo en formación.

Desde esta experiencia descubro, con dolor, que mi entusiasmado trabajo pastoral resultó, de hecho, una magnífica plataforma de lanzamiento personal...Y que la vuelta a la parroquia, con las consiguientes presiones de la gente, dejaría sin resolver estas cuestiones de calado: también la opción celibato ¿sí o no? Las condiciones de libertad para decidir de forma más serena sobre estas cuestiones, lo hacían más posible.

Hube de continuar aquel proceso. Tuve la fortuna de poder continuar en Manresa en una parroquia de barrio: media semana de trabajo para asegurar la subsistencia; otra media semana para lo reflexivo: reuniones, pastoral, compañeros.

Cura casado

Y decido la salida, primero plegándome a la exigencia de solicitar los papeles de secularizado, que luego decido retirar. Vivo los primeros momentos en que debo vigilar el sentido de culpabilidad: aparece la presión social, la conciencia. La pertenencia y encuentros de MOCEOP fueron decisivos en esta tarea de liberación y reconocimiento de un nuevo status: ¡¡Cura casado!! Los encuentros de curas casados en Roma, Holanda y Madrid fueron para mí decisivos.

Había que intentar superar aquella resistencia, una cierta sensación de vértigo producida al pasar de una situación confortable, regalada, automática. a otra en que sintiera una compensación suficiente a base de esfuerzos personales (estudio, oposiciones, soporte de la pobreza lógica. ) intentando construir «otra manera de ser, vivir, servir y disfrutar» más desde unas coordenadas materiales comunes que desde las coordenadas de escogidos, de los sacerdotes -«metafísicas»-, que curiosamente parecen un regalo y pasan la factura de una buena dosis de merma de humanidad y alejamiento de la vida común de la gente.

(nuestro cordón umbilical). En este sentido mi esposa Carmen y mi hija Ester me facilitaban ya un terreno nuevo y sólido para pisar.

Y, aunque una buena parte de la vida de pareja la vivíamos luchando a brazo partido contra un tumor fatal..incluso en esa situación, la vida tenía armonía y era sana sicológicamente.

El trabajo en la escuela va afianzando más cada día una vocación muy clara: la enseñanza, la comunicación.

También disfruto de una nueva manera de hacer pastoral: en un barrio de Santander, embarcado en una antigua lucha ciudadana, paso a celebrar incluso la Eucaristía. Animo a un grupo de catequesis durante unos veinte años en una línea -por supuesto- renovadora, conciliar, evangélica. Todo esto, en un momento en que una buena parte de la iglesia acusa gran aturdimiento y zozobra. De modo que nuestro esfuerzo en el barrio resulta atractivo para cierta gente: ven aquí una iglesia más próxima, más evangélica.. .Yo ya no necesito el aparato eclesiástico, ni me asustan las voces de que estamos en un proceso devastador. Los encuentros en MOCEOP maduran una alternativa: otros ministerios, otras personas, las mujeres, el celibato opcional. que a su vez sintonizan con movimientos ciudadanos en esa línea.

Pero. crecen en las estructuras de la iglesia, se afianzan y empiezan a proyectarse dos actitudes:

a. - la superación del susto postconciliar;

b. - el fortalecimiento de la estructura eclesiástica más fiel al pasado contrarreformista. Y sin miramientos se presentan «en sociedad» -nunca mejor dicho- el Opus Dei, el Neocatecumenado de los Kikos, Comunión y Liberación4. Digo «en sociedad», porque salen a la calle, convocan a muchos ciudadanos para torpedear incluso directrices que nuestra democracia consigue para organizar la vida ciudadana. Hasta el punto de que ciertas fuerzas políticas se apoyan en esta aparición de los Neocons5.

Esto significa que la segunda etapa de mi curriculum me estaba aportando cierta desazón; incluso, obligando a cambios de tarea pastoral. Hemos debido buzonear las casas del barrio explicando a los ciudadanos que el grupo de catequesis se iba porque la actual orientación desde el

obispado de la pastoral y del culto contradecía la historia del barrio y nuestra manera -ya consolidada- de hacer pastoral.

El cura que ahora atiende este barrio, tiene una visión -ahora ya sin complejos- de iglesia preconciliar (simplificando). Y tan seguro camina, que es nombrado para un cargo importante en la curia diocesana. Ya le dije: «A ti no te conviene cambiar. Por aquí medras personalmente». Ya que también en la iglesia medran los que más facilitan, no el carisma cristiano, sino lo institucional.

En todo mi recorrido han aparecido dos obispos. Ambos se significaron y merecieron la confianza de la jerarquía, como es natural, por garantizar la mayor fidelidad a la iglesia como institución. D. José Delicado Baeza, de Valladolid, exquisito en su buen trato, se había significado por saber organizar bien los órganos de gobierno de su diócesis. D. Carlos Osoro, de Santander, favorece la creación de la Escuela de Magisterio de la Iglesia e introduce -creo- los primeros profesores de religión en la escuela pública, incluso sin asegurar un salario normal. Escribe un libro. «Amo a la Iglesia». Libro que no leí, aunque sí vi suficientemente publicitado.

Interviene decididamente en la expulsión del obispado de un grupo de curas de la bahía de Santander, que se encierra para expresar protestas a su obispo. Cuando los curas piden al comisario de policía la autorización de su intervención, el comisario les muestra la orden de desalojo firmada por Carlos Osoro Sierra.

Él mismo, en mi propia casa, tomando «amistosamente» café y en calidad de vicario de la diócesis, me prohíbe celebrar en el barrio. Es la «norma»... No obstante, le invito a un encuentro con la iglesia en el barrio. En esa situación, se podría encontrar la oportunidad de un buen discernimiento.

No pudo con la prueba. Yo le recordé que, viniendo con el Código de Derecho Canónico en su bolsillo, la sensibilidad eclesial resultaba difícil.

