JOSE MARÍA MARÍN MIRAS

Granada

LA HONESTIDAD PERSONIFICADA

José María Marín Miras ha sido un compañero muy activo en MOCEOP. Murió el 28 de marzo de 2009, a los 86 años de edad. El equipo coordinador de este libro consideró muy conveniente insertar una semblanza de José María y me pidió que la hiciera yo, por nuestra larga amistad. Acepté con gusto.

Tenemos la ventaja de que dos años antes de su muerte, José María había publicado un libro: «Retazos de una historia en la comarca del Mármol» (Arráez Editores, Almería 2007). Se trata de un trabajo polifacético de difícil catalogación, como lo es el propio José María. Hay mucho de autobiografía junto a pinceladas históricas, reflexiones teológicas, exhortaciones piadosas, poesías propias y ajenas que sirven como hilo conductor. También contiene un amplio reportaje fotográfico y documental y hasta una colección final de artículos propios sobre la historia del celibato.

Pope Godoy

Para dar más calidez y cercanía a esta semblanza, nos hemos reunido en Granada, casi tres meses después de la muerte de José María, su esposa, Maravillas Requena (Mara), el matrimonio Fernando Martín y Ana Atucha, junto con la madre de ésta, también Ana. Ana es asturiana y Fernando, «granaíno». Se conocieron en Oviedo, con la discreta intervención de Mara y José María. Han tenido muchas experiencias compartidas, que hoy han ido aflorando serena y distendidamente. Pienso que a Mara le ha venido muy bien comunicarse, sacar a flote tantos recuerdos y reírse con anécdotas graciosas que iban saliendo sobre la marcha. La «reunión» ha durado más de ocho horas, incluyendo la sencilla y deliciosa comida preparada por las Anas. Y, luego, los postres... ¡madre mía! Con lo goloso que soy... He procurado tomar nota de cuanto decían para intentar completar la multitud de facetas que todos reconocemos en José María. Al cabo de dos horas rellenando cuartillas, he pensado que ya tenía bastante y he participado como uno más en la conversación.

Mi primer encuentro con José María

Por mi parte, conocí a José María hace unos veinticinco años. Nos presentó Fernando, como amigo común, y allí nos quedamos, José María y yo, desayunando en un bar de Atarfe (Granada). íbamos haciendo una especie de presentación y recorrido de nuestras vidas. En un momento dado, yo hice algún comentario sobre no recuerdo qué tema y José María abrió ligeramente la boca, levantó las cejas y me miró con los ojos muy abiertos en aquella reacción de sorpresa, perplejidad y desconcierto que después me sería tan familiar.

- Y ¿cómo sabes tú que eso es verdad?

Yo me quedé bastante sorprendido y le solté un taco entre cariñoso e interpelante: - ¡C..., lee! Tú tienes preparación teológica y tiempo. ¡Espabílate! No se trata de que me creas o te fíes de mí. Puedes ir descubriendo por ti mismo nuevos horizontes.

Así empezó nuestra amistad. Mi trabajo mensual en Atarfe me permitía gran flexibilidad de fechas y de horario. Nos poníamos de acuerdo para tener nuestros «desayunos teológicos». Eran charlas de casi dos horas, tres días consecutivos, en torno al desayuno.

José María se manifestó como un devorador de libros y de artículos. Era como hambre atrasada de muchos años, soterrada y casi inconsciente que, por fin, podía saciarse. El recuerdo más agradecido y más gratificante que conservo de nuestros desayunos mensuales es nuestra comunicación de vida: nuestras preguntas más radicales y nuestras perplejidades más desestabilizadoras; nuestras certezas más secretas y nuestras experiencias de fe más gozosas. No descubro nada especial si digo que José María, tal como yo lo conocí al principio, era una persona culpabilizada y profundamente insegura. Cuando viajó a Roma para conseguir el permiso de secularización, me confesó que iba literalmente aterrado porque, en caso de accidente, se iría directamente al infierno (i«c!).

De tarde en tarde, le preguntaba en aquellos momentos de intimidad:

- José María, ¿le sigues teniendo miedo a Dios?

Él asentía con la cabeza, entre resignado e impotente... Por fin, un día, se le iluminó el rostro y me dijo: ¡Ya no! Aquella traumática experiencia superada fue motivo de un brindis cariñoso y feliz. «Era muy timorato», comenta Mara. Y narra regocijada cuando su «Jóse» se confesó de que había criticado al papa. El cura le dijo: ¡no, al papa no! Puede Vd. criticar a Felipe González o a Alfonso Guerra. Pero, ¡al papa, no! Cada vez que José María hacía alguna alusión al papa, ya estaba Mara: Jóse, que vas a tener que confesarte otra vez por criticar al papa.

Retazos de una vida

Me he metido en harina sin darme cuenta. En su libro, José María recupera rápidas pinceladas de su niñez. Nació en Totana (Murcia) en 1921, «de padres muy beatos», dice Mara. «Había perdido a mi madre cuando apenas tenía quince meses de edad, por lo que mi niñez transcurrió sin afectos maternales... ¿Era por eso por lo que yo hambreaba tanto el cariño femenino desde mi corta edad?» (p. 63). Ya en Vélez Rubio (Almería) se enamoró «tierna y apasionadamente de una dulce muchacha, cuyo recuerdo siempre me acompañó, incluso a través de mi vida sacerdotal, hasta que esa remembranza me llevó a la que hoy es mi querida esposa» (p. 64). El tema es recurrente a lo largo del libro. Sólo cito este texto: «Es más, la experiencia de aquel entonces, el recuerdo de los sufrimientos causados por su pérdida, fue lo que me animó, después,

cuando hallé el amor de mi mujer, para nunca más dejar que nada ni nadie me lo arrebatara y afrontar las dificultades de todo género, sociales y económicas, de mi secularización; las que me hicieron capaz de enfrentarme con todas las privaciones, las incomprensiones, las posibles calumnias y el porvenir incierto que en mi abandono del ministerio pudieron acosarme, por la convicción de que nunca más podía dejar de pasar de largo un amor tan grande como el que por mi amada esposa me embarga» (p.70).

Una vocación tardía, descubierta en Barcelona

La juventud de José María fue azarosa. No pudo terminar los estudios por la ruina económica de su familia. Tras la guerra civil española y con escasos dieciocho años emigró a Barcelona para intentar recomponer la economía familiar. Allí pasó penalidades y verdadera hambre física hasta contraer la escrofulosis. Un tratamiento médico inadecuado y su completa soledad para no preocupar a la familia hicieron el resto. «Así, con una salud quebrantada sin saber si sería totalmente recuperable, deshechos los proyectos de abrirme paso por medio del trabajo a una posición socioeconómica estable para ofrecerlo a aquel amor que ya se había tornado imposible, con la vida llena de desencanto y tristeza, alentado por los ideales de hacer el bien a los demás, a la Iglesia y a la patria, me decidí a hacerme sacerdote» (p. 75).

José María fue una vocación tardía. Hizo la licenciatura en Teología en la Facultad de Teología de Granada. «Las añoranzas afectivas... no lograban empañar la ilusión apostólica y patriótica a que se nos inducía y que también practicábamos con la mayor intensidad que nuestro estado permitía. Y así me hice sacerdote con una ilusión creciente por el apostolado y una entrega ilusionada a los demás para que conocieran a Jesús y buscaran el Reino de Dios» (p. 81). Ya en Teología y durante las vacaciones, realizaba misiones populares en aldeas y pueblos pequeños junto con su compañero José Méndez, que después sería arzobispo de Granada. Al final de la misión, buscaban a sacerdotes para las confesiones. En marzo de 1948, José Ma formó parte del primer grupo de sacerdotes ordenados en la diócesis de Almería tras la guerra civil.

Primeros destinos como cura

Su inmediato destino fueron las parroquias de Lúcar y Somontín, dos

pueblos en la cuenca del río Almanzora, a más de 800 metros de altura, con una población total que no llegaba a 2000 habitantes. José María habla de aquellas buenas gentes con un «recuerdo imborrable» (p. 83).

