JOSE ANTONIO CARMONA

Barcelona

UN COMPLEJO CAMINO DE LIBERACIÓN

Gaditano afincado en Barcelona. Periodo de formación muy marcado por los condicionantes de una institución despersonalizante, aunque con la contrapartida de recorridos por las universidades de Salamanca, Comillas, Barcelona y Sevilla.

Tareas pastorales poco satisfactorias, muy condicionadas por el conflicto interior de búsqueda del auténtico yo, de la propia conciencia.

Hoy puede hablar de libertad, de liberación, de una fe cotejada con las experiencias de quienes optan por obedecer a Dios antes que a los hombres. Y de una iglesia que se debe vivir como comunidad de hermanos, en la que no cabe más que el sacerdocio existencial que el mismo Jesús vivió.

La infancia

Para comprender el desarrollo de mi conciencia, para comprenderme (nunca para justificarme) en el desarrollo de mis años, es necesario situarme en las coordenadas de tiempo y espacio.

Chiclana de la Frontera, a finales de 1940, un pueblo de unos 20000 habitantes en aquellos momentos, situado en Cádiz, Andalucía, España, una nación recién salida de una guerra civil y dominada por un dictador militar, que se había aliado con la poderosa institución de la Iglesia Católica, que le había ayudado moralmente a imponerse por la fuerza al legítimo régimen republicano, votado por el pueblo. Pueblo que no fue capaz de vivir en democracia. Chiclana vivía a horcajadas entre la ignorancia y el miedo, entre la falta de formación y estudios y la miseria económica. Los medios de comunicación no existían, la televisión aún no se había inventado, la radio era prácticamente inexistente, más aún que la prensa. Durante los primeros ocho años de mi vida viví en una casona, que en nada se parece a las viviendas actuales, situada en las afueras del pueblo. Era vieja, desvencijada, con goteras, sin puertas que separaran las habitaciones, sin cuarto de baño, ni agua corriente..a mí me parecía -y para mí lo era- «el paraíso».

En aquella casa vivieron al principio mis padres; luego vine yo, después mi hermana Tata (Paquita) y unos años más tarde mi hermana Nena (Mari Carmen). Años más tarde, estando ya yo en el seminario, nació la más pequeña de los hermanos, Manoli.

El ambiente cultural y religioso era el propio de la España de la posguerra: obscurantista, tenebroso, infantil, preoperacional en muchos casos. Yo había nacido en una familia pobre, pero conservadora, «de orden» como se afirmaba en la España franquista. Las referencias culturales que pude tener de pequeño debieron ser mínimas y encauzadas hacia una visión del mundo infantil, aunque con una conciencia clara: la formación que se podía adquirir con los estudios era muy importante para luego poder encontrar un puesto importante en la vida. La religión tuvo un papel importante en mi infancia, no tanto por lo que pude recibir directamente de la familia, sino de los colegios religiosos a los que asistí desde muy pequeño; en el pueblo no había colegios privados que no fueran religiosos. Por supuesto que la religión que me imbuyeron, y que

en buena medida asumí, estaba constituida por unas normas salvadoras del alma, y por unos dogmas que poseían la verdad, toda la verdad que pudiera existir.

Mi conciencia en aquellos años mágicos fue despertando poco a poco, admirando muy sinceramente la maravilla que iba percibiendo en el mundo, en la naturaleza, pero de modo especial en las personas que me rodeaban.

El amor de mi madre hacia mí en aquellos primeros años ha marcado toda la historia de mi vida y, de manera especial, hasta pasados los treinta años. Recuerdo que me apoyaba en ella absolutamente para todo, ella me protegía en mis miedos, en mis gustos en las comidas, en el calor y el afecto; incluso, cuando hacía falta, me protegía de la imagen de mi padre (imagen de respeto y distancia, que no tenía ningún fundamento objetivo). La sombra de mi madre era protectora y servía hasta mis más pequeños deseos.

El descubrimiento de mi padre fue algo posterior. Sin duda él era el objeto de mi admiración, y sobre todo empecé a descubrir ya desde los primeros años que su inteligencia era poderosa, que su palabra era el mejor dogma en el que yo podía apoyarme. A descubrir esto me ayudó el colegio. Mi padre ¡cómo no! consiguió que me aceptaran en el colegio de «El Hospital». Así se le llamaba en el pueblo a un colegio regentado por Hijas de la Caridad. Y allá con mi corta edad, una inocencia grande y una gran capacidad de admiración, empecé mis andanzas de estudiante en el año 1944.

Pronto el colegio empezó a tener una importancia fundamental en mi vida. Al poco tiempo de entrar empecé a destacar en aquellos estudios. Los deberes que me encargaban en el colegio para hacer en casa, eran lo más sagrado para mí. Nunca me fui a jugar sin haberlos acabado. Me gustaba de manera especial la geografía y las matemáticas y me resultaban muy fastidioso el catecismo y algo la lengua. Sin embargo, en aquellos tiempos gané un concurso de catecismo en el pueblo. Este hecho, unido a que sacaba muy buenas calificaciones en los estudios y a que era muy obediente, me llevaron a gozar de la mejor estima de las religiosas y de mis padres. Para mí, en mi mente incapaz de la menor actitud

crítica ni de visión disonante de lo establecido, aquello era la felicidad que apetecía. En ello veía la mano de Dios que me premiaba. Quienes me premiaron fueron las monjas: me hicieron monaguillo de su capilla y con sólo cinco años me prepararon para que hiciera la Primera Comunión. Así me encontré aprendiendo latinajos y comulgando por primera vez. En todo me limitaba a hacer lo que me recomendaban las monjas. No actuaba en absoluto por un interés consciente, pero tenía garantizado todo el afecto y protección que deseaba; y, más aún, poco a poco me iba convirtiendo en «elegido». Yo nadaba en vanidad, mi ego nacía satisfecho.

La primera etapa de mi infancia, todo lo que en la división de Piaget1 abarca el período sensoriomotor y preoperacional o, en otros términos, la etapa arcaica y mítica de mi conciencia, transcurrió en aquel ambiente en el que yo era una pieza importante; allí se fundamentó mi yo físico y emocional y echó raíces profunda mi vanidad.

¿Qué valores fueron los que en mi infancia fui asumiendo?

De mi madre posiblemente el miedo ante todo lo que fuera nuevo, ante todo lo desconocido. De mi padre recibí y asumí la visión de un mundo totalmente ordenado bajo el saber de los curas, un mundo mantenido en orden por los militares. Del ambiente social en el que se desenvolvió mi infancia, más aún después mi juventud, recibí la veneración del saber (mera erudición castrada y mítica en el peor de los sentidos) con una importancia exagerada. Del colegio de las Hijas de la Caridad asumí una clara conciencia de ser elegido. También recibí y asumí una visión de la realidad toda ella controlada mágicamente por Dios y la Virgen. Yo había sido elegido por Dios para algo muy especial.

Durante este tiempo nacieron dos de mis hermanas, Tata (Paquita) y Nena (Mari Carmen). Mis relaciones con ellas fueron, según recuerdo, muy cariñosas y ejercí durante algún tiempo la función de protector, sobre todo con Paquita. Yo era el varón y además era mayor en la edad.