Esta reflexión a él no se le ha olvidado. Tengo alguna prueba de ello. Ni a mí tampoco. Sigue valiendo encontrar a la gente, reunida en nombre de Jesús, y contrastar, dejándose interpelar. Tan distinto de llegar a las

comunidades a inaugurar, hablar ex cathedrl..., encontrando a la gente como masa que aplaude en el mejor estilo populista. Una vez más: intervenir desde lo metafísico..aunque lo llames inspiración divina, si no se somete a una verificación que respete la dinámica normal de la comunicación humana. ¡qué peligro de equivocarse!

Ahora mismo

Lo que parece sostener mi reflexión sería la permanente comprobación de los derroteros, en España, de la iglesia contrarreformista, de derechas, anti-ilustrada. Y empieza a fatigarme este rollo. Y aprecio en mí cierta evolución: siento cada día menos sorpresa por noticias sobre la iglesia, que pierde o ha perdido ya mucha credibilidad. Y compruebo que en terrenos muy definitivos y de futuro benéfico para la sociedad, ya no se necesitan sus consignas y revelaciones. Y así entiendo que «humanizar es cristianizar»7. Y viceversa.

No obstante, ahora mismo empiezo a buscar alguna mínima estructura que me permita experimentar que «donde hay dos a más reunidos en mi nombre, allí estoy Yo», como dice Jesús. Quiero pasar poco a poco a ocupar los últimos bancos de las iglesias., donde no se «pontifica»; pero se sale justificado.

Tengo la suerte de que mi actual esposa, que perteneció a una orden religiosa, hizo un recorrido secularizador más rápido, menos «tortuoso». En sus vidas había menos pedestal, menos reconocimiento público, menos status. Y por lo mismo fue menos doloroso el trasplante. Hace años que ella se considera «en otro pueblo» y sufre menos que yo por cuestiones eclesiásticas; y también se sorprende menos que yo ante las frecuentes noticias relacionadas con una jerarquía que no entiende el cambio social y las posibilidades liberadoras para la ciudadanía.

Ella estudió antes que yo el fenómeno global de la Ilustración. Su sensibilidad espiritual se mantiene clara y tranquila. Ella ha llegado -así lo percibo yo- a sentirse firme en sus convicciones que, sin fanatismo, necesita la existencia de lo trascendente. Sufre, como yo, al conectar, bien personalmente, bien en los medios de comunicación social, con creyentes que pretenden sustituir la ciudadanía por su identidad religiosa. e resulta penoso, a ella como a mí, que la religión sea instrumentalizada

y reducida a generadora de conflictos y oportunidad de sometimiento. Para mí resulta muy cómodo y liberador verme acompañado por ella en este largo proceso de secularización... «que aún debe continuar». ¡Claro!

(Notas)

1    Para prepararse a ejercer el sacerdocio en el mundo rural.

2    Coordinación Democrática. Organismo unitario creado en 1976, fruto de la fusión de la Junta Democrática de España (establecida en 1974 por el Partido Comunista, CCOO y otros grupos políticos marxistas), con la Plataforma de Convergencia Democrática (creada por el PSOE y otros grupos socialistas, democristianos y socialdemócratas). A la Plata-Junta se unieron nuevos partidos y organizaciones de las nacionalidades y se convirtió en la Coordinadora Democrática, que negoció con el gobierno de Adolfo Suárez la reforma política.

3    Giorno, en italiano, significa día. Aggiornamento: palabra italiana pronunciada por el Papa Juan XIII cuando convocó el Concilio Vaticano II para poner la iglesia al día.

4Grupos católicos de signo conservador para los que el Concilio Vaticano II ha ido demasiado lejos en temas como la autonomía, la libertad de conciencia y la participación de los creyentes en la Iglesia. Recuperan los cultos y actos tradicionales de piedad, renovados en sus formas, cantos o símbolos. Multiplican los actos tradicionales de piedad, rosarios, procesiones, etc. Mantienen que, si se logra que sean cristianos los que ocupan el poder, gobernarán según la Doctrina Social de la Iglesia.

5    Neoconservadurismo. Termino acuñado en USA, para las nuevas ideologías, que consiste en una nueva oleada del pensamiento y organización política conservadora como reacción al liberalismo y a las ideas de la contracultura de izquierda de la década de 1960. Actualmente se aplica también a la Iglesia.

6    Desde la cátedra. Expresar el Papa una verdad o dogma con la máxima autoridad que le corresponde y que resulta infalible.

7    En los años sesenta y setenta se hizo muy corriente entre los curas la frase: Evangelizar es humanizar, llevar a cabo la obra de defensa de la dignidad humana en toda su integridad, de los derechos humanos en la sociedad, etc. Como enseña el Evangelio, toda persona es hijo de Dios, es inviolable en su dignidad.

EDOUARD MAIRLOT Bélgica. Asturias

DE UN MUNDO A OTRO:

TODO UN ITINERARIO

De la cristiandad a la libertad del hombre-Jesús

Jesuíta belga. Con una vida repartida por Estrasburgo, Lovaina, Bruselas... Actualmente vive con su esposa Angela, en Asturias.

Con una formación de importantes inquietudes científicas. Consciente del cambio de civilización que vivimos: paso de una situación de cristiandad a una etapa que se está gestando, en la que el antiguo lenguaje religioso ha quedado desplazado.

La opción que ha guiado su vida, es la búsqueda de una nueva forma de vivir y formular el mensaje de Jesús para que pueda tener un sentido de Buena Noticia para los hombres y mujeres de nuestro mundo. Y en esa apuesta se encuentra junto a otros creyentes y comunidades.

Todo ser humano, para percibirse como sujeto, tiene que construirse una coherencia. Cuenta para ello con un sinfín de recuerdos. Privilegiará algunos que le permitirán releer su propia historia llegando así a la imagen que libremente se hace de sí mismo en cada momento de su vida. (Una comprensión psicológica de la permanencia de nuestro «yo». Inspirado en Boris Cyrulnik. Hijo de emigrantes rusos y judíos, nació con nacionalidad francesa en 1937. Médico, etólogo, neurólogo y psiquiatra).