Y allí empezó a manifestarse con un cura verdaderamente «edificante», porque se restauró a conciencia el artesonado mudéjar de la iglesia de Lúcar, se construyeron dos retablos en la iglesia de Somontín y se compró una imagen de talla. Los feligreses colaboraron con gran generosidad tanto en aportaciones dinerarias como en jornadas de trabajo. José María recuerda especialmente la dureza del trabajo en la mina de talco a la que «se accedía por orificios pequeños excavados en la montaña por los que se entraba reptando, arrastrándose largo trecho hasta llegar al llamado ‘avance’, en donde, en cuclillas o arrodillados, se arrancaba el mineral... Yo mismo aún conservo la angustia de la impresión que me produjeron, pues, en alguna ocasión entré con estos mineros hasta el «avance» y muchas veces, mientras duermo, sueño que no puedo salir, atrapado por la angostura, lo cual me despierta» (p. 87).

También le ocurrieron anécdotas graciosas sin excesivas consecuencias. Por supuesto, no había carreteras y sus desplazamientos los hacía en un mulo penco que compró. Una noche, a la vuelta de Serón, la yegua en que montaba cayó rodando por un barranco y a José María le costó varios días de cama. En el entusiasmo de una misión popular, subió a un balcón sin barandilla y cayó al vacío, fracturándose la muñeca y el calcáneo. Al quedar imposibilitado para seguir ejerciendo su tarea, el obispo le destinó como ecónomo al seminario de Almería. Aquí se manifestó otra faceta de José María: su capacidad para la gestión económica. Tenía muy presente las hambres que él había pasado en el seminario desde 1942-48. Por eso, recorría con un camión los pueblos de La Alpujarra comprando directamente a los agricultores los productos necesarios para alimentar a los seminaristas. Pero aquello duró poco tiempo, porque al final de curso el obispo le dijo jocosamente que «no quería que arruinara la diócesis con los gastos de alimentación» (p. 92).

En la comarca del Mármol

Su nuevo destino fue la parroquia de Olula del Río, en la comarca del Mármol, una zona con enorme potencial económico por sus canteras. José María relata en varios capítulos todo su empeño religioso y social

tanto en la parroquia como en la comarca. Allí realiza una tarea de suplencia, que es difícil entender desde nuestra sociedad democrática. Pero que es necesario encuadrar en la época del nacional-catolicismo, con el poder y la influencia que ejercía el clero sobre la sociedad y hasta en los poderes públicos. Me limito a enumerar las variadas iniciativas que José María describe con mucho más detalle en su libro.

Entre las «obras menores», cita la construcción del hogar parroquial, el puente sobre el río Almanzora para unir los pueblos de Olula y Macael, una central de teléfonos, una oficina bancaria, la primera academia de segunda enseñanza, un campo de fútbol con la creación de un equipo que nombró a José María delegado ejecutivo. Cuenta con regocijo cómo tuvo que salir por pies de un pueblo, con la sotana remangada, en uno de aquellos conflictos deportivos. También consiguieron una máquina de cine, con la ayuda de las bases americanas en aquellos años de carencia de divisas. «Era una magnífica máquina, tan robusta que nos permitió su traslado de pueblo en pueblo durante muchos años» (p.158). Y ya, como última «obra menor», la ermita de Santiago en un barrio de nuevo crecimiento. José María comenta que siempre seguía «el mismo procedimiento: hacer patentes las necesidades para suscitar después algunas posibles soluciones» (p.153). Así se explica el hecho de que todas sus actuaciones contaran con un masivo respaldo social precisamente porque respondían a necesidades muy sentidas por el conjunto de la población.

Capacidad para la amistad

Como el libro de José María es casi enciclopédico, se detiene en reflexiones que ponen a las claras sus motivaciones personales más profundas. Por ejemplo, al narrar la construcción del hogar parroquial, escribe: «Quizás la principal motivación estuviera en que yo siempre había considerado que uno de los valores mejores del hombre es su capacidad para la amistad. Pero ésta hay que fomentarla en lugares de encuentro, donde nos sintamos cómodos para la comunicación» (p. 121). Y se explaya en un apartado que llama «nociones sobre la amistad». «Una de las obsesiones más grandes de mi vida siempre fue y sigue siendo la amistad y su fomento. En mi adolescencia y juventud, durante mi ministerio, después de mi secularización, hasta en mi ancianidad, siempre ha sido para mí la primacía el hacer amigos y fomentar las

amistades entre las personas. Por eso, en toda ocasión he impulsado el encuentro amigable en reuniones, comidas, asociaciones erigidas para esto en cualquiera de los sitios donde he vivido» (p. 122). Y cita la asociación «Amigos Almerienses en Asturias», formada por unos cincuentas matrimonios. Tras su asentamiento en Granada, se reunía con personas de muy variada mentalidad, que él formula como una filosofía: «La amistad puede darse en todas las personas... Este vínculo de la amistad puede sortear las diferencias de edad, de cultura, de creencias, de ideales, de religión... Es la más libre y la más gratuita entre todas las vinculaciones» (p. 126).

Promotor de viviendas sociales. Obras de mayor envergadura

Con la experiencia de las «obras menores», José María se fue embarcando en obras de más envergadura. Detectó la necesidad de viviendas sociales. No olvidemos que allá por los años cincuenta no existía agua corriente en casi ningún municipio. La gente acudía a las fuentes públicas y las cantareras eran los únicos depósitos de agua en las casas. Embarcarse en hacer cuarenta y dos viviendas adosadas en lo alto de la colina, desmontando el terreno a pico y pala, era un reto ingente. José María narra todas las gestiones que fue necesario hacer, porque era la parroquia la que hacía las viviendas. Y la graciosa triquiñuela jurídica a la que recurrió para que la propietaria cediera los terrenos, «porque no acababa de ver que una donación para unas casas pudiera ser una obra religiosa o una acción cristiana» (p. 164). Para una capilla o para un templo, lo habría cedido con muchísimo gusto. Y, por si fuera poco, también hubo que abordar de forma compleja la financiación. Pero, bueno, allí están las viviendas que la gente llama «las casas del cura».

Sin haber terminado las viviendas, se embarca en construir una iglesia de nueva planta con capacidad para ochocientas personas sentadas, más instalaciones adicionales y hasta jardines. El templo existente se había quedado muy pequeño. No me detengo en todo el complejo entramado de proyectos y financiación. Pero sí quiero destacar la capacidad de José María para embarcar a un numeroso y activo grupo que consiguió dinamizar a la población para aportar dinero y trabajo voluntario. Se constituye la «Junta parroquial para la construcción del templo», con personalidad jurídica. «Los cimientos... se hicieron a pico y pala, participando masiva y voluntariamente centenares de feligreses,

hasta adolescentes y ancianos, con sus propias herramientas» (p. 225), alcanzando hasta ocho metros de profundidad en la torre. Los canteros suministraron buena parte del mármol, un equipo juvenil recorría los pueblos vecinos proyectando películas y aportando la recaudación, multitud de niños vendían lotería cada semana y «siempre faltaban números». Hasta hicieron una rifa nacional de un coche. Encima tocó en Olula y el agraciado cedió de nuevo el coche para la construcción. José María hace especial hincapié en los técnicos y en los obreros que trabajaron con tenaz ilusión dedicando muchas horas extras para conseguir, por fin, la consagración solemne de la nueva parroquia el 14 de julio de 1968. Y otro detalle muy propio de José María: las arcas parroquiales estaban ya a cero y era imposible celebrar una invitación adecuada para el pueblo y las autoridades religiosas y civiles. «El industrial que regentaba el bar del hogar parroquial... me brindó generosamente su oferta de servir el ágape, que yo personalmente, si no lo hacía la parroquia, iría liquidándole en plazos mensuales. Asumí mi compromiso y, una vez colocado, fui liquidando a título personal, en cantidades mensuales, los gastos de aquel refresco durante más de un año» (p. 232).

En plena vorágine de la construcción del templo, José María se embarcó, y embarcó al pueblo, en otra obra de envergadura, con su respectiva «Junta pro Construcción del Colegio Parroquial de Enseñanza Media». Tras muchas peripecias de todo tipo, el edificio se cedió al Ministerio de Educación y, ya en el curso 1968-69, empezaron las clases. Todavía queda por relatar la iniciativa a la que José María dedica más espacio: constitución de la cooperativa UCIMA (Unión Comercial de Industriales Marmolistas de Almería, Sociedad Cooperativa), que significó un poderoso instrumento dinamizador de la economía en la comarca. Se había ido creando una infraestructura social participativa a través de la Acción Católica y de movimientos especializados como la HOAC y la JOC. Ya tuvieron algunas dificultades con la Guardia Civil, por el recelo que provocaban estas organizaciones. José María inserta dos poesías de Diego Sabiote, natural de Macael y cantero en su juventud, recordando a dos obreros muertos en accidente de trabajo.

