CURAS CASADOS EN OCCIDENTE

Cuestionamiento radical de un estilo de iglesia

Un libro testimonial

Las experiencias corren la suerte de sus protagonistas: con ellos nacen, en sus regazos crecen, con su madurez se afianzan y a su lado luchan por sobrevivir. Son fruto de apuestas y compromisos que dan sentido a la vida de quienes tienen la suerte de embarcarse en ellas. Y, más allá de su riqueza o pequeñez, quedan enmarcadas en los límites de una vida.

Los testimonios son otra cosa: nacen de experiencias, pero cobran vida propia, luchan por abrirse camino entre el olvido o la simplificación; se enfrentan a la supervivencia, bajo el juicio de su validez o inutilidad, de su distancia o sintonía con retos que superan los límites y apuestas personales. Son un intento de conectar con perspectivas más amplias, comunitarias, colectivas. Y pueden tejer una urdimbre profunda entre diversas experiencias.

Para que esa prueba de perdurabilidad sea posible es imprescindible que las experiencias se conviertan en testimonios. Entonces, el valor de la experiencia rompe los moldes de lo individual para contrastar o conectar con otras personas que han vivido retos similares y los han afrontado desde otros posicionamientos, más o menos coincidentes, más o menos divergentes.

Es éste un libro de testimonios: en el sentido más consciente de la palabra. No se trata, pues, de relatos en los que quienes escriben cuentan, sin más, lo que les tocó o decidieron vivir, con sus errores o aciertos, con sus traspiés y equivocaciones, con sus búsquedas y hallazgos. Quienes en estos breves resúmenes de sus vidas abren sus recuerdos -en ocasiones, muy íntimos-, lo hacen para dejar constancia de vivencias y apuestas, de análisis y compromisos que han dado y dan sentido a sus vidas. Pero, sobre todo, quienes en estas páginas hablan lo hacen para comunicar que en esas sendas por las que transitaron, se encontraron y compartieron inquietudes con otras muchas personas que buscaban como ellos; para dejar constancia de que su caminar forma parte de una ruta más amplia en la que van surgiendo pistas por donde avanzar: veredas abiertas, creativas, tan respetables como otras. Y, antes que nada, quienes en este libro abren sus conciencias, lo hacen para evitar que el tiempo sepulte y hunda en la ignorancia y el olvido su búsqueda, su coraje, su fe. Los testimonios son una contribución imprescindible para la memoria colectiva.

Testimonios en torno al celibato, como punto de partida

El celibato obligatorio ha sido un tema complejo y problemático a lo largo de la historia de nuestra iglesia (EQUIZA-PUHL, 1988, 111-130). Durante los primeros siglos de la era cristiana, no se puede citar ninguna ley que lo imponga; aunque entre los siglos IV al XII surgen leyes que implantan la ley de continencia, para los clérigos, por supuesto dentro del matrimonio (pureza cultual, apoyada en la creencia de que el pecado original fue sexual: concilios de Elvira, Nicea...), aunque se trata de leyes entremezcladas con datos que hablan elocuentemente de las dificultades de dicha observancia. En paralelo, existe otra legislación para la Iglesia católica oriental, cuyos clérigos pueden contraer matrimonio antes de la ordenación.

La ley de celibato obligatorio (de forma que la ordenación sacerdotal se convierte en impedimento para contraer matrimonio) fue promulgada en el II Concilio de Letrán, en 1139. De nuevo, la justificación de la misma es casi exclusivamente la pureza cultual; y la observancia en esta última etapa de la Edad Media no debió ser nada ejemplar. Esa

obligatoriedad, como contraria al mensaje de Jesús y fuente de conflictividad, será uno de los argumentos para la reforma protestante. El cuestionamiento de la ley del celibato obligatorio atraviesa toda la historia de la Iglesia, de manera más explícita en aquellas etapas (Reforma, Ilustración, Modernismo) en que las necesidades de cambios y las ideas de la modernidad cuestionan profundamente los argumentos en que se apoyaba la prohibición. También se puede subrayar que más que diálogo lo que imperó -y continúa siendo el clima actual- fue la controversia. El entorno histórico del Concilio Vaticano II (1962-1965) volvió a poner sobre el tapete un cuestionamiento profundo de la ley, junto a una opinión más o menos extendida de la conveniencia de la opcionalidad del celibato. Como muestra, pueden servir datos de la encuesta realizada en España al clero por el Secretariado de la Comisión Episcopal del Clero, previa a la Asamblea Conjunta de 1971; o alguna de las propuestas-conclusiones de la misma asamblea (Asamblea Conjunta Obispos-Sacerdotes, 1971, 240. 272___)