Un momento decisivo

Estamos en 1958. La EXPO Universal de Bruselas nos muestra el progreso científico y técnico en marcha. La señal del primer Sputnik golpea en nuestros oídos. Tengo veintitrés años. Estudio 2o curso de Ciencias Físicas con otros quinientos estudiantes, futuros ingenieros y científicos. Estoy totalmente integrado y contento. Tengo muchos amigos. Con algunas personas llego a profundizar y a hablar de fe, de Jesucristo. Este modo de apostolado se inspira en Teilhardde Chardin, aquel jesuita científico a cuyos textos pude acceder con un permiso especial y cuyas obras pudieron por fin imprimirse después de su muerte en 1955. Tengo conciencia de participar en el desarrollo de un mundo nuevo, basado en el progreso y en la evolución de la ciencia. Todo eso me apasiona. Me siento como pez en el agua.

Pero una falla, una grieta que se abre a toda velocidad, sacude y amenaza mi edificio. Cuando vuelvo a mi comunidad tradicional, estoy de nuevo en un mundo antiguo, inmovilista, ajeno a todo lo que me apasiona, a lo que vivo. Me siento mal. ¿Y si cogiera una habitación fuera de esta comunidad sin cambiar nada en mi vida de estudios y relaciones? ¡Pero eso implicaría dejar de ser jesuita! Es la crisis: ¿voy a proseguir como miembro de la Compañía de Jesús?

Mis orígenes

Tengo que explicar aquí quién soy y de dónde vengo. Soy el mayor de cinco hermanos, todos varones. Mi padre era administrativo. Vivíamos en una ciudad de provincias de Bélgica. No hace falta decir que en el contexto de aquel tiempo éramos, como mis padres, cristianos practicantes. Gente honesta y sana. Me acuerdo de un detalle característico de esta época: el paso por nuestra ciudad de una imagen

de la Virgen de Fátima. Estábamos entre la muchedumbre para poder tocarla. Esto sucedía en la cristiandad del pontificado de Pío XII. En mi entorno se aceptaba la iglesia tal como era, sin la mínima crítica y, por supuesto, sin pensar en posibles cambios. De todo esto me alimenté. Y a los once años, pensé en ser sacerdote.

Habíamos pasado la Guerra Mundial. Mi familia rechazaba el nazismo en nombre de la sensatez democrática y patriótica. De hecho mi padre estaba en la cárcel por colaborar con la Resistencia cuando nacieron mis hermanos gemelos, un día de invierno de 1943. Y fue precisamente este acontecimiento lo que le evitó la deportación a Alemania. Peor suerte corrió uno de mis tíos, que fue brutalmente torturado y ejecutado. Había que luchar mucho para poder comer y sobrevivir y mis padres trabajaron sin descanso. Afortunadamente no pasamos hambre en nuestra familia, pero sufrimos y corrimos muchos riesgos. Todo eso me marcó e influyó sobre mi perspectiva del futuro.

Hice el bachillerato de letras con miras a prepararme para el sacerdocio. Cursé, además, un año de matemáticas, porque a los diecisiete años, se me consideraba aún joven para entrar en los jesuitas. Al terminar el noviciado, la santa obediencia1 me destinó a estudiar ciencias. Se trataba, en realidad, de un avance por parte de los superiores, pues entonces lo habitual era orientar a todos hacia la filología clásica: el latín y el griego. Tuve que hacer los dos años de Filosofía antes de emprender los estudios de ciencias.

Dos experiencias fundamentales

De los cuatro años anteriores a la entrada a la universidad retengo dos experiencias que fueron fundamentales en mi formación. En primer lugar la de los Ejercicios según San Ignacio en el noviciado. Durante tres semanas de las cuatro que duran, yo viví un encuentro con Jesús tal como se presenta en los Evangelios. ¡Qué intuición de lo esencial! El resto no importa. Este tiempo fuerte afianzó un aspecto importante de la experiencia de fe que había podido vivir desde la infancia y que la adolescencia había reforzado.

Al otro extremo del recorrido de mi vida, después de haber salido de la cristiandad, y despojado a Jesús-Cristo de las construcciones dogmáticas

que le convertían en un Dios-descendido-del-cielo, lo que me queda es el hombre-Jesús, con su misterio y su profundidad como cualquiera de nosotros. Sobre él reposa mi fe, esta fe «que alegra mi juventud», las mismas palabras con las que empezaba la misa en latín, al pie del altar, cuando yo era monaguillo.

Después del noviciado entré en Filosofía. Se nos enseñaban sobre todo nociones, conceptos, una gimnasia cerebral; pero nada sobre cómo pensar, cómo situar y comprender las cosas. Un enfoque bien diferente era el que nos enseñaba un profesor -que poco después fue alejado de la docencia- y que me abrió una perspectiva y dimensión totalmente nuevas: reflexionar y pensar por mí mismo, basándome no en conceptos, sino en mi experiencia interior. No se trataba para nada de una introspección psicológica, sino de una reflexión, inspirada en los grandes pensadores alemanes del siglo XIX, como Fichte, o de M. Blondel en Francia, sobre el acto de existir; éste ultimo percibido como el verdadero fundamento de una auténtica metafísica. De alguna manera se trataba de desarrollar aquel «pienso luego existo» con el que Descartes hizo entrar la Filosofía en la modernidad. Sea como fuere, el caso es que aprendí a pensar por mí mismo.

Una decisión cargada de futuro

Vuelvo a la crisis de los veintitrés años. Me doy cuenta de que la sociedad sufre una mutación radical: estamos dejando una civilización para entrar en otra nueva. Teilhard decía que las diferencias entre el hombre de 1900 y el de 1950 eran mayores que entre uno de 1900 y otro del mundo clásico grecolatino. Y también, que salíamos del neolítico y entrábamos en una nueva era. Que, en efecto, la humanidad ha culminado su extensión por el planeta; se hace más compleja y, a partir de ese momento, se concentra sobre sí misma.