La percepción de mi equivocación

Este epígrafe es de José María. A lo largo del relato, se transparenta su dramática lucha interior, especialmente en los dos últimos años. Con

gran honestidad personal, siguió al frente de la parroquia hasta dejar terminadas todas las obras en curso, de modo que el nuevo párroco no tuviera problemas económicos. José María siente la necesidad de recuperar la historia de su formación en el seminario, la visión tan negativa de la mujer, los «equívocos sobre el sacerdocio», todo el complejo entramado histórico de la estructuración jerárquica y hasta un apunte iluminador sobre psicoanálisis y celibato.

«Yo era muy feliz con mis quehaceres apostólicos. Me ilusionaba ayudar espiritual y materialmente a los demás. Difundir el mensaje de Jesús constituía una gran ilusión, en un quehacer continuado en las parroquias que regentaba. Este gratificante apostolado lo sentía no sólo durante mi vida sacerdotal, sino incluso durante la preparación al sacerdocio. Más aún, cuando decidí secularizarme, expuse al señor obispo mi deseo de continuar en el ministerio, aunque fuera en la selva del Orinoco, pero casado» (p. 362).

Estas manifestaciones de José María me suscitan dos reflexiones. Por una parte, resulta escalofriante el dramático y cruel error de una institución que establece la incompatibilidad entre la fidelidad a Dios y la fidelidad a uno mismo, como si fueran antagónicas y hasta contradictorias. El proyecto de Dios es la felicidad de todo ser humano, a pesar de los gigantescos interrogantes que nos suscita, y no es posible establecer un proyecto ilusionante si éste no va acompañado de una paralela y creciente satisfacción personal. Por otra parte, resulta abrumadora la torpeza de nuestra institución eclesiástica que deja perder personas tan valiosas para la tarea evangelizadora con tal de mantener una normativa que pudo tener sentido en otro momento histórico, pero ya ha quedado claramente desfasada y hasta contraproducente. José Ma podía haber sido un magnífico cura casado, como pone en evidencia toda su trayectoria pastoral. Incluso pudo llegar a ser obispo como le insinuó un alto cargo de la nunciatura. Para entonces, José María lo tenía claro: Estoy pensando en pedir la secularización. Y ahí terminó su «carrera» episcopal.

No para aquí el tema. Algunos dirigentes eclesiásticos practicaban entonces una especie de ensañamiento obsesivo contra los secularizados. Cuando la cooperativa UCIMA pidió a José María, ya residente en Asturias, como gerente del almacén de mármol, que se hiciera cargo de

la gerencia, el nuevo obispo de Almería manifestó su más rotunda oposición a que José María residiera en Macael, un pueblo tan cercano a Olula. Y hasta se dijo públicamente que los curas no debían visitarlo. José María reseña emocionado el testimonio de Manuel Rubira, párroco de Macael, quien dijo públicamente: «Yo siempre visitaré su casa, sólo por una razón: porque es mi amigo».

Repasamos fechas. La nueva parroquia se inauguró el 14 de julio de 1968. En el curso 1968-69 empezó a funcionar el instituto de enseñanza media. La cooperativa estaba en marcha y con buenas perspectivas económicas. El Dr. Vallejo Nájera aconseja a José María que pida directamente en Roma el permiso de secularización. Aparte de la angustia en el viaje, que relato más arriba, José María cuenta su opresión de conciencia al monseñor que le atiende: «Ingenuamente le dije que si eso podía ser causa de mi condenación, estaba dispuesto a seguir con mi calvario». Menos mal que tropezó con un monseñor de bastante sentido común y de olfato cristiano. Y éste le dijo: «Pero ¿qué concepto tiene Vd. de Dios? ¿Cree que un Padre tan bueno le va a castigar porque se le haga insufrible su vida sacerdotal, tras veinte años de servirle en una generosa entrega, tal como Vd. me la cuenta? El escándalo, si lo hay, no será su culpa, sino de los que sean inmisericordes. No, hombre, no; solicite la secularización y váyase tranquilo» (p. 393).

Había llegado el momento. «Me marché de la parroquia en vísperas de Navidad de 1968, con la excusa de unas largas vacaciones en Tarazona, para descansar de las obras realizadas. Por consiguiente, salí de mi casa con sólo la maleta una fría noche de diciembre, casi con nocturnidad» (p. 394). José María subraya el contraste. Durante la inauguración del nuevo templo, Angel Suquía, entonces obispo de Almería, «hizo un encendido elogio de mi persona... Cuando él expuso lo que creía mis cualidades, un largo aplauso resonó en el templo» (p. 394). A pesar de esta realidad objetiva, se había establecido una gigantesca presión social en contra de los curas secularizados, que José María experimentó en su propia carne y que afectó muchísimo a Mara, que hasta tuvo que abandonar Olula para irse a vivir en Santander con un hermano suyo. Todavía tuvieron que esperar más de un año hasta que llegó el permiso de Roma. Con la perspectiva del tiempo, dice José María: «Tan felices hemos sido, que, al recordar los pesares que se fueron, lo hacemos sin

ninguna amargura ni rencor, porque quizá fuera aquel dolor el que aquilata aún más nuestra dicha presente» (p. 407).

Los recuerdos comunes

Vuelvo al José María que yo conocí y que recuperamos en nuestra reunión de Granada. Comentamos unánimes su apertura y su cultivo de la amistad. Ya he dicho que nos veíamos todos los meses. Aún así, siempre enviaba para mi santo una felicitación, una poesía, un regalito, un detalle mínimo y entrañable que me dejaba abrumado. Mara comenta: conocía a todos los vecinos del bloque (¡y ya es difícil en nuestras ciudades modernas!) En la fotocopiadora y en todas las tiendas del barrio lo conocían como alguien familiar y cercano. Sabía conservar las amistades más antiguas y mantuvo siempre una gran capacidad para aglutinar a la gente. Era muy despistado, pero siempre recordaba las glorias y las cualidades de cada cual. «Ir a Olula era llamativo. Siempre me he quedado con la sensación de quedar mal con alguien». Concluye Mara: era una cualidad suya por encima de lo normal. Todavía aflora un último recuerdo. Llega una amiga que no había visto desde muchos años atrás y le dice: ¡Pero si estás más guapa y mucho más buena que entonces!

«Como buen cura que fue, conocía a la gente por dentro. Yo se lo decía doscientas veces: siempre seguía siendo cura. Nunca pudo quitarse su educación: misa los domingos, confesar... ¡Yo que no confieso nunca!». Era «timidón» y muy timorato. Tenía una delicadeza especial para no desagradar a nadie.

Capítulo aparte merece su alegre afición a las comidas como lugar de encuentro y de comunicación. Y también de la buena mesa. Se quedaba decepcionado porque yo siempre pedía un revuelto. Pensaba que era muy poco. Cada mes, nos poníamos de acuerdo para comer con una o varias personas amigas. Eran sesiones entrañables donde salían a flote infinidad de temas y de anécdotas. Yo he aprendido muchísimo en esas comidas. José María manifestaba a veces una especie de entusiasmo, propio de neo-converso, que podía parecer extraño para quienes habían descubierto el Mediterráneo mucho antes. Pero siempre será fascinante para quien lo descubre por primera vez.

Una fe más libre y pura

José María y yo asistimos a un foro de debate sobre Jesús histórico. José María quedó fascinado por el tema y empezó a estudiarlo con verdadera pasión. Leyó a los mejores especialistas (Meier, Crossan, Theissen...). Con una valentía sorprendente, se decidió a escribir un libro: «Reflexiones sobre el Jesús histórico» (Arráez Editores, 2003). Mantuvimos un largo intercambio de correos, porque José María me enviaba cada capítulo y yo le hacía mis sugerencias y comentarios. Recuerdo esa etapa como muy estimulante y enriquecedora, además de la amistad que se iba acumulando. Ahí en ese libro aparecen frecuentemente sus miedos a escandalizar, esa delicadeza que todo el mundo reconoce en él. En contrapartida, José María recibió más de cien correos que le agradecían su libro y el bien que les había hecho. Conservo como recuerdo suyo muy valioso el regalo y la dedicatoria que me hizo de un libro de Crossan: «Para, de verdad, mi mejor amigo, que ha sido para mí como las raíces del árbol, que llenan de frutos las ramas, sin pedir nada a cambio. Gracias, querido Pope. Un abrazo». Y la dedicatoria de su último libro «A Pope y Elisa, siempre recordando lo que tan insistentemente me han hecho comprender: que el amor al otro, quienquiera que sea, es la única experiencia física del incognoscible Dios, que tanto hemos buscado en nuestras conversaciones y tertulias teológicas. Gracias por vuestra amistad que me ha hecho ser lo que ahora soy en una fe más libre y pura. Un gran abrazo». En uno de sus momentos de indecisión y escrúpulos, le escribí este correo (25-01-04): «José María: tú eres la persona más abierta que conozco, viniendo de donde vienes y con la edad en que te metiste en estos berenjenales. Eso indica una gran honestidad intelectual, una notable apertura mental, una inteligencia por encima de lo común y una valentía para empezar a caminar casi a tientas. Todo esto lo admiro mucho y lo he puesto muchas veces como ejemplo». Aquí vuelvo a dejar constancia de ello.

