Descubrimiento del amor a una mujer

Fue 1985 otra fecha clave en mi vida. Y ello por dos razones. Ese año aprobé oposiciones como profesor de instituto y en noviembre conocí a una compañera de trabajo con la que con posterioridad compartiría mi vida. La educación recibida en el seminario no se había distinguido precisamente por la comprensión del amor humano, ya que todo se veía desde el prisma del amor divino en abstracto, y desde éste se contemplaba el amor humano, lo que provocaba un cierto miedo hacia el mismo por entenderse como hostil al divino. Si esto se enfoca desde la educación celibataria, el mundo afectivo quedaba relegado a un nivel de inferioridad dentro de los valores/sentimientos personales. De ahí su marginalidad.

El descubrimiento del amor a una mujer como complemento integrador de uno mismo dio un giro copernicano a mi vida. Muchas ideas inculcadas tiempo atrás sobre el matrimonio y sobre la vida misma se manifestaban erróneas. La teoría, engullida en los libros o transmitida en pláticas formativas desde la abstracción, se veía un sinsentido desde la vivencia experimental del amor recíproco de dos personas. No significaba esto la vivencia de un idealismo platónico, sino la vida de una realidad a dos, en la mutua ayuda y complemento, que se revitaliza día a día, incluso en situaciones de crisis y problemas. Esta vida a dos se convirtió en vida a tres y después a cuatro con el nacimiento de nuestra hija e hijo. Comportó una nueva manera de afrontar la existencia con la alegría de los hijos y con el compromiso de la educación.

Hacia una iglesia con otros valores

MOCEOP, movimiento en el que había participado estando en el ejercicio sacerdotal en la parroquia, se convirtió a partir de este momento en un grupo de referencia con el que compartía unas mismas ilusiones y empresas, aunque no todos desde la misma conciencia. En el grupo que se reunía en Sevilla había una buena dosis de nostalgia en algunos e incluso de resentimiento u ocultación tendenciosa en otros. Ello hizo que, poco a poco, se desintegrara, porque fue perdiendo su sentido, si en alguna ocasión lo tuvo. La vinculación a MOCEOP, los encuentros en Andalucía y Madrid me ayudaron a mantener viva y fortalecer la

conciencia de la necesidad de reforma de la iglesia hacia valores de mayor participación laical, democratización, desclericalización, mayor protagonismo de la mujer y lo femenino, vida cristiana en comunidad, etc., y hacia la apertura de otros grupos con los mismos ideales dentro y fuera de la iglesia.

Como cura casado, el enfoque de mi compromiso social y cristiano lo vivo en y desde la familia, aunque con la presencia de la comunidad cristiana como apoyo de vida y de fe. Tengo mis serias dudas de que la parroquia, o al menos la mayoría de ellas, sean hoy lugar de evangelización. A pesar de todo, ha habido tiempos en los que he colaborado con algunas en la labor de catequización. No obstante la pequeña «comunidad de Antioquía», un grupo de cristianos en conexión con Comunidades Cristianas Populares, que nos encontramos para compartir la fe, rezar, leer la Palabra de Dios, reflexionar y analizar la vida, da sentido a mi fe en un abanico de inquietudes, alguna de ellas derivadas hacia el agnosticismo. Por otra parte, el trabajo en el instituto con alumnos entre 12 y 18 años se presenta con un campo extraordinario de educación y aportación de granitos de arena para un, tan imprescindible como necesario, cambio de mentalidad y actitudes en el mundo actual. Es el testimonio vivo y diario encaminado hacia la «revolución» del Reino de Dios.

Agradecimiento a muchas personas

A través de todo este proceso vital, un proceso evidentemente formativo, desde la infancia a la madurez de los cincuenta y tres años, han sido muchas las personas que me han ayudado. Algunos formadores y profesores del seminario, que me abrieron nuevas perspectivas; pero sobre todo, ya sacerdote, la valentía y compromiso de curas como Diamantino García, el grupo de curas que compartíamos Pastoral Misionera y los compañeros con quienes compartía casa e inquietudes. No puede olvidarse a tanta gente del pueblo, de quienes sabiendo escuchar se aprende más de lo que se piensa y, a veces, sirve de puya para obligarte a caminar en la dirección correcta. El trato directo con ellos fue abriendo cauces e interpretaciones nuevos de cristianismo y de vida. Y ahora, como casado, el amor transformador de la pareja y en la vida familiar.

MOCEOP ha significado, además del fortalecimiento de los valores anteriormente aludidos, un lugar de acogida y comprensión en el que se compartían experiencias, ilusiones y esperanzas, provenientes del nuevo estado que la formación de una familia conllevaba. Ha sabido estar cerca de cada uno de los que nos acercábamos, ha sido, y sigue siendo, como una gran familia de acogida, en la que se cultivan grandes amistades. Por otra parte en el plano del compromiso social y de la vivencia cristiana ha sabido encauzar el compromiso de sus componentes y las luchas y anhelos de cambio dentro de la iglesia. MOCEOP es la gran comunidad que sirve de cohesión a la vida de fe que cada uno desarrolla de su localidad y que alienta el compromiso cotidiano de todos los que participamos en el movimiento. Se ha convertido en un inevitable punto de referencia.

Han sido, por ende, muchos factores y personas las que han influido en mi evolución personal hasta el momento presente. Desde siempre han surgido interrogantes de cómo enfocar el compromiso cristiano en la situación de cura casado, que han ido respondiéndose con sencillez desde los acontecimientos. Ahora con la madurez que suponen, no sólo los años, sino una mayor disponibilidad al tomar los hijos más autonomía, es preciso hacer mayor hincapié en la tarea de realizar nuevos esfuerzos en búsqueda de las transformaciones que ansiamos. El compromiso con movimientos sociales que apuestan por los más desfavorecidos y marginados es la clave; la disponibilidad, nuestra fuerza; la esperanza y la fe, nuestro aliento.

Entiéndase esta reflexión simplemente como unas ideas, desorganizadas quizás, realizadas a vuela pluma desde la situación de laicidad de cura casado.

(Notas)

1 Blasfemar. Irreverencia de palabra hacia lo venerado por una religión. Estaba prihibido por la Ley. En los bares y muchos sitios públicos de ocio solía haber unos carteles que decían: «Prohibido blasfemar bajo la multa de x pesetas». Igualmente estaba prohibido trabajar los domingos y fiestas de guardar. En los años cuarenta y aun después, la Guardia Civil vigilaba los campos para impedir que los labradores trabajaran los domingos, excepto en las épocas de recolección