Pero, al mismo tiempo, tomo conciencia de que esta nueva cultura, al ser tan diferente de la anterior, no podía seguir alimentándose con el lenguaje cristiano de la época precedente. Veía con claridad que el universo mental de esta nueva humanidad, que se desarrollaba a partir de las ciencias y técnicas, no tenía nada en común con el mundo espontáneamente religioso en el que la sociedad se encontraba inmersa hasta ese momento.

Esto no llevaba consigo, de ninguna manera, el fin del cristianismo; sino que le exigía otro planteamiento y un lenguaje radicalmente nuevo para expresarse acordes con la nueva civilización. No pensaba de ninguna manera que mi fe, tal como la vivía entonces, estuviese en cuestión. Pero sí, que debía traducirse todo. Así lo expresaba yo entonces sin imaginar las convulsiones que iba a comportar en el plano cristiano esa traducción. No era consciente de la profundidad del término lenguaje. Lo utilizaba de manera espontánea sin sospechar la radicalidad que encerraba, y sus consecuencias, que más tarde puso de manifiesto el pensamiento contemporáneo.

Pero comprendí que trabajar en esa mutación era el camino a recorrer para mí, a pesar de las consecuencias que también sufrieron otras personas como mi profesor de filosofía, separado de la docencia; o Teilhard de Chardin, que murió sin ver publicado ninguno de sus libros; o muchos otros teólogos que optaron por expresar lo que de verdad pensaban, aun a costa de pagarlo caro en su vida. Era consciente de que esta opción no me haría fácil la vida, pero tampoco me imaginaba a dónde me llevaría todo esto: tantas tensiones, conflictos más o menos abiertos, rupturas, y finalmente mí salida de la institución... Pero he de reconocer que ésta es, en efecto, la opción que guió mi vida.

Casi dos años más tarde, el 25 de diciembre de 1959, Juan XXIII convocará el Concilio: «para abrir las ventanas», decía. Me sentía feliz al pensar que mi elección iba en la buena dirección. Claro que había que traducir el latín de la liturgia. Pero bastantes textos, una vez traducidos en una lengua de hoy, resultaban casi ridículos. Había que formular las cosas de otra manera: abandonar algunas expresiones, imágenes, símbolos y concretar la manera de sustituirlas. Un cierto número de cristianos se dará cuenta muy rápidamente de la necesidad de ir mucho más lejos, de revisar la institución y su funcionamiento, abrirse al mundo actual. Hay además una cuestión que el Concilio no abordará y que tiene cada vez más importancia: ¿Puede comprenderse todavía el lenguaje dogmático de nuestro Credo? ¿Sigue siendo intocable?

Continúo con mis estudios científicos de Física Nuclear para concluir el ciclo de cuatro años. El doctorado quedaría para después de la Teología

para ponerme al día antes de ejercer como profesor. Sin embargo previamente me envían dos años a un periodo de prácticas como «maestrillo»2, en el lenguaje de la Compañía. Me destinan al mundo universitario para vigilar, animar cristianamente, estar presente... y dar algunas clases de Matemáticas a alumnos de una universidad de jesuitas. Allí estuve encantado. Pero no me veía yo de profesor de Física en este centro como proyectaban mis superiores de entonces: yo decía que «ser cura y célibe para hacer esto, como se hace, no vale la pena».

La Teología

En el otoño de 1963 entro en los cuatro años más desdichados de mi vida: la Teología. Estoy decidido a no dejarme convencer por el ambiente que me rodea: no conseguirán que me limite al aprendizaje de una teología que no responda realmente a las cuestiones que me planteo. Al principio, vuelvo regularmente al laboratorio de mis estudios de Física, para permanecer en contacto, progresar un poco.; pero esta doble vida me agota; además intento aprender otra Teología diferente a la de las clases. Éstas, en efecto, apenas han cambiado desde hace muchos años. Nos repiten la teología de la cristiandad de siempre, a pesar de los esfuerzos de algunos jóvenes profesores que pronto se ahogan en el sistema. Protestamos, planteamos cuestiones, querríamos que hubiese cambios. El Concilio se abrió en diciembre de 1962. Pero su aire fresco no llega al contenido de nuestras clases. Si no fuera por nuestra búsqueda espontánea, nos habría sido prácticamente desconocido el Concilio hasta el final de nuestros estudios.

En el momento de la ordenación, quedé estupefacto al oír de la boca de mi provincial3 que dudó mucho en aceptarme a la ordenación sacerdotal porque, «contribuí, dijo, gravemente a poner en cuestión muchos puntos sobre la Teología y a crear problemas en la comunidad». Creo que él estaba en lo cierto, pero a mí me parecía correcto haber planteado algunas cuestiones verdaderamente importantes.

Un año más tarde termino, por fin, haciendo el examen final sobre el conjunto de la Teología. Luego nos fuimos a descansar unos días al campo en este verano 1967. Y es entonces cuando descubro un texto de Marcel Legaut. Confieso no recordar cuál fue exactamente. Para los que no lo conocen, el autor es un laico, profesor de Matemáticas a nivel universitario. Desde hacia unos treinta años, reunía y animaba grupos

de cristianos y reflexionaba con ellos. Su obra más importante, editada en dos tomos en 1970 y 1971, es El cumplimiento humano (tomo I: El hombre en busca de su humanidad; tomo II: Introducción a la inteligencia del pasado y del porvenir del cristianismo).