Entre las muchas iniciativas de José María, destaco las cenas-tertulias de Altamura (restaurante de Granada) que se vienen desarrollando desde hace más de quince años, con mayoritaria participación de ex-curas. Allí han acudido profesores de la facultad de teología y de la universidad de Granada. Tras una breve exposición del tema, empieza la «barra libre», con preguntas y comentarios. Así lo describe Juan de Dios Peinado, asiduo participante en la tertulia desde el principio: «No es posible llegar hoy a esta tertulia del Altamura, que José María inició, animó y estimuló con el entusiasmo y la fuerza que sabía imprimir a todas sus iniciativas, y no recordar la cordialidad de su acogida, su saludo, su sonrisa, que

hacía fluir inmediatamente la química de un encuentro verdaderamente humano, su interés porque no decayese y ofrecernos temas interesantes que dieran juego a la discusión teológica y al diálogo. Muchos le conocimos ya maduro en años y tuvimos la sensación de habernos conocido desde toda la vida».

Ecos de una despedida

Nuestro amigo, Juan Cejudo, hizo esta semblanza: «Como compañero y amigo, guardo de él un magnífico recuerdo de un hombre bueno, correcto en sus modales y educado y con gran capacidad para escuchar a las personas. Como compañero en MOCEOP, decir que trabajó muchísimo para intentar crear un buen grupo en la zona de Andalucía Occidental donde él fue delegado muchos años. Creo que en gran parte, lo que hoy existe de MOCEOP en Andalucía se debe a él. Estoy seguro que los que más lo han tratado estarán de acuerdo conmigo de que se trata de una persona excelente, de un trato muy agradable y educado y una persona con la que, a nivel eclesial, sintonizaba en muchísimos puntos. Como muchos de nosotros, cuestionaba muchas cosas de la Iglesia ya desfasadas y anhelaba una transformación muy profunda en sus estructuras medievales».

En nombre del grupo, leí este escrito en la misa de despedida: «Querido y entrañable José María: Un pequeño grupo de amigos, entre tus numerosas e incontables amistades, queremos despedirnos especialmente de ti. Tenemos la serena esperanza de que este adiós no es definitivo. Pero esa esperanza luminosa y consoladora no elimina el actual desgarro, inapelable y cruel, que nos deja aturdidos y abrumados. Hemos vivido contigo experiencias muy entrañables que nos van a acompañar, aunque tú ya no estés entre nosotros. En nuestros encuentros de Altamura hemos almacenado, con tu ayuda y contigo, toneladas de cordialidad y de sencillez; ejemplo callado de serena y eficaz responsabilidad; descubrimiento de una lealtad continuada y vigilante; alegría de una amistad gozosa y expansiva. ¡Gracias, José María! ¡¡Muchas gracias!!

Además, yo, personalmente, quiero recordarte con especial agradecimiento las largas y brevísimas horas que hemos compartido durante años en Atarfe. Allí aprendimos a hacernos preguntas; a desprendernos de nuestras seguridades y de nuestras certezas; a

abrir nuestro corazón desde la sinceridad respetuosa y absoluta; a caminar a tientas en la oscuridad de toda existencia humana; a cultivar una esperanza insobornable e ilusionada. ¡Gracias, José María!

Gracias, porque aprendiste a vivir a la intemperie de la fe; gracias porque tuviste el coraje de sacudirte tus miedos y tus culpabilizaciones; gracias porque fuiste descubriendo un sentido cada vez más profundo a tu propia vida.

Tienes muchas otras personas que te han conocido y que te han querido. Tenemos la certeza de que ellas, todas nosotras y todos nosotros, estaremos muy cercanos a tu Mara en estos momentos de angustiosa soledad. Con el cariño de tanta gente amiga, deseamos y esperamos que tu Mara encuentre nuevo sentido a su vida, aunque tú ya no estés con ella».

Por último, Manuel López Aranda, actual coordinador del grupo Altamura, le hizo esta dedicatoria y soneto:

«A José María Marín Miras, sembrador de inquietudes humanas y divinas, hombre de arraigada fe, buscador intrépido y sincero de la verdad, de corazón recio y tierno, además de amigo entregado y fiel.

Fuiste fiel buscador de la verdad Sobre Dios, el hombre, y su destino,

A la luz de lo humano y lo divino Del Dios hecho en Jesús humanidad.

Ansiabas desvelar la opacidad Del ocaso en el hombre mortecino.

Ya en el oasis de tu eterno sino,

Todo es amanecer, diafanidad.

Tras el Gólgota de tu mortal duelo,

Dormida la esperanza y la inquietud,

En tu templo se ha rasgado ya el velo.

Coronado así tu vital anhelo,

Feliz en resplandor de plenitud,

¡Haznos llegar un eco de tu cielo!» (1-03-09).

Pope Godoy

BERNARDINO MENDÍJUR

Vitoria

CURA CASADO Y CURA OBRERO

Agustino, vasco, «cura casado, con mujer y cuatro hijas, y cura obrero» como él se define... Trabajado por la vida en múltiples campos, tanto pastorales como profesionales.

Es contagioso su espíritu de entrega, su optimismo, su afán por superar dificultades, por ver el lado humano y bueno d e las personas y acontecimientos. Para él, es una forma de estar «colgado» de Jesús; aun lo negativo es una oportunidad de cambio y acción transformadora.

Sigue sintiéndose cura de otra manera más comprometida, buscando un sentido cristiano de encarnación en la vida real de la gente, tratando de contagiar una forma de dar más luz, calor, ilusión y esperanza.

Y tiene conciencia de vivir una iglesia real, encarnada; y así, estar ayudando a cambiar una iglesia de misa y sacramentos por otra de andar por casa y por la vida.

Orígenes y entrada en el seminario

Soy Bemardino Mendíjur García, nací en Apellaniz (Alava) el 2 de Mayo del 1941. Mi infancia hasta los nueve años se desarrolló entre tres pueblos de la montaña alavesa, Vírgala Menor, Corres, Vírgala Mayor, hasta ir al seminario de Agustinos Recoletos, en San Sebastián

Mi padre era pastor en estos pueblos; y en Vírgala Mayor vivíamos en la casa cural del pueblo, que era grande y se dividió en dos; en una vivía el cura y en la otra nosotros, aunque el cura hacía mucha vida en nuestra casa. Somos cinco hermanos, de los cuales uno falleció siendo ciclista profesional del equipo KAS.

Mi contacto con el cura en un pueblo pequeño y el ser monaguillo pudo influir en mí. Siempre me sentí llamado a meterme a cura, porque era algo que me llamaba la atención, sobre todo y principalmente por ayudar a los demás, cosa que sentía profundamente. De los tres niños del pueblo que fuimos para cura, sólo permanecí yo. Aunque deseaba ir al seminario diocesano de Vitoria, mi familia era pobre y no me daban beca, con lo que me fui a los agustinos, que venían por los pueblos buscando chicos para su congregación.

Con los Agustinos Recoletos: estudios religiosos y profesionales

Ingresé en los Agustinos a los nueve años y en San Sebastián estuve hasta los dieciocho, en dos colegios distintos: en Martutene hice los tres primeros años de humanidades y en Santa Rita los restantes hasta terminar Filosofía. A los dieciocho fui a Monachil (Granada), donde hice un año de noviciado, después profesión de votos temporales por tres años; y después, votos perpetuos. En estos años cursé estudios de Teología y Moral y todas las materias complementarias de la carrera sacerdotal.