Éste es el contexto en que se encuentran ubicados los testimonios que aparecen en este libro: un movimiento de abandono del ejercicio ministerial por parte de un numeroso contingente del clero español: unos 6500 sobre un total de 19000, según ciertos cálculos; en torno a unos 10000 según otras estimaciones... (TAMAYO, 2003, 238. GONZÁLEZ ANLEO, 1999, 36. LABOA, 1999, 124_ Cuantificación difícil de precisar debido a la escasa publicidad de datos oficiales y a la no despreciable realidad de los abandonos sin papeles y de vidas paralelas). Secularizaciones que no son sino la punta del iceberg de una insatisfacción personal y un cuestionamiento de fondo de la figura y función del sacerdote dentro de las comunidades eclesiales y en la nueva sociedad española (EQUIZA-PUHL, 1988, 29-34). Pero el abandono del ministerio y el cuestionamiento de la ley del celibato obligatorio son sólo, en los testimonios que dan vida a este libro, el punto de partida. Los testimonios presentados reflejan un colectivo de curas casados en España que, lejos de considerarse fuera de la iglesia por el hecho de haber contraído matrimonio y haber roto con el estado clerical, se siguen sintiendo curas y presbíteros, de otra forma, pero integrados en pequeñas comunidades que les acogen y/o les piden que continúen prestando sus servicios como animadores de la fe y de las celebraciones. La reflexión sobre ese proceso iniciado en diversas comunidades eclesiales ha ido aportando la convicción de seguir formando

parte de iglesias locales, domésticas, en las que la comunidad cobra el protagonismo y los diferentes cometidos o tareas -presbiterado incluido-se van asumiendo según la disponibilidad o capacidad de cada creyente. Comunidades no impositivas sino acogedoras, no cultuales sino celebrativas, de búsqueda y compromiso, no jerarquizadas sino igualitarias; con apuestas por vivir positivamente de cara al mundo moderno. Una realidad pequeña; pero nada despreciable y -al parecer-con grandes posibilidades de cara al futuro.

En el marco de una iglesia escindida

La Iglesia católica no ha vivido buenas relaciones con la modernidad desde que ésta comenzara a aparecer hace varios siglos: la condena de Galileo es uno de los hitos sintomáticos y conocidos de este enfrentamiento; pero no el único ni tal vez el de más importancia. Como fruto de esta actitud condenatoria y del alejamiento progresivo de la iglesia con relación al mundo moderno, se produjo un choque frontal con los principios en que se apoyaron las revoluciones liberales (la procedencia-justificación del poder político, la separación iglesia-estado, la libertad de conciencia... La naciente laicidad, en definitiva). Y, ya a caballo entre el XIX y el XX, las diferentes condenas de las tesis modernistas (Syllabus, Mirari vos, Quanta cura.) junto a las intervenciones de Pío X (encíclica Pascendi, decretos Lamentabili, Maxima cura y Singulari quadam...) no dejan ningún lugar a la duda, por mucho que los mejor intencionados de los intérpretes quieran dejar un espacio para el entendimiento. A nuestra iglesia le falta mucho para digerir el mundo moderno, verlo como el lugar teológico donde se produce la salvación e insertarse en él de forma respetuosa y constructiva.

La suspicacia, la crítica y la oposición a los grandes pilares del mundo moderno son elementos básicos de la doctrina oficial del catolicismo. Más allá de opiniones particulares, parece ser éste un lugar común para la mayoría de los historiadores y para una parte importante de teólogos (MARTINA, 1974, 25; URBINA, 1993, 34; LABOA, 1987, 31...) Es evidente que este enfrentamiento no ha calado por igual en todos los sectores eclesiales y que muchas personas y colectivos han empleado sus mejores esfuerzos en facilitar y aun provocar un entendimiento desde plataformas lejanas al poder.