Lo esencial de esa estancia fue la lectura del texto antes mencionado, que me pareció una maravilla. Por fin, un oasis, un lugar donde refrescarse, encontrarse con uno mismo, alimentarse... Después de cuatro años de Teología, de supervivencia en una especie de desierto, la vida se reanuda en mí. Mi elección está hecha. Echaré al cubo de la basura todos los apuntes de mis cursos: todo lo que se creyó indispensable hacerme aprender como futuro sacerdote para enseñarlo en adelante a los cristianos y a todos. Lo considero obsoleto, pues ha perdido su sustancia y ya no alimenta hoy. El hombre ha evolucionado, la sociedad no es ya la misma. Mi propia vida, las personas, los estudiantes que encuentro, me lo han enseñado. Debo pues seguir buscando cómo traducir mi fe partiendo de una perspectiva diferente.

Reconstruirme

En algún momento había soñado con ir a América Latina. Pero un hermano mío murió en un accidente de montaña cuando acompañaba a un grupo de jóvenes a su cargo y este hecho hacía impensable mi marcha para mi familia. Este hermano, después de los estudios de Electrónica, nueva materia en la época, había entrado también en la Compañía de Jesús y terminaba Filosofía. Fue otro golpe duro durante mi Teología.

Me destinaron finalmente como capellán en el medio sanitario. Como había dicho que no me veía en la enseñanza, se pensó en mí para sustituir a un sacerdote anciano que había hecho allí un buen trabajo. Mi formación científica sería muy útil y me propusieron dos años para prepararme. Marché, pues, a Estrasburgo. El primer año estudié enfermería, lo que me permitió conocer el interior de la vida de un hospital y algunos servicios donde pueden plantearse cuestiones difíciles: oncología, cuidados intensivos, neurocirugía... Estaba en período de prácticas en el servicio de maternidad cuando apareció la encíclica «Humanae Vitae4 Debido al hecho de que la encíclica prohíbe todo tipo de control artificial de la natalidad, su publicación resultó muy controvertida especialmente entre los católicos.

En julio de 1968 oí toda clase de opiniones. La percibí como un primer frenazo al proceso de cambio que el Concilio había emprendido...

En Estrasburgo, vivía en una importante residencia de estudiantes, de la que era el capellán. El viernes 3 de mayo de 1968, preparábamos algunos un gran proyecto de varias conferencias, para el curso siguiente, sobre «el malestar estudiantil» que se sentía en distintos países. Oímos en las noticias de las cinco de la tarde que la policía había entrado en la Sorbona, que los adoquines comenzaban a volar en las calles en París. Empezaba Mayo del 68. El lunes, toda la universidad estaba en huelga y se manifestaba. Yo viví todo esto bastante en primera línea, ya que conocía a un buen número de los que fueron los líderes en los momentos claves de este movimiento. Lo que se vivió entonces, pienso yo, fue la toma de conciencia colectiva de que todo podía y debía cambiar. Esto comenzó desde las organizaciones de la universidad para llegar al conjunto de la sociedad, de acuerdo con los trabajadores. Haber vivido este acontecimiento tan de cerca me marcó y me animó.

Ya he dicho qué dolorosos fueron los años de Teología. Me encontraba mal, depresivo por momentos; y había visitado a un psicólogo. Se me insinuó la idea de un psicoanálisis. Alguien de mi familia me ayudó económicamente e hizo posible empezarlo en Estrasburgo. Después de la experiencia del mes de Ejercicios Espirituales, de lo vivido durante la Filosofía, tendré de nuevo una experiencia sumamente personal. Debería evocar aquí su exigencia y su radicalidad que, a priori, no deja fuera nada de la vida privada, ni de las opciones de vida de quien entra en esta aventura del psicoanálisis. Descubrí cuán infantil era la obediencia en la que fuí formado en la Compañía. La gran severidad de mi padre me había vuelto especialmente vulnerable. Descubrí muchas ambigüedades en los fundamentos de mi vocación a los once años, y otras fragilidades en la educación recibida de mis padres. Me resulta imposible decir más aquí. Puedo, sin embargo, añadir que mientras tanta gente que hace el psicoanálisis, termina por abandonar el cristianismo en el cual se había educado y que mientras tantos sacerdotes, siguiendo el mismo camino, dejan las órdenes y se casan, yo no me encontré con estos problemas. La elección de vida tomada a mis veintitrés años seguía en pie.

Pensaba seguir cursos de Medicina durante el segundo año. Pero tuve que incorporarme directamente al puesto al que estaba destinado. Así pues, me veo como capellán auxiliar en el mundo de la salud en una universidad del Estado en Lieja, en Bélgica. Viví buenos momentos. Pero había que introducir cambios en la estructura a los que se oponía a veces la Compañía y otras el obispado. Concluimos juntos que este trabaj o no constituía un futuro para mí.

Entonces el padre provincial me dijo que tenía que buscarme una ocupación. La Compañía no quería imponérmela. Fue un cambio en el modo de entender la obediencia que me sorprendió bastante; pero rápidamente me sentí aliviado.

En el equipo pastoral universitario de Lovaina

Contacté entonces con el equipo de los capellanes de la Universidad Católica de Lovaina (de habla francesa). Me acogieron con gusto para trabajar a media jornada. Fui personalmente responsable de una eucaristía un día de la semana, destinada a los estudiantes (varios centenares en la época), de la preparación al matrimonio... Me sentía en mi sitio y contento. Para la otra media jornada, se estimó conveniente que ocupase un puesto de asistente universitario en Física. ¿Podría emprender el famoso doctorado en Física Nuclear que había sido previsto antes? Descubrí pronto que era incapaz, que no era lo mío y que sentía que ya había pasado el momento.

En cuanto llegué, la universidad francófona de Lovaina tuvo su «mayo 68». Empezó una huelga de hambre de un centenar de estudiantes para salvar el estatuto de los numerosos estudiantes extranjeros que el gobierno quería restringir drásticamente. El equipo parroquial la apoyaba y yo participé muy activamente.