A los veintiún años terminé la carrera: lo normal era a los veinticuatro; siempre fui el más joven del curso y, como era muy joven, tuvieron que pedir permiso a Roma para ordenarme y el querido Juan XXIII me concedió la dispensa y me ordenaron a los veintidós y medio, en Madrid. Después estudié en Madrid oficialía y maestría industrial1, tres años en total, con el proyecto de montar después en Motril (Granada) una escuela de formación profesional. Una anécdota es que pedí hacer los

tres años de oficialía en uno y, como no se podía, hubo que pedir permiso al Ministerio, cosa que me concedieron, siendo el primer caso que se daba en España. En este campo social pude conocer las realidades de la juventud, la universidad, las fábricas, los conflictos...

Durante esta estancia en Madrid, yo residía en la casa provincial2, donde tuve la ocasión de ejercer la pastoral en nuestra iglesia de Santa Mónica y de conocer las órdenes religiosas por dentro y desde donde se rigen y se organiza todo el organigrama institucional.

Terminados los estudios fui a Motril, donde inauguré una escuela de formación profesional en la rama de electricidad (instalador y bobinador) y en la rama mecánica (ajustador y tornero). Enseñé toda la parte mecánica y técnica: talleres de ajuste y torno, tecnología y dibujo industrial.

Muy variados trabajos pastorales

Durante mi estancia en Motril, además de atender a mis responsabilidades educativas de enseñanza y formación humana de los jóvenes, ejercí de cura en algunos barrios pobres: San Antonio, Cerrillo Jaime (el «barrio sin ley y sin Dios», le llamaban), donde vi la pobreza en grado extremo y donde me dediqué a darles de comer y levantar chabolas más dignas y a darles algo de formación humana; en el pueblo La Gorgoracha; ayudaba también a los curas diocesanos en sus parroquias. También estuve de capellán de los entonces Reyes de Bélgica (Balduino y Fabiola3), durante su estancia por estas tierras; atendí el convento de monjas de clausura, de las monjas Agustinas Recoletas; fui director espiritual del colegio de las Madres Dominicas y finalmente capellán del colegio mayor de Motril. También hice otras salidas pastorales en Semana Santa y a otros eventos como primeras comuniones en zonas apartadas y montañosas de la provincia de Granada. En algún momento quise cambiar a cura diocesano, movido por el cura de mi pueblo que me vio crecer, pero el obispo de Vitoria no me lo concedió.

Cura obrero

Tras toda esta andadura, mi cuestionamiento se iba centrando más y más en la gente pobre, en el mundo obrero, en los problemas de la gente de la calle; con lo que el paso o salida de la iglesia-institución fue progresivo hasta venir a Vitoria, donde me puse a trabajar en una fábrica

(Ingeniería de Fundición), después en otra (Elementos de Precisión Sánchez Bueno) y finalmente en Reivaj, ahora Zardoya Otis, donde he estado veinticinco años y donde me he prejubilado y jubilado. Mi opción de vida fue trabajar desde mi sacerdocio vocacional, como obrero normal; entonces aquí, en Euskadi, había un mundo obrero pionero y muy conflictivo en cuanto a reivindicaciones sociales. Rechacé otras opciones como la enseñanza u otras proposiciones que se me hicieron desde la iglesia y la política.

Valoración de todo este proceso

Entre los asuntos importantes a resaltar de toda esta etapa, quiero destacar: mi vocación temprana para el sacerdocio como forma de entregarme a los demás; toda la ayuda familiar y social y apoyo cristiano que recibí de todos; la experiencia rica y bonita en valores humanos y cristianos durante mi formación. Las sombras institucionales y eclesiales que había, supusieron en mí una autoformación, una crítica constructiva y una propuesta de futuro como oportunidad. La incursión en el mundo obrero de la formación, universidad, fábricas y pastoral de calle más que de misa y sacramentos, me hizo tener un visión del mundo más real y comprometida.

A destacar, también, el espíritu de entrega, optimista, de superar dificultades, de ver el lado humano y bueno de las personas y cosas, una forma de estar «colgado» del mensaje de Jesús que me valió para «complicarme la vida por Él y su mensaje» (como digo ahora), para desligarme de alguna forma del mensaje de la iglesia, que es más de ricos, más de libro, sin compromiso suficiente en los foros de la vida de los más necesitados.

De lo negativo no reniego, porque lo negativo me sirvió como oportunidad de cambio y acción más comprometida. Valoro positivamente el esquema formativo institucional, salvando ciertas lagunas.

Etapa de cura célibe: vivencias y cuestionamientos

Mi etapa como cura célibe la valoro muy positivamente, con alegría y compromiso y sin traumas ni mayores dificultades personales, institucionales o eclesiales, aunque algunos problemas hubo en cuanto a la falta de compromiso de mis superiores e iglesia.

Mi ejercicio pastoral en Madrid y en Motril se desarrolló muy a mi gusto y según mis criterios: una forma de romper moldes, en la manera de hacer la misa o los sacramentos, por lo que tuve algunas críticas; una misa animada y más de compromiso, una confesión no de confesionario (o de beaterío^) sino de charla con la persona; o la confesión (más bien diálogo) del matrimonio en pareja en aspectos comunes, en lugares apropiados para el diálogo y el compromiso, una forma de entenderla no como un trauma personal sino como una motivación de mejora compartida...

Otra forma de ver y salir de la «pastoral de misa y sacramentos» y centrarme más en grupos pequeños, de barrios, de matrimonios, de mujeres, de jóvenes en institutos, de grupos de convivencia social donde la manera de estar les aporta otra forma de ver las cosas. Por concretar más: dos grupos de matrimonios (uno de clase social alta y otro de clase social media); grupo de mujeres (ricas y latifundistas) con el fin de estudiar la cartas de San Pablo y de paso sacar dinero para alimentar los barrios pobres que atendía. Como capellán y director espiritual del colegio de dominicas, intentando «darles pan para quitar el hambre en vez de pasteles», tratando los problemas de su edad con profesionales adecuados y menos preocupado por lo exclusivamente religioso. Como profesor de cursillos de cristiandad, donde me rodeé de muy buenas personas para que me ayudaran y también para disfrutar de la vida, tomar unos vinos y unas tapas y ser amigos de verdad en una convivencia integral. Como pastor ambulante por las Alpujarras en Semana Santa u otros eventos, donde curiosamente en un pueblo me tocó afrontar el caso de un cura que se había liado y fugado con una mujer y tuve que «desfacer entuertos», a mi manera, ganándome el aprecio de la gente.

Etapa de cura casado

Tras pedir la dispensa a Roma, al año y medio me casé; mi presentación en cualquier foro humano o eclesial ha sido y es, con gran honor: «Bernardino Mendíjur García, cura casado, con mujer y cuatro hijas, y cura obrero».

A lo largo de este periodo, hay una serie de convicciones generales que me han movido y me mueven, y que deseo destacar. En primer lugar, ser consciente de que vivo una cierta situación de desierto, de

travesía difícil; pero convencido de que continúo mi ministerio sacerdotal de otra manera más comprometida, buscando un sentido cristiano de encarnación en la vida real de la gente, tratando de encontrar una forma de dar más luz, calor, ilusión y esperanza en la vida de la gente. Un sentido de acompañamiento personal y colectivo a personas o grupos. En definitiva, la conciencia de vivir una iglesia real, comprometida, no la teórica institucional; y así, cambiar un sentido de iglesia de misa y sacramentos por iglesia sacramento de vida.

Difundir el mensaje de Jesús concretado en la fraternidad, justicia, igualdad y libertad: un sentido de concienciación social en los lugares donde he vivido y actuado. Una forma de vivir la fe en los conflictos, la denuncia o unir Fe y Vida. La opción por ser un trabajador como los demás, honesto, honrado, con todos los problemas anexos. Ser trabajador asociado con los demás en fábricas, sindicatos, grupos sociales... Ayudar a crear grupos de trabajo y lucha, derechos, denuncias, convenios... Ver a la persona en todas sus dimensiones: la solidaridad en el mundo laboral y social; la solidaridad con los más pobres: excluidos, drogadictos, parados... Éstas son algunas de mis apuestas.

Y todo ello, enmarcado en una serie de valores que me parecen irrenunciables: la exigencia de coherencia entre lo que digo y hago; la apertura de mente, corazón y vida a todo, sin hacer ascos a ciertas cerrazones; la vivencia espiritual de Dios, desposeída de artilugios que lo ocultan; el afán de compartir todo lo que tengo como persona, cristiano, cura, trabajador; la prioridad de construir grupos de vida, donde compartir todo sin miedos; la urgencia de tener una mirada positiva sobre todos los acontecimientos de la vida; la conveniencia de trabajar desde dentro de la institución eclesiástica para transformarla en la medida de lo posible.