La constatación de este desfase fue uno de los presupuestos básicos -en parte implícito- en la convocatoria y preparación del Concilio Vaticano II (Constitución Apostólica por la que se convoca el Concilio, 3: la llamada de Juan XXIII al aggiornamento, a abrir las ventanas de la Iglesia...) Constituyó aquél una decisiva apuesta eclesial -desde sus más altas instancias- por reabrir el diálogo y la colaboración con un mundo moderno, anatematizado desde sus orígenes: unión, comprensión, servicio, diálogo... (Constitución Gaudium et Spes). Es importante recordar que esta posibilidad y aun necesidad de encuentro ya había sido trabajada por diversos movimientos eclesiales (pastoral obrera, renovación litúrgica.) y por una insuperable generación de teólogos de la etapa pre-conciliar: Rahner, Congar, Chenu, Haring, González Ruiz, Küng...

Este desfase entre Iglesia y Modernidad, tras unos años de cierta aproximación (1950-1980), ha vuelto a consolidarse en los últimos treinta años. Las intervenciones oficiales de la Iglesia católica, desde sus más altas instancias, han vuelto a marcar las diferencias y las desavenencias entre los que pretenden defender la integridad del mensaje cristiano y los más fundamentales avances de la modernidad: autonomía de las realidades terrenas, laicidad, etc. (TAMAYO, 2003, 65; URBINA, I, 1993, 329).

Sin embargo, en el seno de la misma Iglesia católica hay importantes y cualificados sectores (iglesia de base, teólogos, obispos de diferentes continentes.) que no se encuentran de acuerdo con la situación que acabamos de resumir sintéticamente. Cada vez es más notoria y pública esa división y contraposición entre estos dos sectores en el interior de la misma Iglesia católica (SECO, 2009, 97): quienes conciben el mensaje de Jesús de Nazaret como algo dado de una vez por todas, completo, a conservar con fidelidad tal y como fue formulado en un proceso de siglos; de otro lado, quienes apuestan por un mensaje vivido en su origen y a lo largo de muchos siglos por una multitud de creyentes, formulado con arreglo a las categorías mentales de cada época; pero un mensaje para vivir y descubrir en la complejidad de la vida de cada etapa histórica, abiertos a una realidad histórica cambiante, que es el lugar donde Dios espera y se revela a los creyentes. Las divergencias son profundas y

abarcan campos tan decisivos como la cristología, la eclesiología, la liturgia y hasta los métodos educativo-catequéticos.

Un grupo humano con unos perfiles muy concretos

Es éste un libro de testimonios de vida, enmarcados históricamente en la etapa de contrastes y contraposiciones que acabo de describir someramente. Cualquier relato en que una persona cuenta su vida, sentimientos, aspiraciones y decisiones, es válido en sí mismo: la vida de todo ser humano es suficientemente elocuente cuando nos acercamos con ganas de escuchar, entender y comprender. Pero aquí, además, nos encontramos con los testimonios de un grupo de personas encuadradas en torno a unas coordenadas: todo lo que incluye en nuestro Occidente la expresión y el fenómeno de los «curas casados»; y, más en concreto, curas casados en el último tercio del siglo XX, en la España democrática, y aglutinados, de formas diversas y en diferentes intensidades, en torno a un movimiento reivindicativo: MOCEOP.

Por todo ello, parece importante describir con cierto detalle al colectivo que se expresa en estos relatos testimoniales.

1.    Nos encontramos ante un grupo humano muy variado: de diversas zonas geográficas, con recorridos y formaciones diferentes, curas seculares y religiosos, misioneros, obreros, profesores, con estudios y titulaciones tanto eclesiásticas como civiles, formadores en seminarios, consiliarios, curas de parroquia...

Grupo, al mismo tiempo, con destacables coincidencias: mayoritariamente ordenados en torno al Concilio Vaticano II (años 60); ejerciendo su ministerio como curas en la etapa de aplicación conciliar (años 70); casados, en su mayoría, entre 1975 y 1985; muchos de ellos, sin los rescriptos de secularización preceptivos (por no haberlos solicitado o porque no se concedían); bastantes de ellos, curas obreros; una gran parte, comprometidos con movimientos especializados de Acción Católica, comunidades de base u organizaciones educativas; otra parte, con experiencia misionera en otras tierras.