En septiembre de 1971 debía celebrarse en Roma el primer sínodo de obispos decidido por el Concilio. Trataría sobre «la justicia en el mundo y el ministerio del sacerdote». El equipo de pastoral pensó que sería interesante que la comunidad parroquial de Lovaina de la que formaba parte todo el cuerpo académico y administrativo de la Universidad, se pronunciase libremente sobre estos temas. Nuestros obispos conocerían así la opinión de una de sus parroquias importantes antes de marchar a

Roma. Nos parecía ir en la mismísima línea del Concilio... En consecuencia, se invitó a todos los grupos existentes en la parroquia así como a los que se crearan a tal fin, a que, como una actividad de cuaresma, reflexionasen sobre uno de estos temas y nos entregasen después un resumen.

Se recibieron unos cincuenta y ocho informes sobre el ministerio del sacerdote. ¿Pero cómo hacer la síntesis de tantas opiniones? Al final, fui yo el encargado de esta labor. Para ello, me limité a agrupar por temas todo lo que se había escrito en los informes. Nos dimos cuenta entonces, que a pesar de tan numerosas aportaciones -a menudo parciales por falta de tiempo- había una gran coherencia entre todas ellas. Aun hoy día, siguen siendo de máxima actualidad: el sacerdote al servicio de la comunidad, debería ser elegido o, en cualquier caso, reconocido por ella, hombre o mujer, soltero o no, y no para toda la vida.

En contra de todas las expectativas por nuestra parte, la reacción fue terrible. «Nuestros señores los obispos» (título oficial en la época) enviaron una carta para que se leyera en todas las parroquias, en la que desaprobaban totalmente las ideas que los sacerdotes de la parroquia universitaria «habían creído bueno divulgar». Nada más lejos de nuestra intención que ejercer cualquier tipo de influencia. Un poco más tarde, supimos que nuestro equipo de pastoral fue definitivamente condenado. Aprovecharon el traslado inminente de la universidad francófona a Lovaina-La-Nueva para «dejar en Lovaina lo que estaba podrido.» (Palabras textuales de uno de ellos sobre el equipo pastoral).

La Medicina

Me sentía aturdido y escandalizado sobre todo por haber sido el redactor escrupuloso del texto. Perdido mi trabajo, ¿iba yo a pedir otro a uno de los obispos que habían desautorizado tan radicalmente nuestra iniciativa? Su reacción indicaba qué diferentes eran su visión de las cosas y la nuestra.

«Si tuviera veinte años y pudiera empezar de nuevo, sería jesuíta... ¿Por qué no? No es ése mi problema. Lo que sí haría es estudiar Medicina porque ahora me doy cuenta de que esa carrera concita mis dos preferencias: el mundo de la ciencia y el encuentro del otro». Así

contestaba yo a un excelente amigo que me decía: «Deja de una vez a tus obispos y dime ¿qué querrías hacer tú de verdad?» Y, cuando se lo dije, me respondió: «¿Y por qué no?»

Parecía imposible. Tenía treinta y cinco años... mala memoria... ¿cómo pagar los siete años de estudios? Pero vi rápidamente una manera de salir del callejón, de encontrar un verdadero equilibrio y de sentirme bien cuando, pasados diez años, yo, sacerdote célibe, trabajase con sacerdotes casados. Hay que destacar aquí mi capacidad de esperanza e ilusión sobre este punto.

Fui a ver el padre provincial que me escuchó en silencio. Cuando acabé de hablar, él contestó: «Creo, Edouard, que harías muy bien». Siempre pensé que si me hubiera dicho que no, habría dejado la Compañía. Creo útil indicar que este cambio de orientación -este volver a empezar- era probablemente uno de los frutos del psicoanálisis que volví a continuar en ese momento.

Vivía en una residencia mixta de estudiantes: una novedad en ese momento. Seguí en la parroquia durante tres años más, a media jornada, al mismo tiempo que estudiaba Medicina. . Durante los veranos daba clases particulares para disponer de suficiente dinero y poder dedicarme en exclusiva a mi carrera los últimos años.

A finales de 1974, dejé la parroquia. Ya estaba en cuarto año de medicina. El P. Arrupe, superior general de los jesuitas, vasco, que había vivido en Japón, convocó una Congregación General5. Se aprobaron perspectivas totalmente nuevas sobre el trabajo de la Compañía. «Nuestra misión hoy es el servicio de la fe y la promoción de la justicia» y quería ser una respuesta «a las interpelaciones de nuestro tiempo». Estos son los títulos de dos de los cuatro decretos que debían orientar el futuro. El título del segundo decreto era obviamente continuación del famoso texto que se promulgó, en 1965, al final del Concilio: «Gaudium et Spes» («La Iglesia en el mundo actual»), que tanto me había animado en su momento. Se supo más tarde el importante papel que tuvieron los jesuitas procedentes de América Latina: había sido decisivo en la elección de esta orientación. En esta época, un libro de Gustavo Gutiérrez, publicado en 1971 y traducido al francés, era mi libro de cabecera. Se titulaba,

«Teología de la Liberación». Para ilustrar lo que esta nueva orientación significaba para mí, había descubierto una imagen que lo explicaba muy bien: estos últimos años yo vivía en la orilla de un gran río africano; la fuerte corriente transcurría lejos de ella y no me afectaba. Pero, de repente -como ocurre con frecuencia- el propio río deja su cauce para tomar otra dirección y yo me veía arrastrado. Me sentí en una gran paz y reconciliado. En adelante, seguiría mi camino en y con la Compañía. Además sabía que ella aceptaba los compromisos que, como médico, estaba preparando.

Una vez terminada mi carrera de Medicina, me pongo a trabajar en uno de los barrios pobres de Bruselas. Vivía en una comunidad muy plural («La Poudriere» que conocen bien los belgas), que acogía gente golpeada por la vida, durante el tiempo necesario para su reinserción. No era yo el único que quería cambiar la manera de ejercer la Medicina y de tratar la salud. Había tenido lugar «Mayo del 68» y soñábamos con poner en marcha un proyecto piloto para aquel momento, al menos en Bélgica: la creación de «centros de salud» con un equipo estable que garantizara todos los cuidados básicos, médico, enfermera, fisioterapeuta y, si fuera posible, asistente social e incluso psicoterapeuta. Estaba pensado para un lugar desfavorecido, donde los servicios fuesen deficientes, inadecuados y de mala calidad. Los primeros se habían abierto hacia 1976.