Vivencias en la vida familiar

En este campo, parto de tres aspectos que considero básicos: mi familia es para mí la «iglesia doméstica»; en ella encuentro a Dios y tengo experiencia de Él; en ella se debe realizar mi primer compromiso como persona, creyente, cura y obrero. Y desde ella debe trascender y proyectarme al resto de los ámbitos de mi vida.

Siempre hemos intentado que nuestra pareja estuviera abierta hacia

otras realidades; que fuera capaz de romper el ideario eclesial dominante en torno a la mujer, el matrimonio y el sacerdocio célibe. En ella hemos procurado vivir la sencillez, las dificultades, los retos, las pobrezas de la vida diaria, desde la fidelidad al mensaje de Jesús y desde la alegría que contagia. Nos acompaña en muchos momentos la experiencia de vacío e incomprensión social y eclesial: la experiencia del desierto... Y nos ayuda la búsqueda de Dios en entornos menos convencionales, extraeclesiales. Es verdad que todo esto lleva consigo la pérdida de seguridades y certezas; pero nos convierte en buscadores de Dios.

Así, creo que se va haciendo realidad un nuevo modelo de servicio pastoral, profético y misionero; ejercemos un ministerio de servicio desde otras coordenadas: encarnación, compromiso, denuncia profética desde la familia y la sociedad; nos podemos sentir fieles a la iglesia-misterio, dentro de una iglesia doméstica y real.

Estas convicciones me llevaron a tener cuatro hijas por amor, a romper tabúes como hacerme la vasectomía, antes ilegal, a saber lo que es obediencia, pobreza y castidad, a aceptar situaciones difíciles por un virus cerebral en una hija, hoy con minusvalía de 65%, etc. Me siento padre y abuelo; y veo a Dios Padre mucho mejor que antes. Doy gracias a Dios por haber tomado la decisión de ser cura casado, de dejar la parafernalia eclesial, a conciencia y en su momento (digo esto porque mi jubilación ha sido según los años cotizados como casado, dado que los de trabajo eclesial se perdieron en el abismo de las arcas católicas.)

Vivencias en el trabajo

Mucho de lo apuntado arriba es aplicable también aquí, porque mi trabajo y profesión han sido para mí la «iglesia laboral», donde afortunadamente me he desenvuelto. Ha sido una manera de poner luz, ilusión, esperanza humanas, laborales y cristianas; de ejercer una relación fraternal entre iguales y con los distintos directivos; también de denuncia y búsqueda de solución de los problemas laborales, personales y sociales; una forma de ser no un padre sino un compañero cualificado en el pensar, juzgar y actuar.

En ese mundo laboral he encontrado un terreno en que darme gratuitamente, sin esperar recompensas, adulaciones o prebendas; y un

lugar privilegiado en que dignificar el trabajo, siendo actores y no sólo pacientes obreros; donde exigir una seguridad integral en el trabajo (comités, propuestas, acciones...), y un trabajo en condiciones sostenibles (movimientos, pesos, rutinas.); donde dar el paso del sindicato vertical a los sindicatos horizontales5. Allí hemos luchado, con protestas y huelgas, para conseguir derechos sociales negados, para alcanzar niveles sociales comparables al resto de Europa. Fui delegado de empresa y representante sindical durante veinticinco años, una especie de juez honorario en la solución de conflictos, creador de círculos de calidad, colaborador en la gestión de riesgos laborales.

Compromiso social

Estuve presente en las organizaciones propias del barrio, aporté mi presencia, mi filosofía de vida y mi compromiso, hice de aglutinador de colectivos o redes para solucionar problemas comunes, ayudé a grupos sociales: centro social del barrio, Askagintxa (prevención de las drogodependencias a nivel ciudad), consejos municipales de zona, fiestas del barrio, diversas efemérides . Me sumé a denuncias y reivindicaciones colectivas de barrio o de ciudad; participé en movimientos populares de base para la sensibilización social tales como campañas 0,76 deuda externa, contra abusos infantiles-sexuales-de género, etc. Antes y después de jubilado entré en el mundo de los mayores, creando un grupo parroquial, exportando a otros grupos diocesanos ideas, teatros, actividades, etc.

Hoy estoy enrolado como animador personal y grupalmente reconocido, en grupos de mayores, a nivel cultural, de viajes y de ocio: aulas de la 3edad de Diputación, Fundación Mejora de Caja Vital, salidas al monte y senderismo del ayuntamiento. Ejerzo de animador social de barrio y ciudad en valores de convivencia, de mayores activos, integración social (vecinos), de ocio compartido tomando unos vinos, etc.

Vivencias de compromiso eclesial

Una de mis prioridades fue siempre trabajar desde dentro de la iglesia para cambiar lo posible, estar presente y ser voz crítica constructiva; para rehacer una iglesia de andar por casa y por la vida, no de andar por los pasillos eclesiásticos; otro tipo de iglesia, no sólo de misa y sacramentos sino de compromiso en la vida, otra forma de verla como lugar de encuentros vecinales, sociales, sindicales.

Mis parroquianos son todas las personas que caminan por la vida, no por los templos. Estuve presente en grupos sociales cristianos comprometidos: ADSIS, Somos Iglesia, grupos de oración y vida.... He estado hasta ahora en grupos parroquiales como cabeza visible: consejo parroquial, zonal, unidad pastoral, grupos de liturgia, director de Cáritas parroquial y representante zonal en Cáritas diocesana, catequesis, adultos, jóvenes, mayores... He trabajado por una iglesia democrática, participativa, corresponsable, animadora, de Buenas Noticias; y este año dejé todas mis responsabilidades. Ahora llevo la Buena Noticia de Dios en una residencia privada de ancianos, haciendo la misa y todo lo que se me pida desde dirección.

En mis conversaciones con curas célibes, a nivel privado, en general comprenden y aprueban mi experiencia de cura casado y obrero, como otra opción justa de un celibato opcional, con frases como: «chapeau», «así debieran hacer todos», «esto tiene que cambiar», «te envidio y te apoyo», «eres como yo», «con los mismos derechos a la hora de concelebrar o cara al público», «tu trabajo pastoral de calle es tan válido como el nuestro», «eres tan cura como nosotros», «haces tanto apostolado o más que nosotros»; aunque para decir esto cara al público tienen miedo a lo que diga la gente y a represalias institucionales. He vivido situaciones difíciles por ello.

Praxis en comunidades de base

Mi praxis ha estado ligada a los grupos parroquiales antes enunciados. Dentro de Comisiones Obreras estuve un año intentando remover obstáculos eclesiales y sociales, sin intentar llegar a comunidad de base cristiana, aunque sí social.

Participo en grupos sociales cristianos como: MOCEOP, Somos Iglesia, Fe y Vida, grupos de mayores tanto en parroquias como sociales, residencia privada de ancianos, grupos de convivencia en el ocio y en la vida diaria, Cáritas parroquial y diocesana.

Movimientos sociales y colectivos cristianos

Además de los movimientos sindicales y laborales, los movimientos sociales como «Gesto por la Paz»7 contra la violencia de Eta y otros muchos contra otras violencias han contado con mi participación. Como animador he participado en colectivos como: Caritas diocesana y

parroquial durante treinta años, campañas ocasionales como 0,7, deuda externa-deuda eterna8, contra abusos infantiles, contra violencia a las mujeres, por la paz, etc.

Papel del cura hoy

El cura debe ser una persona encarnada en la vida de la gente y con la gente, con sus mismas realidades de esposo, padre, trabajador. Como uno más pero con su propio carisma. Lo de «cura a tiempo total», con sus seguridades y con su privación de libertades, no tiene cabida en el mundo actual, es más perjudicial que beneficioso.

La concepción de cura «como funcionario» de la iglesia debe pasar a mejor vida. Lo de «cura para siempre», sí en el espíritu, no tanto en el compromiso actual eclesial. Me suelen decir: «Tú eres más cura que nadie». Con eso creo que dicen muchas cosas. Cuando me presento como cura casado y como cura obrero, se me abren todas las puertas y me apoyan y me dan la razón.