Cambié de colegio a los ocho años y el cambio de colegio influyó más en mi conciencia. Pasé a ser alumno de «Los Hermanos», nombre popular con que era conocido el colegio regentado por los hermanos de La Salle, el único colegio religioso para varones que había en el pueblo. Nunca fui a colegios públicos.

El seminario

Fui al seminario porque me lo propusieron las monjas del colegio «El Hospital». ¿Me lo propusieron o lo decidieron? Al menos me preguntaron si yo quería ir; pero ¿tenía yo edad para decidir algo de tanta relevancia? Lo cierto es que a mí en principio la idea no me atraía lo más mínimo. Sólo tenía nueve años, muy pocos. Tener que separarme de mis padres y hermanas para ir al seminario me resultaba muy duro. Tener que vivir en un internado, con una disciplina, que habían dicho que era muy dura, no era en absoluto de mi agrado. Pero sobre todo, la idea de ser «cura» en principio no me agradaba en absoluto, más bien al contrario. Mas nada de esto pudo luchar contra la razón que me impulsó a decir que sí a las monjas, cuando me preguntaron si querría ir al seminario. Yo era incapaz de decirles que no. No podía defraudar las expectativas que ellas habían puesto en mí, ¡perdería la admiración hacia mí que había despertado en ellas! Posiblemente no me lo planteara de esta forma tan tajante en aquellos momentos; pero el núcleo de mis motivos conscientes era más o menos lo que he dicho.

Si yo iba a entrar en el seminario, tenía que imitar totalmente los valores que veía (los tuvieran o no) en mis profesores religiosos. Si para ello era necesario ignorar lo que rodeaba, lo ignoraba. De mi madre había asumido que el sexo no existía. Por eso, durante muchos años no me pude aceptar como ser sexuado; la autocastración fue muy fuerte, más aún en aquellos años en los que comenzaba a despertar mi conciencia racional. Había emociones, necesidades, sentimientos que nunca podían salir a flote. En la infancia aprendí que eran malas; y, además, en los momentos en que yo me sentía elegido por Dios, veía que ese Dios, que me ensalzaba, condenaba igualmente esos deseos y sentimientos como nefandos, como pecados horribles. Así que no podían sino pasar a la «sombra». Todo lo que hiciera referencia a la genitalidad no era más que un pecado mortal sin más; y el pecado mortal era lo más horrible que existía.

Mas no todo era negativo en mi interior y en mi mente. Aquel niño era el cimiento sobre el que se fue forjando una personalidad honesta, sincera, buscadora de la verdad por encima de los propios intereses, de una fidelidad seria a las personas, capaz de aceptar sus propios errores, con un sentido espiritual de la existencia, aunque no muy religioso.

Las humanidades

En los años en los que estudié en el seminario, se le daba el nombre de humanidades a los cinco primeros años de estudio, en los que el alumno estaba dedicado a estudiar las humanidades clásicas, sobre todo las lenguas latín y griego, algunos rudimentos de matemáticas, físicas, ciencias naturales, geografía e historia... Fueron los años de octubre de 1951 hasta junio de 1956. En mi vida desde finales de los diez hasta mediados de los quince años.

La vida en el seminario era un mundo totalmente nuevo y por tanto desconocido para mí, con el que me encontré de sopetón a los diez años. Era rutinaria, monótona, pura repetición de los mismos actos, sin tiempo para la creatividad, pero ordenada con una disciplina militar que me tenía ocupado todo el tiempo. Se apoyaba en dos muletas: la oración (verbal y mental) y el estudio (sobre todo del latín, español, griego y algo de matemáticas e historia). Lo curioso es que no te enseñaban ni a orar, ni a estudiar, se limitaban a dejarte mucho tiempo bien en la capilla, bien en el salón de estudio.

A mí me costó adaptarme al nuevo tipo de vida, sobre todo porque me privaba de todas las ventajas afectivas que tenía en casa, junto a mis padres y hermanas; pero al final acabé renunciando a ellas; es más, creo que renuncié a mi afectividad, que la ahogué en aras de un bien que presumía superior: ser sacerdote, ser elegido, ser superior a los demás.

Durante aquellos primeros años fui creando una burbuj a de impasibilidad que me defendiera de la emotividad; por supuesto que yo no tenía ningún conocimiento de lo que era ni la emotividad, ni la sexualidad, ni los sentimientos, ni la afectividad.; pero en definitiva todo era un peligro, porque eran pasiones que te arrastraban hacia lo malo, te apartaban de Dios.

La Filosofía y los dos años de Teología en Cádiz

Poco a poco a través de los años me fui adaptando la vida en el seminario. Estaba en mi camino, el camino que Dios quería para mí. Por supuesto, aquel «dios» que yo me había fabricado en mi interior y a cuya elaboración contribuyeron de forma muy importante todo cuanto sobre Dios, la Virgen, la iglesia, la vocación, el sacerdocio, el celibato, el

mundo... había oído durante los años que llevaba viviendo en aquel caserón húmedo e inhóspito.

Llegué al estudio de la Filosofía sin el más mínimo espíritu crítico. Toda obediencia, también la intelectual, era tenida como una gran virtud. Y yo no iba a perder mi lugar de privilegio en los estudios por ser discordante.

Las notas de las asignaturas a lo largo del curso y de la carrera fueron confirmando aquella impresión inicial de mi conciencia. Dios me confirmaba en el camino y mi vanidad subía hasta límites tan altos que aún me dura. ¿Qué hubiera sido de aquella seguridad que yo tenía en que Dios me había elegido, si me hubiera ido arrastrando por los estudios?

En aquellos años, mediados de los cincuenta, en los seminarios de España, y afortiori (con mayor fuerza aún) en el de Cádiz, la filosofía y la teología que se explicaban, eran exclusivamente la escolástica. Dentro de esta visión escolástica no se admitía discrepancia alguna que no fuera la de los propios escolásticos,

Mi preocupación por el mundo intelectual era superficial. Ya la intelectualidad que se podía vivir en los cursos superiores del seminario, al menos en el de Cádiz, era muy superficial.

Cuando pasé con dieciocho años a estudiar teología ya tenía asentado en mi conciencia todo este fundamentalismo, que con los conocimientos que aprendí en los dos cursos de teología que realicé en Cádiz, se fundamentó más aún.

La vida en la universidad de Salamanca

En el seminario de Cádiz se veía el ir a Salamanca (a la Universidad Pontificia) como algo mítico o heroico; sólo los alumnos más destacados en los estudios eran enviados allá, cosa que habla bien a las claras de la cerrazón en que se vivía allá en Cádiz.

Estuve como residente del colegio mayor tres años, los mismos en los que fui alumno de la Facultad de Teología para sacar la licenciatura. En este tiempo la evolución de mi conciencia, o sea, mi visión de Dios, del mundo, de la realidad fue importante.

Yo llegué a la universidad como un ferviente y apasionado de la ortodoxia más recalcitrante de que era capaz, teniendo en cuenta el lugar de dónde venía y la trayectoria de mi vida desde los seis años. Y mi cambio fue, creo, casi espectacular. De todos modos fue un cambio en el cariz de mis creencias, no había llegado ni por asomo a una experiencia de fe, al menos mantenida, puede que tuviera en algún momento un atisbo de fe, pero nada más. Pasé de creer en un dios mágico y mítico, omnipotente y creador, a creer en un padre amoroso, solícito, cercano a sus hijos.