Y he aquí que en una reunión de barrio conozco a Angela, una enfermera española que trabajaba con los emigrantes. Era Hija de la Caridad y formaba parte de una pequeña comunidad que se dedicada a los emigrantes españoles que habían venido a trabajar a Bruselas, a principios de los años sesenta. Llegaron a ser 80000. Ella pedía la ayuda de un médico generalista para responder mejor a las necesidades que encontraba. Con la aprobación de sus superiores, se decidió crear este «centro de salud», proyecto ya conocido por los míos. En él trabajamos en equipo, un equipo que enseguida sería ampliado. Yo me puse a aprender español.

El trabajo aumentó rápidamente. Se trataba en primer lugar de poner orden en los casos médicos complicados o mal resueltos. Luego apareció la dimensión social de los problemas de salud. Pronto empezaron a

llegamos personas con graves problemas psiquiátricos. La enfermera, completando su formación, y con la preciosa ayuda de la asociación de emigrantes «Hispano-Belga», respondía a este reto. A menudo eran situaciones que existían desde hacía tiempo, pero que nunca habían sido abordadas ni por las familias ni por sus conocidos, ya fuera por ignorancia o por el rechazo a reconocer una realidad que les asustaba.

No existía un lugar adecuado para atenderlos en el que no sólo se conociera la lengua y la cultura de nuestros pacientes, sino que se pudieran abordar de manera global todos los problemas colaterales y dar continuidad al tratamiento. Así descubrimos muchos de los sufrimientos de los inmigrantes y cuántos de ellos no hubieran debido dejar su lugar de origen por su incapacidad de adaptación. Simplemente la falta de trabajo y de medios los habían empujado a esta aventura del desarraigo. A este ejemplo concreto hay que añadir la atención a los belgas así como a inmigrantes de otras nacionalidades también presentes en el barrio. Todo ello pone en evidencia el interés de nuestro trabajo.

Hacia un cambio de vida radical

Todo iba francamente bien. Hacía un buen trabajo y estaba a gusto en la Compañía de Jesús. Esta es la razón por la que pensé vivir en una de estas pequeñas nuevas comunidades que formaron algunos jesuitas. Añadiré que, desde que terminé la Teología en 1967, siempre había vivido en grupos o comunidades de laicos. Pero éstas cambiaban de personal continuamente y yo buscaba una mayor estabilidad. Así que me fui a vivir con jesuitas. Fue una catástrofe. Un mes y medio más tarde, estaba seriamente enfermo. Tuve una depresión que me duró seis largos meses. No encontraba sentido a nada; me veía sin referencias a las que agarrar mi vida. Era la oscuridad absoluta, sin la menor chispa de luz para orientarme. Todo se bloqueaba: exponer dos ideas seguidas o dar un simple paso me suponía un esfuerzo casi imposible. La vida, para mí, había perdido su sentido; todo se me venía abajo. En esos casos se necesita tiempo para encontrar una nueva orientación a la vida, para emprender otro nuevo camino.

¿Qué había pasado? En primer lugar, sufrí una gran decepción cuando no encontré la vida comunitaria con la que soñaba. ¿Era yo demasiado exigente? En parte, sí. Pero yo había tenido buenos momentos

comunitarios en el mundo laico o cristiano-laico en el que había vivido anteriormente durante muchos años.

En el fondo, creo que este deseo de reanudar de manera concreta un pasado en la Compañía tan penoso para mí, era un error. Es verdad que había habido una gran evolución en los jesuitas belgas en relación a la manera de ser que yo conocía cuando vivía con ellos; ya aludí más arriba a una nueva interpretación de la obediencia. Pero la famosa XXXI Congregación General de 1965 no había logrado cambiar todo de manera milagrosa; seguían existiendo aún muchas maneras de hacer, pensar y ser, heredadas del pasado. Yo había podido, en el psicoanálisis, clarificar muchas deficiencias, faltas de madurez, que fueron causa de muchas tensiones para mí, y que otros jesuitas no habían conocido. Pero no tuve fuerzas para sobrellevar la convivencia con ellos.

Por otra parte, cuestión no menos importante, se ponía de manifiesto la orientación que iba tomando el papado de Juan-Pablo II. Elegido en 1979, daba la impresión de que su proceso de «despolonización» sería rápido: ahora, podía conocer de primera mano las diversas realidades de la iglesia, bien diferentes a su experiencia de un cristianismo bajo la bota comunista. Pero ya no podíamos seguir soñando con otros cambios que exigía el espíritu del Concilio. Nunca lo admitiría él; y el Vaticano ya no aceptaba como obispos más que a personas que apoyaban incondicionalmente sus propias posiciones. Este criterio se hacia esencial a la hora de efectuar nuevos nombramientos. Y los teólogos que se permitían pensar de otra manera tuvieron graves dificultades. Esto no significa que yo niegue o minimice las grandes cualidades del Papa Juan Pablo II, que dejaron huella en tantas personas creyentes en el mundo entero. Pero, como consecuencia de mis convicciones no podía relativizar y aceptar serenamente esta voluntad de inmovilismo. Lo veía muy perjudicial para el futuro de la iglesia. Más tarde, se tomaron las decisiones contra la «teología de la liberación».