Mi vinculación a Moceop

Mi vinculación a MOCEOP sucedió tras una entrevista en la tele: comencé a buscar por la prensa, como una necesidad de compartir experiencias, teología, formas de iglesia. Fue, es y será una gozada el sentirme dentro del movimiento, no como algo cerrado, sino como un movimiento abierto a la vida, a los cambios, mentalidades y situaciones...

He sido y soy delegado de MOCEOP en el País vasco; pero tras años intensos de hacerme presente en diversas provincias con curas casados, observé que no había interés en seguir batallando por otro tipo de iglesia, o que cada uno iba a su vida privada, o que su interés eclesial no existía como tal. Decidí hacer mi camino a nivel personal, haciéndome presente como cura casado y obrero en las reuniones de MOCEOP y de Curas Obreros, en la medida de mis posibilidades, sin representar a nadie o representando sólo un movimiento nacional y mundial. Sigo con la revista y en la distancia, porque sólo se llega hasta donde uno puede.

Pertenecer a MOCEOP y compartir teología y vida, dificultades y logros con grupos afines o de apoyo, que de alguna manera nos complementamos y nos enriquecemos, ha sido para mí llenar mi espíritu, corazón y vida con el mensaje de Jesús y de su puesta en práctica en la

SO

vida personal y en la vida del mundo. Me he sentido acompañado en la cercanía de las personas y de los grupos de MOCEOP. Es un referente fundamental en mi vida personal, grupal, eclesial y social.

Compromiso político

A pesar de reiteradas proposiciones no me sentí motivado, no por no considerarlo esencial, sino porque al afiliarme a un partido dejas de ser tú para ser un número que tienes que decir lo que dice el partido, aunque no estés de acuerdo.

Mi implicación política ha sido desde la base, en grupos sociales y sus acciones sociales, con ideología política afines a mi ideario político: de izquierdas, socialista, pacifista. También he compartido con otros cuando las ideas y acciones eran comunes.

Retos a afrontar

Como personas, creo que cada uno desde su compromiso sabrá qué hacer, cómo, dónde, cuando, cómo alimentarse, cómo llevarlo a cabo. Como colectivo, seguir adelante con los fines propuestos: dar a conocer nuestra experiencia abierta, positiva, esperanzadora; reforzar el seguimiento por las generaciones que nos siguen. Promover los cambios, acciones y movimientos necesarios según nuestra forma de ser y actuar en las distintas evoluciones sociales. Dejar reflejada nuestra experiencia de vida comprometida, para las generaciones posteriores para la sociedad y para la iglesia.

Más concreciones no me veo en este momento con capacidad para hacerlas, porque mi visión puede ser restringida; creo se debe hacer entre todos en un marco de reflexión grupal desde las distintas ópticas que nos dio a cada uno la vida y entre todos concretar

(Notas)

1    Títulos de la Pormación Profesional, del sistema educativo, paralelos al bachillerato

2    Las congregaciones religiosas están organizadas en zonas territoriales, que llaman provincias. La casa provincial es donde están las oficinas y residencia del religioso o religiosa que gobierna la provincia.

SI

3    El rey Balduino, de Bélgica, se casó en 1960 con Pabiola de Mora y Aragón, de la nobleza española, que en aquellos años de la dictadura y aislamiento, tuvo mucha repercusión mediática.

4    Casa en que viven ciertas religiosas en comunidad.

5    En la transición (1975-1978) desapareció el sindicato obligatorio del régimen franquista, llamado popularmente vertical, y se legalizaron los sindicatos democráticos que ya existían como clandestinos desde mitad de los años sesenta.

6    Ver en Glosario, Comisión 0,7

Plataforma del País Vasco y Navarra, pacifista e independiente de cualquier partido o institución. Desde 1986 se constituye como una respuesta a la violencia de ETA, concienciando a la sociedad civil del respeto a los derechos humanos. Realiza concentraciones silenciosas de 15 minutos al día siguiente de cada muerte debida a actos violentos.

8 CARITAS, CONPER (Confederación de Religiosos), JUSTICIA Y PAZ y MANOS UNIDAS, vinculadas a la Iglesia, prepararon para la entrada en el segundo milenio una campaña de sensibilización, movilización ciudadana y presión política, con el objeto de conseguir liberar de la carga de la deuda externa a más de mil millones de personas de los países pobres, deuda debida a la injustas leyes impuestas por la OMC y el P.I.

MIGUEL ÁNGEL NÚÑEZ BELTRÁN

Sevilla

A VUELA PLUMA DESDE LA LAICIDAD

Castellano viejo afincado en Sevilla tras pasar por Bilbao. Formación inicialmente espiritualista, aunque contrarrestada por el trabajo veraniego en un hospital de Esplugues de Llobregat y completada con estudios de Geografía e Historia. Amplio recorrido enriquecedor.

El proceso personal va madurando con una progresiva apertura al mundo real y el acercamiento a la realidad humana. Como cura tiene la suerte de encontrar compañeros con una visión evangélica del sacerdocio, que incluía la apuesta por los más necesitados, por el mundo del trabajo e incluso por unas opciones políticas de izquierda.

Hoy busca una nueva manera de vivir la fe a través de la comunidad y sueña una iglesia asentada en la promoción de los valores humanos del Evangelio.

No hace mucho recibí un e-mail de un antiguo compañero de seminario, en el que se incluía un álbum que recogía fotografías desde finales de los años 60 en el seminario y de una reunión que habían celebrado algunos de estos compañeros con los que compartimos mucho tiempo, años en algunos casos. Recuerdo que contesté y, entre otras cosas, añadía una frase parecida, si no idéntica, a la siguiente: «Lo único que reconozco es el edificio; a las personas en su momento actual, no». Esta opinión o verdad, puede verterse de la evolución que ha experimentado mi vida desde aquellos tiempos de seminario.

Ambiente tradicional de la Castilla profunda

Nací allá por 1955 en un pueblo de Burgos, Tortoles de Esgueva; castellano viejo, por ende. Este hecho puede servir para encuadrar mis primeros años de existencia en el tradicionalismo de la Castilla profunda. Mi infancia y preadolescencia transcurrieron en una sociedad cristianizada, no sé si cristiana, plagada de ritos y sacralizaciones que envolvían la vida del hombre de la cuna a la sepultura. Fortalecido esto por un régimen político, el franquismo, que utilizaba la religión y sus ritos como medio de control social e ideológico (he conocido multas y maltratos del alcalde falangista y de la guardia civil por blasfemar o trabajar un domingo1, aunque tan sólo fuera acarreando un haz de leña del campo al hogar).

La falta de recursos y la altura cariñosa de miras de los padres contemplaban en este ambiente a la religión, a la iglesia, como medio idóneo de ascenso social, disfrazado quizás de la abnegación religiosa de la entrega a Dios de uno de sus vástagos.

No fue la imposición, sino cierta inclinación a lo eclesiástico

Sin embargo, no fue la imposición la que me encaminó al seminario, aunque sí el ambiente que se respiraba tanto en el pueblo como en la familia (tenía una tía monja en el mismo pueblo y algún otro pariente también religioso en otros lugares). Desde pequeño parece que mostraba cierta inclinación a lo eclesiástico. Sucedió por ello que a los doce años, con la libertad propia de esa corta edad, ingresé en el Seminario Menor de San José, de Burgos. Un acontecimiento que se veía con orgullo por parte de mis padres y familia, a quien no importaba el sacrificio económico

que debían realizar. Fue en 1967. Este mismo año, buscando un mejor porvenir económico, mi familia (padre, madre, dos hermanas y un hermano, otra nacería después, junto a la abuela paterna) emigraban a Erandio, un pueblo de la margen derecha del gran Bilbao. Yo me quedaba estudiando en el seminario de Burgos.

No se pueden pedir peras al olmo

Cuando me viene a la mente los cinco años de seminario menor se mezclan en la actualidad sensaciones de años felices, aunque separado de la familia, pues realmente así fueron, en los que se fue forjando una bastante sólida formación intelectual. No obstante, también la inculcación de una fe religiosa más ritualista que interior, tradicional en exceso, que en lo humano se reflejaba en actitudes represivas e incluso escrupulosas en lo moral, que han ido dejando huella en momentos posteriores. Asimismo, uno de los aspectos que más se echa en falta en la educación recibida es la formación en un espíritu crítico, que conlleva la aceptación sin más de lo que se ofrece, ya que no ha lugar a dudas ni racionalización de lo que se enseña (algo que no debe extrañar en el momento histórico y eclesial de esa década en España: «no se pueden pedir peras al olmo»).