Más tarde fui alumno de otras universidades: Comillas, también Pontificia, en Madrid, Barcelona y Sevilla, civiles; y en todas, salvo en la de Sevilla en la que estudié a distancia, recibí un impacto que me fue empujando hacia un progresivo cambio de conciencia.

Lo importante de mi permanencia en Salamanca fue mi cambio en la visión del cristianismo. Influyeron mucho algunos profesores y mis compañeros.

Mi estancia en la universidad de Comillas en Madrid, tuvo su relativa importancia, pero allá sólo estuve un año, el de doctorado. Lo que finalmente fue decisivo fue mi paso por la universidad civil de Barcelona; y más que la universidad el contacto con la gente del un barrio de Badalona en el que estuve colaborando con el rectorP. Ya en aquella fecha tenía yo casi treinta años, había aprendido de mis seis años de experiencia en contacto con la gente de los pueblos de Cádiz; y la del contacto con la gente de la universidad de Barcelona y del barrio de Badalona fue definitiva. En los primeros momentos no vi nada nuevo, pero en mi conciencia se fue forjando una nueva visión de la sociedad y de mí mismo, que poco a poco me llevaron a dejar el sacerdocio.

Pero antes, con veintitrés años, licenciado en teología -algo que se seguía valorando mucho en la diócesis- y con ganas de servir, pero sintiéndome elegido, D. Antonio Añoveros Ataún, obispo de Cádiz, me ordenó de sacerdote en Cádiz, el día 29 de junio de 1964.

Los años de cura

La sensación de felicidad me embargaba en los pocos días que pasé junto a mi familia, después de haber cantado misa. Yo me sentía no sólo

sacerdote, también teólogo; y ambas cosas eran muy importantes en mi consciencia.

Mi primer destino fUe el de segundo coadjutor del pueblo de Los Barrios. Yo esperaba, lo que había sido mi ilusión en muchas de las noches de mi vida pasada en el seminario y en la universidad, ir de profesor al seminario de Cádiz. Y me encontraba con un destino, que para colmo se establecía por primera vez en Cádiz, de segundo coadjutor. Además iba a tener que formar una pequeña comunidad con otros dos sacerdotes que ya estaban allí, el párroco: José Vizo, con el que no había tenido yo ningún trato, y el primer coadjutor: José Luis Sibón, compañero mío del mismo curso del seminario. Aquello no me resultaba agradable, no; no me apetecía ni el formar una pequeña comunidad con esas dos personas, ni estar por debajo de personas que yo consideraba torpes y excesivamente sumisas al poder de los superiores.

Durante el primer mes en aquel pueblo me gané la confianza del párroco, pero para ello tuve que hacer verdaderos esfuerzos, ser diplomático no es mi fuerte, olvidarme en buena medida de todo lo que había evolucionado en Salamanca y retrotraerme a mi visión del sacerdocio que había mamado en el seminario de Cádiz. Pero al menos había conseguido, de forma no consciente, ser considerado en alta estima por el párroco.

Junto a la parroquia de Los Barrios, el obispo había puesto a nuestro cuidado otra más, situada en la barriada de Palmones, a unos seis kilómetros de distancia de Los Barrios. Poco a poco, mi sometimiento al párroco se me fue haciendo más difícil de mantener y empecé a mostrar mis diferencias de criterios con respecto a los suyos sobre distintos aspectos. Esto provocó una mayor unión entre Vizo y Sibón y una marginación progresiva de mi persona, con lo que la convivencia en la misma casa -vivíamos los tres en la casa parroquial- se iba haciendo cada vez más difícil. Por ello, yo era enviado cada vez con mayor frecuencia a Palmones, hasta que al final llegué a vivir prácticamente allá. A mí ciertamente me resultaba imposible comulgar con las ideas (conservadoras) de Vizo y Sibón y también prefería con mucho quedarme en Palmones.

Por todo ello a los diez meses de estar en Los Barrios fui trasladado,

a petición de Vizo, a Cádiz, fui nombrado profesor del seminario y coadjutor de la parroquia de San José. Mi vida allá fue anodina, no tuve los problemas propios de un pueblo pequeño, como sucedió en Los Barrios, pude escoger mis amistades y dedicarme a las actividades propias de la enseñanza. Y mis relaciones con el párroco fueron puramente rutinarias, yo celebraba las misas que me encargaba y hacía en la parroquia todo lo que me mandaba. Sé que el hecho de estar de profesor del seminario hacía que el párroco tuviera conmigo una actitud de respeto, que en caso contrario no hubiera tenido, como le sucedió al coadjutor que me precedió en el cargo.

Posteriormente fui destinado como adscrito a la parroquia de Santa Cruz con el destino principal de enseñar filosofía en el seminario. Mi residencia fue la casa sacerdotal de Cádiz. Organicé allá cada año una serie de jornadas sobre religión cristiana, que pese a la «doctrina» novedosa que se exponía, tuvieron buena acogida entre la gente interesada.

Al cabo de llevar tres años en Cádiz contraje una hepatitis A. A partir de esta enfermedad me quedaron una serie de trastornos psíquico-somáticos (yo entonces no los interpretaba más que como problemas físicos), algunos de los cuales aún me duran (taquicardias, vértigos, mareos, inapetencias, falta de tono vital por las mañanas, angustias...) Y en uno de estos ataques de angustia, aislado en una habitación en casa de mi tía Uchi en Cádiz, solo, sin poder para superar mi situación enfermiza, empecé a jugar con mis genitales y eyaculé de forma consciente por primera vez en mi vida. Tenía treinta años.

La universidad de Comillas

El curso 68-69 lo pasé en la universidad de Comillas en Madrid, regentada por los jesuitas, para hacer el curso de doctorado. Estuve residiendo en un colegio mayor que no era exclusivo para sacerdotes, pero sí que lo eran la mayoría de los asistentes. Fue un curso de pulsiones fuertes a mi consciencia, unas venían de la pura biosfera: impulsos sexuales, sensualidad, curiosidad por conocer y ver.; otras venían del mundo religioso: el cristianismo empezaba a aparecerme como una forma religiosa más, aunque la más importante aún, entre las posibles, y en modo alguno la única religión verdadera. Las razones de la fe cristiana

me empezaban a flaquear intelectualmente, aunque me agarraba a ellas para no quedarme vacío.

Al final del curso volví a Cádiz y me destinaron de capellán de un colegio de Auxilio Social, En aquel año me dediqué con un cura muy amigo, Ignacio Egurza, a los entonces famosos cursillos de cristiandad. El hecho de participar en ellos me hizo ir tomando conciencia de la importancia de lo humano y de lo absurdo de las normas y trabas que la institución eclesiástica ponía a los sacerdotes en su relación con los demás, no sólo en el aspecto sexual, también en el de la convivencia, en el de la participación en los problemas sociales... También utilicé las charlas de los cursillos para ir introduciendo en Cádiz nuevos conceptos teológicos, una nueva visión de la fe cristiana, que de alguna manera iba rompiendo los moldes ortodoxos.