Luego se pudo ver a su sucesor Benedicto XVI buscando la manera de restaurar una situación pre-conciliar6 y remontar incluso, si fuera posible, hasta antes de la Revolución Francesa como puede verse en su

encíclica Spe Salvi, publicada en diciembre 2007. El comentario sobre ella, escrito por Juan Jose Tamayo, teólogo, en El Periódico, constata: «Benedicto XVI dinamita los puentes de comunicación tendidos por el Vaticano II entre la esperanza cristiana y la transformación del mundo. Somete o un juicio iconoclasta algunas de las realizaciones históricas más emblemáticas de la modernidad, concretamente tres: la fe en el progreso, simbolizada en Francis Bacon, la Revolución Francesa y el marxismo. ¿Cuáles son los lugares privilegiados de aprendizaje de la esperanza para el Papa? El actuar iluminado por Dios, la oración y el sufrimiento».

Mis temores de entonces estaban, desgraciadamente, fundados. Ante todo esto, me había hundido. Así fui capaz de comprender el sufrimiento de seis meses de depresión, cuando recuperé el gusto por la vida y reanudé mi trabajo de médico. Pasé el final de ese periodo de convalecencia en un pueblo abandonado del centro de Francia, que un grupo cristiano había rehabilitado. Allí acabé de recuperar la salud y las fuerzas. Viví la última semana en total soledad y compartí los oficios de Semana Santa con ese grupo, con una gran paz interior. Me había reencontrado a mí mismo; y Jesús seguía estando presente en mi vida en total plenitud.

Volvía a mi comunidad. En la puerta, dejé la maleta en el suelo para coger las llaves y en ese preciso momento decidí, como la cosa más natural, que no estaba dispuesto a seguir el juego de esa convivencia y retomé mi propia autonomía. Poco después decidí no pasar las vacaciones con ellos, sino en Asturias con Angela y su familia. Durante mi enfermedad su madre me había invitado a recorrer con sus hijos las montañas de Asturias. También sentía en mí el deseo de conocer mejor a Angela, a esa muj er con quien tanto había trabaj ado en plena colaboración y armonía. Además, ella había logrado gestionar el Centro de Salud durante mi ausencia, a pesar de las grandes dificultades que esta empresa había supuesto.

Fue mientras volvíamos a Bélgica - por fin solos - cuando nos dimos cuenta de que estábamos enamorados. Yo no había caído en la cuenta antes. Su vida también es todo un poema, la historia de una larga fidelidad,

sobre todo a sí misma, a la Vida que latía en ella, y que también sería interesante poder escribir.

Comienza una nueva vida

Lo que siguió es otra historia, otro relato: el de una pareja. Escribiré solamente algunas notas... como para inspirar el movimiento de una melodía alegre.

Nos casamos dos años más tarde. Esta decisión cayó como una fruta madura, sin problemas, sin ninguna angustia, pero con la felicidad que uno puede encontrar. cuando se vive «en una nube». Empezamos nuestra vida común viviéndola como un regalo que nos hacía la Vida -no utilizo la palabra Dios por la carga de «cristiandad» que encierra este vocablo- después de haberle entregado los mejores años de nuestra juventud (respectivamente veintisiete y treinta y dos años). Pensamos, por otra parte, que al casarnos no hemos vivido realmente una ruptura sino una continuidad en el amor a la Vida cuya orientación sólo cambió en un punto. Seguimos en el mismo trabajo, en el mismo lugar, con las mismas motivaciones. El equipo del centro siguió ampliándose y continúa hoy con el mismo espíritu. Son ahora diecisiete. La mayoría, extranjeros como la mayor parte de los vecinos del barrio.

Seis años después de unirnos, el deseo de adoptar, muy presente, aunque silencioso, en Angela, se despertó también en mí. Fue otra fruta madura que cae en su momento. Recibimos el regalo de nuestros dos hijos y vivimos así la hermosa experiencia de lo que significa ser padres. Hubo momentos muy duros pero valía la pena; nunca nos hemos arrepentido.

¿Y aquel famoso proyecto de mis veintitrés años? Siguió su camino de descubrimientos y de progresos en la comprensión. La jubilación me dio tiempo y me permitió llevarlo a su madurez. Haría falta otro largo relato. Intentaré algunos arpegios.

«Sígueme y deja a los muertos enterrar a los muertos», nos dice Jesús de Nazaret. Dejé el Cristo de la cristiandad porque se me hizo más y más evidente que Él era un hombre como nosotros, que a su paso ponía de pie a hombres y mujeres. Los ayudaba a liberarse, los hacía libres

para conocer el Amor. Lo pagó con su vida; porque lo que hacía no le gustaba a todo el mundo. Para entender y aceptar su Reino, es necesaria una conversión y superar la ley que impone toda religión. Y esta perspectiva da sentido a nuestra vida y nos hace felices.

En su propio interior, en el silencio, Jesús descubría su camino; se alimentaba de la confianza en la Vida. Esta Vida, a la que él llamaba Padre. Y que también es el nuestro, nos dijo. Y nuestras vivencias, en lo que tienen de más íntimo, no son otras que las suyas.

Más aún: «Otra Iglesia es posible». Esta realidad vive ya en muchos corazones, y en bastantes comunidades...

(Notas)

1    La obediencia es el tercer voto que se hace en las órdenes o congregaciones religiosas en el camino a la perfección espiritual. En esta época de dura disciplina se la anteponía la palabra «santa».

2    Los jesuitas al terminar filosofía hacían una interrupción de varios años para hacer prácticas como profesores en su colegios. Se les llamaba «maestrillos». Luego hacían la teología.

3    Provincial. Autoridad de las congregaciones religiosas que gobiernan las casas de un determinado territorio llamado provincia.

4Escrita por el papa Pablo VI en 1968 sobre la regulación de la natalidad, detalla la postura que tiene la Iglesia Católica hacia el aborto, el control natal y otras medidas que se relacionan con la vida sexual humana.

5    La Congregación General es el órgano supremo de gobierno de la Compañía de Jesús. Participan en ella electores enviados de todo el mundo, quienes escogen al Superior General y tratan temas de vital importancia para su organización interna y relacionados en el cumplimiento de la misión apostólica de la Compañía de Jesús en la Iglesia y en el mundo.

6    Como antes del Concilio, por no llevarse a cabo las renovaciones que había aprobado.