2.    Estos testimonios han sido reunidos en este libro tras un proceso abierto iniciado desde MOCEOP (Movimiento pro Celibato Opcional),

solicitando a quienes estuvieran interesados, que los enviaran para confeccionar un libro.

En ningún momento este grupo se considera representante ni representativo del colectivo total de curas casados, ni siquiera de los de España. La pluralidad de esos, probablemente, en torno a diez mil curas y religiosos que han dejado el ministerio presbiteral, es de tal calibre y de tal variedad que nadie legítimamente podría referirse a ellos como a un conjunto homogéneo ni pretender hablar en su nombre. No se ha pretendido presentar un trabajo de investigación sociológica. Sólo se ha intentado realizar un aporte de tipo testimonial.

No por ello, sin embargo, parece correcto minimizar ni negar de entrada la representatividad relativa que estos testimonios puedan tener. Esa validez como muestra dependerá de la mayor o menor sintonía con que otros muchos puedan ver reflejado su proceso en estos relatos.

3.    Se trata, por supuesto, de un colectivo luchador, militante. No en vano, en su mayoría, decidieron ser curas en una etapa utópica como la reflejada por los años 60 del pasado siglo. La apuesta conciliar, el panorama desbrozado por encíclicas como Mater et Magistra (1961), Pacem in Terris (1963), Ecclesiam suam (1964) y Populorum Progressio (1967) y sobre todo por el Concilio Vaticano II (1962-1965) transmitían a personas en una edad de gran vitalidad y proyección un dinamismo transformador suficientemente patente.

La posterior involución no hizo, en muchos de los afectados, sino seguir exigiendo en conciencia ser coherentes con las más íntimas convicciones que habían cobrado fuerza y legalidad con las grandes intuiciones conciliares: un movimiento eclesial de vuelta a los orígenes y de puesta al día, para vivir la fe desde el mundo moderno. Muchas de estas apuestas cristalizaron en el Movimiento pro Celibato Opcional: para algunos, un grupo de desertores, rebeldes y resentidos; para otros, un signo de vida, libertad y esperanza.

4.    Uno de los rasgos concretos más representativos de este grupo es su apuesta por recorrer un camino hacia la normalidad. Acabar en su forma de vida con el personaje cura, con el clérigo tan minuciosamente

labrado en su interior, con la figura social identificada con los curas... Romper con la lejanía de la gente normal en la que se suele situar al clérigo.

Y ese recorrido tenía y tiene para ellos unas coordenadas claras: vivir del propio trabajo, asumir unos compromisos de tipo social y político como tantos militantes y compartir la vida afectivo-sexual con una mujer, sin dobles vidas ni medias tintas. Camino entendido como un proceso sin retorno y por seguir recorriendo cada día.

5. En este grupo humano predomina la vivencia, como curas en ejercicio oficial, de una pastoral misionera más que de cristiandad. No es que se carezca o se haya huido de la atención a parroquias; sino que, más bien, el proceso personal ha ido ayudando o exigiendo dedicarse con mayor intensidad e identificación a la formación de militantes, a la atención de grupos pequeños de revisión, oración o formación. Este proceso ha sido facilitado por la estancia en pequeñas comunidades, parroquias obreras, barrios marginales o humildes. En algunos casos, el detonante fundamental ha sido haber trabajado en tierras de misión. En esos ámbitos es bastante más fácil y hasta imprescindible vivir como un servidor, un igual, desde la fraternidad y el compromiso compartidos.

6. Estos relatos reflejan de forma llamativa una decisiva evolución interior. La formación y el ambiente vivido en los seminarios o centros formativos por estas personas estuvieron marcados por una etapa típica de cristiandad y nacional-catolicismo. Las normas estrictas, los internados cerrados a cal y canto, la ruptura con los ambientes de procedencia y con la vida normal, los miedos a todo lo que supusiera riesgo de pecado y una espiritualidad centrada en las prácticas piadosas y en la mortificación de los sentidos, formaron seres especiales, poseedores de respuestas para todo, separados del resto de los mortales, preparados para desempeñar una misión cargada de tintes sobrehumanos.