Durante este año mis problemas existenciales -sexualidad, sensualidad, fe, cristianismo, sacerdocio, soledad, racionalidad, ¿obediencia al superior?.- no se acabaron; unos hurgaban más en mi interior, otros menos, pero, también éstos iban socavando mi consciencia buscando un camino de realización que no era posible en la estructura clerical y eclesiástica en la que yo estaba inmerso. Todo ello iba creando un clima en mi interior que iba haciendo una cuna propicia para que lo que al año siguiente descubrí en Barcelona se desarrollara.

La universidad civil de Barcelona

Una vez finalizado el curso, el obispo Añoveros decidió que yo marchara de Barcelona para realizar estudios de filosofía en la universidad civil. Mi insistencia ante el obispo para que me enviara había sido machacona y por fin se decidió a enviarme. Sin dudas fue determinante el hecho de que ya no existía seminario en Cádiz -había sido trasladado todo a Salamanca- y el no tener a mano un destino en el que yo pudiera encajar. Así que sin haber resuelto mis problemas de salud del todo y menos aún mis problemas existenciales, me encontré en el curso 70/71 en la universidad de Barcelona. La universidad civil vivía unos momentos de verdadero caos, los estudiantes se rebelaban contra el franquismo y el campus hervía en huelgas y manifestaciones, mientras que las clases brillaban por su ausencia. Yo realmente no sabía dónde había ido a parar, era un simple iluso que sentía mucho miedo en aquel ambiente.

Con la juventud de la parroquia, labor pastoral que me había encargado el párroco, intenté entenderme bien, me aceptaron muy bien, pero enseguida me di cuenta de que mis valores (un tanto conservadores en el aspecto religioso) y mi falta de raíces en el aspecto social, aunque con apariencia de esnobismo, me hacían ser un extraño entre ellos.

De mi paso por la universidad civil de Barcelona no saqué nada en claro, era un caos, no se estudiaba apenas nada, no se asistía a clase; para mí contrastaba con la seriedad de Salamanca y Comillas; pero algo impactó en mi interior y empecé a notar cómo mi actitud algo crítica con la obediencia eclesiástica y mis necesidades sexuales iban en progresivo aumento. Eran para mí dos problemas existenciales, pero a los que aún les daba una excesiva importancia puramente racional. Durante el año que pasé en Barcelona mi salud empeoró, tenía frecuentes mareos, inapetencia, taquicardias, apatía...Yo pensaba, y cuantos me rodeaban también, que eran problemas físicos los que me causaban las molestias que tenía; hoy sé que la razón fundamental estaba en la crisis interna, de índole psicológica y espiritual; mi naturaleza se rebelaba ante la represión a la que la había sometido. Por todo ello, al final del curso decidí volver a Cádiz y matricularme como alumno libre en la universidad de Sevilla, para acabar lo comenzado. Así lo hice.

Como mi salud no mejoraba, y harto de ir a médicos que no encontraban ninguna causa física a mis problemas, pero me hartaban de fármacos, pedí al obispo ayuda para hacerme una psicoterapia y el obispo me ayudó. El obispado se hizo cargo de los costes del tratamiento. Al no haber psicoterapeutas en Cádiz, tuve que acudir a Sevilla. En las últimas sesiones, en los meses de mayo y junio, de psicoterapia yo daba por supuesto que dejaba el sacerdocio.

Creo que fue lo más provechoso que decidí en aquel tratamiento. Así llegué al verano del 72, cuando acabado el curso del instituto, me marché a Chiclana a vivir a casa de mis padres, abandonando incluso físicamente la parroquia. El obispado no dijo nada sobre mi situación; pero, lógicamente, pues no ejercía de funcionario para la institución, dejó de pagarme el salario mensual y además dejó también de pagarme la psicoterapia, por lo que no pude continuar haciéndomela. Yo no tenía dinero para nada.

Y por fin, en septiembre de 1973 me decidí a pedir al obispado que cursaran mi petición de secularización. Yo llevaba más de un año sin actuar como cura y ninguno de mis superiores eclesiásticos había dicho ni la más mínima palabra al respecto.

Vuelta a Barcelona

Llegué a la ciudad condal a finales de septiembre de 1973, huyendo quizás de mi tierra, que en buena medida no me aceptaba por haber traicionado «el sacerdocio», y buscando una estabilidad psíquica, emocional y laboral que no tenía ni por asomo.

Me integré en la comunidad cristiana de una parroquia de Badalona. A esta comunidad pertenecía Paqui, mi mujer hoy, a la que vi por primera vez, dando yo unas charlas sobre el bautismo organizadas por dicha comunidad. Eran los primeros días de noviembre del 73. Los dos meses que faltaban hasta Navidad los pasé dando cabida en mi corazón a una esperanza nueva. Paqui era una chica que la hacía nacer en mí aunque yo apenas sabía nada de ella.

Una reflexión

Los motivos que aduje en el informe para la secularización, que envié a Roma, afirmaban que yo sentía que había algo en la vida clerical que me impedía desarrollarme, que estrangulaba de alguna manera mi yo; pero entonces no sabía bien cómo verbalizarlo, es más, ni siquiera en mi mente se había forjado el concepto de forma definida, tan sólo me inundaba una vaga experiencia de asfixia, que me impedía someterme a una fe tan infantil y sólo porque lo dijera la jerarquía eclesiástica. Al secularizarme quedó mi camino libre, camino que no era nada fácil. Han sido necesarias decenas de años para desbrozarlo un poco. De la institución había recibido y aceptado en mi corazón una convicción: Jesús de Nazaret es un camino de Liberación. Después esta convicción se ha hecho experiencia empapada de Misterio, experiencia vivida en las meditaciones, en la vida de pareja, en las relaciones sociales, en el trabajo en algunos grupos cristianos (he pertenecido a varios, no he cuajado en ninguno, salvo MOCEOP)... y bañándome en el mar y conduciendo nuestro coche (de Paqui y mío). Libertad, liberación de toda estructura que ahogue, que impida el desarrollo y evolución de la conciencia (el

germen del Absoluto que somos), libertad de dogmas, leyes, prescripciones, ritos... para descubrir la profUnda verdad de una fe vivida en las raíces de mi propio ser, de mi YO-YO, no arbitraria, ni ilusoria, ni caprichosa, sino una fe cotejada con las experiencias de todos aquellos que optaron por el camino de «obedecer a Dios antes que a los hombres». Una fe cotejada con las experiencias de todos aquellos que «en una noche oscura» saltaron las murallas de las creencias impuestas por otros, y «con ansias y en amores inflamadas» buscaron al Amado en la soledad de un corazón limpio, a aquel Amado «que en soledad vivía, y en soledad ha(bía) puesto ya su nido».

Por eso, esta fe no es capricho, ni ilusión, sino exigencia y decisión, es seguridad que se asienta en lo más profundo de una conciencia que camina hacia la Totalidad.

Cuando hoy me siento a reflexionar sobre la trayectoria de mi vida, empiezo a ver lo que antes no veía, pero de algún modo intuía. Estoy contento de haberme secularizado. No entiendo que en el cristianismo pueda haber sacerdocio ritual, cuando no es más que una comunidad de hermanos. El único sacerdocio existente en el mismo Jesús (el Cristo para nosotros) es el existencial, ¿cómo puedo yo, y en nombre de qué o de quién, ser proclamado sacerdote ritual?

Respeto a los buenos amigos que continúan en el ejercicio de su sacerdocio, los abrazo, pero no puedo compartir su actitud, ni siquiera entenderla.