Algo estaba cambiando, dentro del tradicionalismo predominante

Los años pasaban y ya en el Seminario Mayor de San Jerónimo, hoy convertido en el hotel «Abba», después de terminar los estudios de bachillerato, iniciaba los estudios de Filosofía y Teología. Algo cambiaba ya en la iglesia y se reflejaba en el enfoque que algunos profesores de la Facultad de Teología del Norte de España -sede de Burgos; otra sede se ubicaba en Vitoria- daban a la teología y, por tanto, a la fe cristiana. A pesar de todo perduraba el tradicionalismo (como anécdota, recuerdo que en aquel noviembre de 1975 en que murió el general Franco de los ojos de un profesor de Antiguo Testamento brotaron algunas lágrimas al escuchar la noticia dada por el entonces presidente de gobierno Arias Navarro).

Desde la lejanía, empero, aquellos profesores, de mentalidad más abierta, denostados por otros en quienes normalmente recaía el gobierno de la facultad, siguen estando presente con gratitud en mi mente, sobre todo por el cuestionamiento de muchas ideas que hasta entonces consideraba verdades intangibles. El mismo cuestionamiento suponía ya

SS

el inicio de una cierta liberación. Agradezco ahora que me hicieran descubrir, al unísono de una nueva realidad política que nacía en España, una nueva realidad socio-religiosa, que se abría camino a duras penas a través de movimientos renovadores como Cristianos por el Socialismo, comunidades cristianas de base o la teología progresista europea y, después, la Teología de la Liberación. No se crea, sin embargo, que esto lo mamaba ya en la, pese a todo, tradicional Facultad de Teología de Burgos, sino que se iban apuntalando las bases que posteriormente me ayudarían a descubrirlo. En estos años aún consideraba la misa diaria, e incluso el rosario, como hecho inherente a la auténtica vocación del seminarista, máxime cuando durante un curso (2o de teología) se pasaba fuera del seminario («en el chalet», se decía) con el fin de «afianzar o cuestionar» la vocación, y se imponía, por parte de quien lo dirigía, una visión angelical en lo religioso, enfermiza y escrupulosa en lo moral, nada realista, por ende, de la vida.

Choque de dos formas de entender el ministerio

Hay algunos hechos en esta época, en torno al año 1974, y posteriores, que marcaron mi devenir. El primero -desconozco la causa, pero no creo que fuese por rebeldía, pues la falta de actitud crítica poco dejaba a ella- la negativa a aceptar la bibliografía espiritual, para lectura individual, que desde la dirección del seminario se intentaba imponer, a lo que se añadió la búsqueda de un «director espiritual» en la figura de un sacerdote fuera del seminario. Fue un total acierto. Los libros que, al azar, encontraba en la librería «Luz y Vida» de Burgos o en «San Pablo» de Bilbao durante las vacaciones, me sirvieron para madurar (ciertos títulos los recuerdo perfectamente, aunque se me hayan extraviado algunos de esos libros). Lo mismo cabe afirmar respecto a las personas que me orientaron en lo espiritual. Durante cinco años -otro de los acontecimientos clave- trabajaba los veranos en el Hospital San Juan de Dios de Esplugues de Llobregat de Barcelona, años de feliz memoria en muchos sentidos, pero sobre todo, porque significaron una apertura al mundo real, tan diferente de aquel mundo que se me había estado imprimiendo en el seminario y que podría definirse de la misma manera que tantas veces había escuchado: el sacerdote era, como persona sagrada, elegida por Dios, un segregado del mundo. Iba descubriendo que más que estar al margen de la sociedad, como en un púlpito o atalaya, superior, debía de estar, como un igual, en medio de la gente.

En el año 1977 me incorporé al seminario de Bilbao y a la Facultad de Teología de Deusto. Nuevos profesores, nuevos compañeros, nueva forma de enfocar la realidad, que dejaron marca en la concepción de la vida y de la religión, aunque sólo fuese un año, ya que en 1978 me incardiné en la diócesis de Sevilla. A veces me pregunto por el motivo de estos cambios: Burgos, Bilbao, Sevilla. La respuesta se vislumbra en la búsqueda inquieta, aunque tal vez no totalmente consciente, de una manera coherente y sosegada, lo más evangélica posible, de encauzar mi vida y, en especial, el ministerio sacerdotal.

Mucho iba cambiando de aquella mentalidad tradicional. Muy distinta la forma de entender el sacerdocio y el cristianismo, por tanto, que puede concretarse en un acercamiento a la realidad humana desde los más desfavorecidos, como exigencia del Evangelio. El deseo de enfocar el sacerdocio de manera más libre se materializó en unos estudios, Geografía e Historia, que en el futuro supusiera mayor autonomía económica.

Ordenación tras un proceso de búsqueda y cambios

La ordenación sacerdotal en Sevilla el 17 de mayo de 1980 debe enmarcarse en este ámbito de profundo cambio que se había producido en aquel niño que, con ilusiones infantiles, a los doce años ingresó en el Seminario de San José de Burgos y que a los veinticinco años se ordenaba de presbítero con ilusiones renovadas, aunque diferentes, y con nuevos ideales que pretendía llevar a cabo.

El primer destino pastoral en la parroquia de Nuestra Señora de la Victoria, de Morón de la Frontera, significaba el anclaje de responsabilidad y acción directa. Significaba apostar por un oficio, mejor dicho, por un servicio al pueblo que implicaba participar en el desarrollo del Reino que predicó Jesús y conllevaba el servicio al pueblo desde los más desfavorecidos. Aún perduraban en aquellos años, incluso están presentes en la actualidad en algunos círculos, dos visiones del sacerdocio contrapuestas. Una, la de «misa y olla», que entendía el ministerio más que como servicio como un «modus vivendi», cuya miseria consistía precisamente en estar cerca de la riqueza para tener más llena la olla y cuya pastoral consistía en la celebración ritualista de sacramentos y ceremonias.

Una nueva manera de vivir la fe a través de la comunidad

Tuvimos la suerte, otros compañeros y yo recién ordenados, de topamos con unos sacerdotes en Morón y la zona cercana con una visión más evangélica del sacerdocio, que incluía la apuesta por los más necesitados, por el mundo del trabaj o e incluso por unas opciones políticas de izquierda. En la práctica parroquial implicaba marginar ritos hasta lo imprescindible y apostar por la catequización y concienciación socio-político-religiosa de los bautizados. Hizo esto surgir nuevas inquietudes, tanto en la gente que se acercaba a la parroquia como en quien la dirigía y el resurgir una nueva manera de vivir la fe a través de la comunidad. Fue un momento feliz, desde esta perspectiva religiosa, en Morón. Un pulular de gentes se vinculaba a pequeños grupos que marcaban su impronta en la dinámica de la vida cristiana del pueblo. No estaba esto exento de dificultades. En el párroco, forzosamente, se producía una bipolaridad, llena de contradicciones, de no abandonar las celebraciones ritualistas tradicionales, a pesar de considerarlas vacías, y otorgar firmeza a lo considerado, dentro de la iglesia, como marginal, cual era la acción de fe reflejada en la dinamización en pequeños grupos de reflexión y oración, que vivían su fe en comunión, pero un tanto al margen de la fe oficial. Tampoco estaba libre de críticas y rechazos por parte del tradicionalismo católico que se conformaba con sus celebraciones y procesiones, sin compromiso la mayoría de las veces, pero que se sentían desatendidos por los curas. De este sector provenían las quejas a la jerarquía eclesiástica que jugaba a dos bandas y no le importaba consentir la «liberalidad religiosa» de sus sacerdotes si no abandonaban la sacramentalización rutinaria del pueblo.

Fueron cuatro años de una rica experiencia cristiana y pastoral. En mi interior se reforzó la idea de desarrollar el ministerio sacerdotal un tanto al margen de la institución eclesial. El nuevo destino sería la parroquia de la Resurrección en Sevilla, pero como coadjutor.

En todo este proceso la experiencia podría resumirse en seguir por un camino -ni siquiera atisbado en los inicios de seminario- de descubrimiento paulatino de los valores humanos desde el Evangelio. Era tan distinto lo que buscaba al ingresar en el seminario... Parece como si el envoltorio de la Buena Noticia de Jesucristo, que de niño se me ofrecía, fuera abriéndose y apareciera, tras años de búsqueda, la luz de la Palabra que

orientaba mi vida por los senderos de la justicia, la solidaridad y la igualdad, vista siempre desde la óptica de los pobres.