En esta gran crisis interior de depuración, en este lento y profundo proceso de desmontaje y evolución hacia la sencillez, han tenido y tienen una importancia decisiva múltiples factores: el choque con la complejidad de lo real, el cuestionamiento de tantas seguridades por un mundo en progresiva secularización; las grandes dosis de utopía de la época, el

descubrimiento de otra espiritualidad encamada, en búsqueda y en diálogo con otros muchos creyentes, desde la igualdad; el encuentro con la mujer, con lo femenino, la vivencia y la valoración positiva de la sexualidad...

7. Experiencias tan llamativas, en aquella época, como los curas obreros o Francia-país-de-misión, junto a todo el derrumbe del franquismo y la construcción de la democracia, fueron también decisivos a la hora de posicionarse en un mundo nuevo que nacía y en el que -sentían- había que hacerse presentes.

En concreto, la misma experiencia de curas obreros en España marca una línea en parte paralela o coincidente con la de curas casados. Hay grandes analogías entre ambos movimientos y hasta una parcial coincidencia de personas. En ambos casos la experiencia de fondo es la urgencia y el compromiso vital por otra forma de estar-vivir y posicionarse en el mundo. Y, consecuentemente, otra forma de estar-vivir y posicionarse en la iglesia. Y esta búsqueda de nuevos cauces de compromiso y de actuación desde la fe, desde otra perspectiva, son vivenciados por este grupo como caminos de liberación interior y de depuración de las estructuras más rígidas del clericalato.

8. Este éxodo interior hacia otra forma de vivir en iglesia y de ejercer el ministerio presbiteral, no son sino la cristalización de una discrepancia vital y teológica de fondo. Existen planteamientos y actuaciones divergentes de los oficiales, porque se viven y se formulan de forma disonante y aun enfrentada elementos decisivos para la vida eclesial: qué es ser iglesia, qué es evangelizar, en qué consiste la comunión, cuál es la aportación de un creyente al mundo hoy, cuáles son las mediaciones a utilizar e intensificar, cómo se han de interpretar los contenidos de la fe, qué sentido tiene el ministerio presbiteral, cómo deben organizarse y desarrollarse las comunidades de creyentes, etc.

Este colectivo entiende y explicita que los interrogantes anteriormente enunciados pueden recibir muy diferentes respuestas, dependiendo de los entornos geográficos y humanos en que se viva, de los ámbitos culturales en que se esté y aun de las opciones personales y grupales por las que se apueste. Las comunidades de creyentes en Jesús son, por

ley de vida, plurales; y esa pluralidad debe ser considerada legítima y no contraria a la unidad de la fe: una riqueza del Espíritu que debe ser respetada. No reivindican sus apuestas como las únicas válidas; pero sí como tan válidas como cualesquiera otras...

9.    Los testimonios de vida presentados subrayan que esa otra forma de vivir en iglesia no sólo es legítima, sino que es ya real; no en otra iglesia alternativa, diferente, sino en el seno de esta misma Iglesia católica, en muchas comunidades de creyentes: comunidades más igualitarias, más fraternas, menos impositivas, más en búsqueda, con un reparto y un ejercicio de ministerios plural y funcional, con menos leyes y mayor creatividad.

10.    Consecuentemente, en este grupo de personas existe la convicción de vivir en una situación de frontera, dentro pero con profundas discrepancias y en situación tal vez «irregular», al margen de lo oficial pero muy integrados en pequeños grupos de creyentes, en iglesia pero muy enfrentados con lo oficial y lo de siempre.

En un signo de coherencia interior y de respeto hacia quienes ven las cosas de otra forma, la mayoría de quienes suscriben estos testimonios no aceptarían hoy reintegrarse a destinos oficiales de curas, en la situación actual, ni aun dando por supuesto que de forma oficial se les permitiera ejercer esos servicios a pesar de estar casados. Como podrá comprobarse con la lectura de estos relatos, la discrepancia es mucho más profunda que la no aceptación de la ley del celibato obligatorio.

RAMÓN ALARIO Representante de Moceop en la Federación Europea de Curas Casados

Bibliografía.

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