Y así voy caminando, si es que esto es caminar. ¿No es el mismo camino ya la meta? José Antonio, el nombre por el que soy conocido en esta existencia

(Notas)

1    J W. Pritz Piaget (Suiza , 1896 -1980), psicólogo experimental, filósofo, biólogo creador de la epistemología genética y famoso por sus aportes en el campo de la psicología evolutiva y sobre la infancia.

2    Párroco.

JUAN CEJUDO CALDELAS

Cádiz

POR UNA IGLESIA MÁS CERCANA A LAS PERSONAS Y AL PUEBLO

Andaluz de Puerto Real: amigable, entretenido, buen conversador, se arranca con facilidad con una coplilla. Constante y fiel.

Luchador infatigable contra todo aquello que le parece injusto. Cura obrero de siempre, comprometido en las reivindicaciones sociales más variadas. Generador de conciencia social y promotor de asociaciones que la han hecho realidad.

Como creyente y como cura, radicalmente a favor de una iglesia cercana al pueblo y comprometida con las personas, especialmente con quienes menos tienen y más sufren.

Ambiente familiar

Nací en Puerto Real (Cádiz). Mi padre era un trabajador, oficial de Ia, ajustador mecánico, de ideas de izquierda. Muy amigo de sus amigos. Mi madre, de familia más bien conservadora, muy alegre y divertida. Mis padres se trasladan a Cádiz por motivos de trabajo cuando yo tengo catorce meses. Mi padre muere en agosto de 1947, en la famosa explosión de Cádiz, que causaría más de ciento cincuenta muertos y centenares de heridos. Mi padre muere en el mismo lugar de la explosión. Al quedarse viuda, mi madre decide trasladarnos todos a San Roque a vivir con un hermano suyo, cura. Allí en San Roque vivo mi infancia, hago la primera comunión y confirmación. Tengo un buen recuerdo de aquellos años en los que el juego y el colegio son lo principal. Mi madre se vuelve a casar con un sanroqueño y nos vamos a vivir a Jerez con unos tíos míos. Pronto tenemos que trasladarnos a Cádiz y nos vamos a vivir con otra hermana de mi madre. Fueron años duros, de falta de trabajo y de escasez.

Entrada en el seminario: un mundo totalmente cerrado

Mi tío el cura un día me manda una carta donde me dice si quiero entrar en el seminario. Aunque me sorprendió, al final le dije que sí y entré en el seminario en Io de Latín, en 1954. Acababa de llegar, como obispo coadjutor, D. Antonio Añoveros, aunque quien mandaba era D. Tomás Gutiérrez, un obispo muy conservador.

En aquellos años se potenciaba el estudio, la piedad, la castidad y la obediencia a los superiores que eran «la voz de Dios». Durante unos ocho años vivo centrado en los estudios, obedezco a pies juntillas a mis superiores y me lo paso bien jugando al fútbol, baloncesto, atletismo y tocando en la rondalla que se forma con muchas dificultades y donde estuve varios años de director. La única prensa que nos permiten leer es Ecclessia1 y Mundo Negro2. Es un mundo totalmente cerrado. En verano los seminaristas teníamos que salir sólo con seminaristas.

Un cambio muy radical

Es en 30 de Filosofía, ya en 1962, cuando se produce en mí un cambio muy radical. Me influyen algunos profesores más abiertos, con los que

empiezo a hablar, el Concilio Vaticano II, que seguimos con gran interés, y un amigo más abierto que entró ya de mayor en el seminario. Con él participo en Salamanca en unos cursos sobre Jesús Obrero, que impartió Julián Gómez del Castillo, militante de la HOAC. Cuando terminan esas vacaciones de verano y vuelvo al seminario, soy ya otra persona. He sufrido un cambio muy profundo en mi interior.

Paso a ser uno de los más rebeldes del seminario y comienzo a ser muy crítico con la institución eclesial. Un grupo nos unimos y empezamos a trabajar todo el curso sobre el plan de estudios en el seminario, tan nefasto. Redactamos un informe con las conclusiones y lo repartimos a todos los profesores y superiores... Se formó un revuelo enorme. Consecuencia de ello fue que Afioveros decide cerrar el seminario en Cádiz (como proponíamos) y mandar el teologado a Salamanca, a la Universidad. Mi rebeldía no fue sólo con la institución eclesiástica, era ya una actitud general: con la sociedad franquista de la época, con mi familia conservadora, etc. Por entonces empecé a contactar con algunos grupos de iniciación de la JOC.

Un grupo de nosotros, todos seminaristas mayores, le planteamos a Afioveros que queríamos tener la experiencia de ir al mundo obrero a trabajar como uno más y Afioveros accedió. Empezamos a trabajar en distintos talleres de la Fábrica de San Carlos, de San Fernando. Yo trabajaba de mecánico donde se fabricaban los motores de los barcos. Aún guardo como recuerdo un diploma que me regalaron mis compafieros con la firma de todos ellos.

Al terminar aquel mes en la fábrica, le pasamos un informe al obispo con la reflexión nuestra sobre aquel mes de estancia en aquel trabajo.

Un año de diácono: experiencia enriquecedora

Cuando me llegó la fecha para recibir las órdenes de cura, le dije al obispo que prefería esperar y pensarlo bien un afio. El me propuso estar de diácono. Estuve tres meses en Ea Eínea, en una barriada toda de chabolas con un buen cura, que era el párroco, y otros tres meses en los Campos de Veger con otro compañero al que le ayudaba.

Ea experiencia de diácono me resultó muy enriquecedora para tomar contacto directo con la realidad de una parroquia urbana muy pobre y en

la otra, con la realidad de los campesinos andaluces que en aquellos años vivían en condiciones tercermundistas. Le pasé un informe a Añoveros sobre la situación del campo y él redactó una pastoral denunciando lo que yo le decía en aquel informe. Su pastoral tuvo una gran resonancia en la prensa nacional durante bastantes días.

Cura célibe (1967-1979): culto anodino y trabajo manual

Después de unos meses de reflexión en el seminario y después de ser ordenado cura en junio de 1967 en la parroquia de S. Pedro y S. Pablo, de San Fernando, soy destinado a la parroquia de San Mateo, de Tarifa, con un excelente sacerdote y compañero. Estuve allí dos años como coadjutor3. Pero me asfixiaba tanto culto anodino, tantos sacramentos de significación social más que religiosa y tanto tiempo dedicado al buen funcionamiento interno de la parroquia.

No podía soportar que a los curas se nos mirara como personas distintas a las demás del pueblo. Al segundo año de estar en la parroquia, de acuerdo con el párroco (y supongo que con la autorización del obispo Añoveros), empecé a echar unas horas de trabajo manual en un taller de reparación de motos en Tarifa. Pero para mí aquellas horas de trabajo, con el mono puesto, ayudando a reparar motos, eran las mejores horas de mi acción pastoral como cura, junto con los contactos que tenía con los jóvenes del pueblo y, sobre todo, con la gente de un núcleo rural alejado unos 7 km.

De todos modos, al terminar ese segundo año en la parroquia como coadjutor, como me seguía sintiendo asfixiado por la labor parroquial y sobre todo por la imagen discriminatoria del cura como «ser superior» o distinto a los demás, le planteé a mi obispo empezar a trabajar como obrero en la zona de la bahía de Cádiz.

Cura obrero (desde 1969): conflictividad laboral

Efectivamente, con otro compañero, empezamos los dos en Cádiz a buscar trabajo.

Mi vida en el trabajo ha estado muy condicionada por las circunstancias socio-políticas que se vivían en España en aquellos años de pleno

franquismo y grandes movilizaciones obreras. Después de hacer un curso de formación profesional como calderero-tubero, consigo, junto con la mayoría de mis compañeros, entrar en una contrata o industria auxiliar como calderero-tubero, dentro del recinto de Astilleros Españoles.

Allí estoy varios meses, hasta que intento pasar a la plantilla fija de Astilleros junto con mis compañeros. Trabajo diecisiete días (tenía quince días a prueba), pero pronto me descubren. En la jefatura de personal se dan cuenta que se les ha colado un cura-obrero y me despiden a pesar de que he pasado los quince días reglamentarios del período de prueba. Desde este mismo momento mi vida en el mundo del trabajo va a ser muy conflictiva. Voy a tener mucha dificultad para encontrar empleo y me van echando sucesivamente de muchos trabajos. Suelo durar sólo unos meses.

En los años 1973 y 1974 hay fuertes movilizaciones, enfrentamientos con la policía y hay más de sesenta detenciones en todo el marco de la bahía de Cádiz. Yo había apoyado muy activamente una «plataforma obrera», que aglutinaba a todos los grupos sindicales y políticos (clandestinos) y que luchaba por un convenio colectivo justo. Algunos curas somos detenidos. Yo estoy seis días, tres en la comisaría, aislado e incomunicado, de pie, sin poder sentarme y sin comer durante cerca de dos días. Otros tres días nos llevan detenidos e incomunicados del exterior a una casa de ejercicios espirituales porque así lo establecía el concordato4.

Mi casa es puesta boca arriba en un registro policial en que se llevan libros, apuntes personales y hasta mi diario íntimo. Al fin, como no consigue la policía probar nada, nos dejan en libertad. Pero son los últimos años del franquismo. Tuve que sufrir dos nuevas detenciones, la última en los comienzos de la democracia. Todo esto es objeto de comentarios en la ciudad. Los curas obreros somos vistos como subversivos. En los trabajos se extiende esta opinión entre los empresarios y se me hace casi imposible encontrar trabajo en toda la bahía.

Sufro en mis propias carnes el problema del paro. Hasta tres veces participo junto con otros compañeros en la comisión de parados de Cádiz, que ponemos en marcha. Tratamos de organizar a los parados por barrios,

sacamos el boletín de los parados, hacemos pegatinas sobre el paro y movilizamos mucho convocando asambleas en los antiguos sindicatos... Apoyo muy de cerca a un grupo de parados que se encierran durante un mes en la iglesia de Santo Domingo, de Cádiz, con acciones muy fuertes por parte de los allí encerrados. He realizado un sinfín de trabajos de todo tipo por las razones apuntadas.

Cura casado (desde 1979).
Empezamos MOCEOP: curas y casados al mismo tiempo

Desde 1977 empiezo a tener relación formal con Manoli, la que hoy es mi esposa y a la que había conocido unos años antes. En este tiempo, tuve que marcharme del piso donde vivía con los otros dos compañeros curas obreros. Ellos no reaccionaron bien ante nuestra relación y me dieron un ultimátum para que dejara el piso lo antes posible.

En Mayo del 78 me llega información desde Córdoba de que los curas casados se pretenden organizar en toda España. Un amigo de Córdoba, que sabía de mis inquietudes, me puso en contacto con Julio Pérez Pinillos, de Madrid, quien entonces comenzaba, a partir de una experiencia que tuvieron en una parroquia, a intentar conectar con otros curas casados de España.

En diciembre de 1979, quince días después de empezar en mi primer trabajo estable como jefe de almacén de una cooperativa de consumo de Cádiz, Manoli y yo decidimos casarnos por lo civil, ya que la dispensaque solicito a Roma en el 1977, no viene. Aquella noche, después de casarnos en el juzgado, estábamos celebrando con un buen grupo de amigos una eucaristía en una casa de un barrio popular de Cádiz. Al día siguiente por la tarde tuvimos una celebración cristiana del matrimonio (aunque legalmente no lo fuera), presidida por un cura amigo, en los locales de una parroquia de un barrio obrero de Cádiz, donde hicimos público nuestro compromiso. Fue un acto muy participado y con asistencia muy numerosa de amigos. Debo subrayar que para mi vivencia cristiana era «fundamental expresar mi fe en una comunidad cristiana de base», ya que no solíamos ir por la parroquia ninguno de los tres del equipo, salvo para actos muy esporádicos y puntuales.

Ya por estas fechas, desde que empezaba a salir con Manoli, sentía

muy clara en mí una convicción: quería seguir siendo cura y estar casado. Algo difícil en la normativa actual de la Iglesia. Alguien me aconsejó un libro: «¿Sacerdotes de qué Iglesia?». Lo habían escrito varios curas casados franceses. Aquel libro me confirmó en mis convicciones. «Eso es lo que yo pienso», me decía.

Julio Pérez Pinillos vino a Cádiz, nos vimos en mi casa y en la playa y hablamos de la necesidad y conveniencia de unificar a todos los curas casados para compartir experiencias. De esos primeros contactos de Julio con algunos de nosotros salió MOCEOP. No había salido todavía el N0 0 de «Tiempo de Hablar».

Me siento identificado con este proyecto y me implico desde el primer momento en su organización. Durante muchos años fui elegido como delegado de toda Andalucía. (Bastantes años más tarde se dividiría Andalucía en dos zonas: la occidental y la oriental, en la que José MMarín, fallecido recientemente, jugó un papel fundamental). Desde entonces, muchos esfuerzos por buscar direcciones de compañeros, primero de Cádiz, luego de toda Andalucía.

Intentamos mantener el contacto con todos a través de visitas por casi todas las provincias de Andalucía, escritos, boletines informativos, citas para reuniones etc... Nuestra primera reunión fue en La Roda (Sevilla); siguieron otros encuentros en años sucesivos en distintas localidades. Asisto como delegado a las reuniones que con periodicidad se celebran en Madrid y una vez en Valencia. En este cargo estoy muchos años (unos dieciocho, calculo), hasta que por fin otros compañeros fueron tomando el relevo en Andalucía occidental.

Hoy, con el paso de los años, creo que todo ese esfuerzo ha merecido la pena. Ha pasado mucho tiempo, han llegado nuevas caras; pero nuestro colectivo hoy sigue siendo un referente muy serio para mucha gente. Debo decir que en este tiempo recibimos la visita del obispo Jerónimo Podestá y su esposa Clelia en tres ocasiones. Asistí en Ariccia (Roma) al primer Sínodo Internacional de Sacerdotes Casados6, que fue de una gran riqueza y que sirvió de punto de arranque para lo que fue después la Federación Internacional de Curas Casados y hoy la Confederación Internacional. Hoy, aunque sin cargos, sigo colaborando en lo que puedo:

en el equipo de prensa, en la página web y sigo asistiendo con Manoli, siempre que podemos, a los encuentros de Andalucía y estatales.

Al mismo tiempo, desde Agosto de 1977 en que se celebra el Io Encuentro andaluz de CCP, en Granada, participo activamente en este movimiento. Sigo firmemente convencido que la fe hay que vivirla en comunidad y el estilo de las CCP es el que más me va. Manoli y yo hemos participado prácticamente en casi todos los encuentros que se han celebrado a nivel provincial y andaluz y en alguno a nivel estatal.

Mis compromisos sociales:
metido a fondo en los compromisos vecinales

Desde 1977, al poco de salir de mi anterior vivienda, encuentro un piso de alquiler en un barrio obrero de Cádiz y en 1978 entro a formar parte de la junta directiva de la asociación de vecinos, donde estoy unos ocho años. Socialmente, me implico a fondo en el movimiento ciudadano de Cádiz. Llegué a ser elegido por todas las asociaciones de vecinos de Cádiz como primer presidente de la federación que formaron, «CADICE», apoyando siempre las reivindicaciones obreras y de los sectores populares. Estuve algunos años en esta responsabilidad.

Esta etapa coincide con el nacimiento de mi primer hijo en 1980. Recuerdo cómo andaba desbordado en el tiempo, sin saber dónde acudir, ya que, a las obligaciones familiares (que no podía atender lo suficiente) unía mis responsabilidades en la asociación de vecinos de mi barrio como vicepresidente y vocal de cultura, y el nuevo cargo de presidente de la federación de Asociaciones de Vecinos de mi ciudad.

Fue ésta una etapa de mi vida muy acelerada por las muchas responsabilidades sociales, que me quitaba todo el tiempo para mis compromisos familiares, que eran muy precisos y necesarios en aquellos momentos. Hoy entiendo que fue un error por mi parte. No debería haber actuado así, sino que debiera haber dedicado más tiempo a atender a mi mujer y a mi hijo recién nacido. Creo que sólo el gran amor de mi mujer y su comprensión para mi modo de ser en aquellos años, fue capaz de que siguiéramos adelante hasta el día de hoy.

Hoy veo con gran satisfacción que la amplia lista de reivindicaciones que planteábamos al ayuntamiento en un barrio que no tenía de nada,

está más que conseguida. Hoy disfrutamos todos los vecinos de un barrio bien equipado y con toda clase de servicios: colegio, ambulatorio, pistas de deportes, local social etc... Todo, conseguido gracias al esfuerzo reivindicativo de todos los vecinos

Recuerdo con especial cariño cuando la junta directiva aprobó en la asamblea del barrio la propuesta de erigir en nuestro barrio un busto al insigne gaditano Fermín Salvochea, alcalde de Cádiz, elegido por aclamación, a pesar de estar en la cárcel: todo un ejemplo de entrega a las causas de los más desfavorecidos. Anarquista íntegro. Todo un mito en nuestra ciudad a pesar de que hace más de cien años de su muerte. También aprobamos en la asamblea del barrio que el recién construido centro escolar llevara el nombre de Fermín Salvochea. Después de muchos esfuerzos, el busto en bronce se inauguró en nuestro barrio y el colegio hoy sigue llevando el nombre de este gran gaditano. En 1982 Manoli y yo recibimos con gran alegría el nacimiento de nuestra hija. Sigo metido a fondo en los compromisos vecinales de mi barrio y de la federación.

Mi comunidad de base:
la Comunidad Cristiana Popular «San José»

En 1984 unos amigos saben que no tenemos comunidad cristiana y vienen a buscarnos para que nos unamos a su grupo. En nuestra comunidad hemos vivido momentos muy bonitos y muy tristes. Hemos compartido muchas situaciones personales por las que han tenido que pasar la mayoría de los miembros del grupo: enfermedades, muertes, bodas, bautizos, accidentes, primeras comuniones, etc. Tenemos una historia muy rica, imposible de reflej ar aquí en toda su extensión. Tenemos recogido en un CD toda la historia del grupo, desde el año 1984 hasta finales del 2005, con muchísimos documentos y fotos. Y en un nuevo CD ya vamos recogiendo recuerdos (fotos y documentos) para los años actuales.

Hemos redactado numerosos escritos a la opinión pública en nombre de nuestra comunidad sobre distintos temas relacionados con la postura de los obispos o de temas sociales. Nuestras reuniones normalmente han sido en nuestras casas o en el campo. Siempre hemos dado preferencia a asuntos personales que cualquiera del grupo quisiera

comentar. Si no, normalmente hemos trabajado sobre unos temas que han sido muy variados: desde la «Cristología Popular» o los «Sacramentos», de José Ma Castillo, hasta temas propios que al grupo le ha interesado y que hemos preparado por parejas. Desde finales del curso pasado (2008,) decidimos comprar el libro sobre Jesús histórico de Pagola y lo estamos comentando entre todos después de la exposición de los capítulos que se exponen ese día.

Hemos apoyado y seguimos apoyando muchísimas iniciativas y causas que se van planteando, muchas de ellas por Internet. Celebramos la eucaristía unas tres veces al año y la animación de la misma la comunidad nos la encarga a los dos curas que estamos casados, que la llevamos alternativamente, una vez cada uno. Aunque lógicamente participamos todos muy activamente en plan de igualdad. Siempre le dedicamos el día entero y comemos juntos. Decir que, a pesar de las dificultades de las distancias (algunos viven en Cádiz, otros en Puerto Real, otros hemos vivido once años en La Línea, otros en Arcos) el grupo no ha dejado de verse, normalmente cada quince días durante veinticinco años. Y que nos da muchísima alegría vernos, encontrarnos y hablar de nuestras cosas.

Nuestra estancia en La Línea (1992-2003): una etapa muy rica en trabajo social

En 1992 terminó mi trabajo en la coperativa de Cádiz y me salió una oferta interesante para trabajar en La Línea. Mi trabajo era como responsable de ventas de un almacén de mármol y granito. Tuvimos la suerte de conocer a algunas personas de MOCEOP que vivían allí. Ellos tenían una pequeña comunidad de base y con ellos conectamos de algún modo participando en las reuniones que tenían.

Fue esta pequeña comunidad de base la que tomó la iniciativa de convocar a todos los colectivos sociales de La Línea para constituir la Comisión 0,7. Hemos tenido muchísimas actividades: exposiciones de cuadros, referéndum a favor de la condonación de la Deuda Externa con mesas de votaciones en diferentes puntos de las calles de La Línea, concentraciones por los desaparecidos en El Estrecho, notas de prensa varias, entrevistas en la radio, etc... También luchamos mucho por conseguir que el ayuntamiento se implicara aumentando sus presupuestos

para cooperación internacional, a base de acciones reivindicativas que tuvieron bastante eco en la prensa local. De la Comisión 0,7 salió la propuesta de fUndar La Línea-Acoge, que hoy sigue funcionando y prestando un gran servicio a inmigrantes de diferentes nacionalidades.

La Comisión 0,7 fue también quien tomó la iniciativa para fundar el Foro Social de La Línea, que ha desarrollado muchas actividades con motivo del Día Mundial de la No Violencia y de la Paz, implicando a colegios e institutos con actividades masivas en la plaza principal de la ciudad. El Foro Social de La Línea participó muy activamente en las movilizaciones contra la guerra de Irak. Llegamos a manifestarnos en la calle y colocamos una amplia pancarta en la torre de la parroquia principal de la ciudad. Participamos también en las manifestaciones masivas de Sevilla del movimiento antiglobalización, a donde nos desplazamos cerca de sesenta personas en un autobús.

Realmente considero que, desde el punto de vista social, el tiempo de estancia en La Línea ha sido muy rico, porque hemos podido llevar a cabo diversas iniciativas que han sido positivas.

Desde 2003, vuelta a Cádiz: difusión de informaciones vía internet

Cuando el dueño del almacén de mármol decide cerrar la empresa, empecé a trabajar enseguida en una nueva empresa brasileña de venta de discos de diamante para corte de mármol y granito, ahora ya desde Cádiz. Los desplazamientos por casi toda Andalucía son frecuentes y, como no me queda apenas tiempo para nada, desde casa, por Internet, voy asumiendo como una responsabilidad y un compromiso difundir informaciones de interés a una serie de direcciones que elaboramos en común entre un compañero de Málaga y yo. Hoy son cerca de ochocientas las personas a las que sigo enviando las informaciones con cierta periodicidad.

También colaboro con algunas páginas web como Redes Cristianas, Moceop, Somos Iglesia Andalucía, Atrio, SOMAC7, etc...Y desde hace un par de años también en mi propio blog y en el de los compañeros del seminario de Cádiz.

También a veces escribo artículos sobre temas de contenido eclesial o social y los envío a los medios. Creo que hay que aprovechar la gran caja de resonancia que es Internet para hacer llegar nuestras actividades a muchos sitios, que a su vez se reenvían a otras muchas.

Mis reflexiones sobre la iglesia: está muy lejos del pueblo

El contacto con el mundo obrero y el movimiento ciudadano me va afianzando mi espiritualidad en una línea muy concreta. Yo veo a la Iglesia, en gran medida, con los mismos ojos con los que la ven los trabajadores y el pueblo sencillo: una Iglesia muy lejos del pueblo, de sus aspiraciones de justicia; muy al servicio de las clases más altas. El mundo obrero, sobre todo con la experiencia que vivió durante la Guerra Civil Española, tiene muy claro que los obispos, curas, etc... están con los ricos y con la gente de derechas. Su mundo no es el de ellos. Aunque ellos acudan a las iglesias y a los curas cuando los necesitan para bautizar a sus hijos, casarse o enterrar a sus muertos. Pero nada más. Critico muy duramente el tipo de actos religiosos que se dan en las iglesias con sacramentos que, en la mayoría de los casos son por convencionalismos sociales y que están llenos de un ritualismo desencarnado y formulista. Mi visión de fe se va consolidando en la línea de lo que es la Teología de la Liberación, el movimiento de las «Comunidades Cristianas de Base» y en consonancia con aquellos colectivos eclesiales que quieren vivir la fe de un modo más liberador y en sintonía con quienes más sufren y están más marginados de la sociedad. La celebración de la Eucaristía me ha parecido siempre fundamental. Siempre he ido sintiendo con mucha necesidad enriquecerme con la fuerza que da leer la Palabra de Dios en la Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento, y más en concreto en los Evangelios. Esto me ha dado mucha fuerza para intentar vivir mi compromiso social o ciudadano.

En este sentido las lecturas de teólogos de la Liberación como Hélder Cámara, Casaldáliga, Oscar Romero, Boff, Sobrino y otros europeos como Castillo, Tamayo, etc. me han ayudado mucho en mi formación cristiana. Así como la lectura de libros y revistas que iban en la misma dirección: Tiempo de Hablar, Cristianismo y Justicia, Alandar, etc.

¿Qué me ha aportado y me aporta MOCEOP?

Creo que el colectivo se ha cohesionado más que los primeros años. Hay mucha más afinidad en los planteamientos de fondo y creo que se ha conseguido unos buenos niveles de amistad y sintonía como grupo humano, que son muy positivos.

Estoy convencido que hoy por hoy MOCEOP es el colectivo eclesial que más ha evolucionado hacia líneas teológicas abiertas. El colectivo se ha desclericalizado bastante en líneas generales aunque puedan quedar algunas huellas de la formación recibida.

La revista «Tiempo de Hablar-Tiempo de Actuar» es un medio muy válido para mantener la unión y la cohesión en una línea teológica y eclesial muy actual. Algo fundamental. También la página web.

Las veces que nos encontramos en nuestras reuniones, me siento estar verdaderamente entre amigos. Está claro que, la gran mayoría de nosotros apostamos por «Otro mundo es posible, otra iglesia también». Hay una gran apertura hacia las líneas transformadoras de nuestra sociedad y nuestra iglesia y sintonía con todos los colectivos sociales y eclesiales que luchamos por lo mismo.

Creo que el máximo exponente de que nuestro colectivo se ha abierto muchísimo, es el que la última asamblea (2007) escogiera a una mujer como coordinadora del movimiento. Creo que debemos seguir aportando lo que otros colectivos eclesiales quizá no cuidan tanto: la desclericalización de los ministerios en la comunidad y la convicción de que es toda la comunidad la que celebra como iguales. Es muy importante valorar también la ayuda que supone para otros colectivos internacionales, especialmente de Latinoamérica.

Y lo que dijimos en la última asamblea estatal: debemos apostar por la acogida con todos. Capacidad de cercanía a quien nos necesite, apoyo y solidaridad.

Entiendo que, en las actuales circunstancias de involución eclesial, debemos estar muy atentos, junto a otros colectivos (Redes Cristianas,

CCP, etc...) para seguir dejando oír nuestra voz, utilizando los medios que tenemos a mano (especialmente Internet) para que se escuche «otra voz de iglesia». Por eso es importante seguir potenciando nuestro equipo de prensa y las comunicaciones por Internet.

Por último, pienso que este aporte del colectivo de curas casados debíamos dejarlo plasmado en ese libro que estamos proyectando. Pienso que hay ahí una gran riqueza que debemos exponerla para que otros la conozcan y pueda ayudarles, como a mí me ayudó en su día la lectura de aquel libro sobre la experiencia de los compañeros casados franceses.

Notas

1    Revista de información sobre la vida de la Iglesia española, propiedad de los obispos.

2    Revista de los misioneros combonianos, de información preferente sobre África Subsahariana, sobre su realidad política, social, económica y cultural; presenta artículos especializados sobre arte, cine, música, iglesia, además de otros contenidos divulgativos de gran utilidad para quien quiera conocer más de cerca qué es África.

3    Eclesiástico que tiene título y disfruta de dotación para ayudar al cura párroco.

4    El Concordato del Estado Español con la Santa Sede, de 1953: los sacerdote que cometían algún delito debían ser recluídos de común acuerdo en casas religiosas.

5    Reducción al estado laical. Ver Glosario.

6    Ver Movimiento pro Celibato Opcional en Glosario.

7    Asociación Solidaria de Personas Mayores. Pundada en 2002 para que las personas mayores puedan utilizar su tiempo libre en actividades que, por su componente variado al acumular múltiples experiencias de vida, les permitan seleccionar las positivas. Así podrán ofrecerlas de manera solidaria a la sociedad actual colaborando en la construcción de otro « mundo posible» a través del intercambio de experiencias con otros colectivos opuestos al neo-liberalismo económico y al dominio del mundo por el capital o de cualquier forma de imperialismo