Historia de una resistencia
Es una suerte contar, en estos momentos (2010), con 124 números de Tiempo de Hablar-Tiempo de Actuar. Son una historia de la vida y la reflexión del Movimiento pro Celibato Opcional (Moceop). En ellos se puede encontrar desde el primer documento elaborado por los curas del barrio de Moratalaz -tras la serie de reuniones que dieron origen a este movimiento- hasta las crónicas de los encuentros-asambleas estatales y de los sínodos-congresos internacionales, pasando por un impresionante y variopinto conjunto de testimonios y artículos de reflexión. Constituyen, creemos, una fuente ineludible en este asunto.
Gracias a esta importante documentación, la vida y las apuestas de quienes hemos disfrutado y disfrutamos de esta corriente eclesial de aire fresco, podrán ser conocidas y consultadas por quienes lo deseen, más allá de simpatías o descalificaciones apriorísticas.
Hay que trasladarse bastantes años atrás, hacia diciembre de 1977. Un cura del barrio de Moratalaz (Madrid) había decidido contraer matrimonio: y así lo había manifestado a su comunidad parroquial. La respuesta de quienes recibieron esta confesión, fue valorar su sinceridad
y sugerir que el autor de la misma permaneciera entre ellos tal y como hasta ese momento había estado. Los curas de siete parroquias del entorno celebraron varias reuniones y reflexionaron sobre el problema surgido, tratando de adoptar una posición pastoral colectiva. Fruto de esas reuniones fue un documento, firmado por dieciséis de ellos, que se repartió por las parroquias -como era habitual en aquella época y en aquel barrio- a multicopista.
«Como en la mayoría de los sectores pastorales también aquí las secularizaciones se han ido sucediendo: a veces silenciosamente; en ocasiones con gran eco... Son lo bastantes y laboriosas las reuniones que hay detrás de lo que hoy os comunicamos. Nuestro intento es invitaros a una reflexión por grupos sobre esta situación... Lo que de aquí pueda surgir es algo que entre todos iremos viendo... Desde esta perspectiva global -terminaba el documento-revisar esta ley del celibato significa no sólo reivindicar un derecho general de la persona, sino eliminar de raíz una parte del estatuto jurídico especial del sacerdote que lo convierte en algo separado del Pueblo de Dios, e n una casta dentro de él». (Tiempo de Hablar, n. 81-82,6 y ¡0).
Documento interesante y aportación serena y valiente por parte de curas con cargo pastoral, intentando que las comunidades también tomaran parte en la situación surgida. Esta iniciativa cristalizó en una valiente toma de postura, en la convocatoria de reuniones abiertas al clero de la diócesis madrileña y en la petición de que el tema fuera abordado para el curso siguiente en las reuniones del Consejo de presbiterio.
Que algunos curas abandonaban el ministerio («colgar los hábitos», «salirse»,...) formaba parte de la conciencia colectiva de creyentes y no creyentes. Pero los aires de una época de cambios, el ambiente eclesial propiciado por los nuevos aires del Concilio Vaticano II, los deseos de una renovación profunda de las comunidades eclesiales, facilitaban que esos «abandonos» de algunos curas fueran vivenciados y abordados desde otra perspectiva y otro nivel de compromiso. Ésta era la novedad de aquellos momentos.
Parecidas iniciativas surgieron por aquel entonces en otras ciudades y zonas de España, con menor incidencia -es lógico- en zonas rurales. En estas numerosas expresiones de cuestionamiento, sensibilización y compromiso -personal y comunitario- podemos enraizar el nacimiento del Moceop.
Estos procesos se concretaban en demandas a favor del celibato opcional, por supuesto; pero iban más allá. No se trataba sólo del proceso de algunos curas que, por diversas causas o variadas vivencias, se veían obligados a solicitar la «dispensa de celibato» y a «desaparecer»: a ello nos habíamos acostumbrado como ante lo inevitable. Estábamos ante algo nuevo. Por un lado, la negativa pontificia a conceder la denominada «secularización» y, por otro, la presión de ciertas comunidades ponían sobre el tapete eclesial un problema de otra índole:
«Pero somos conscientes de que embarcarnos en todoun movimiento eclesial por la supresión de esa ley ha de ir mucho más al fondo. Reivindicar, sin más, un derecho humano puede solucionar muchos problemas humanos angustiosos. Pero podría ser una expresión más de clericalismo. Y es aquí donde queremos ser reiterativos: la ley del celibato y sus secuelas no es una cuestión de curas: nos afecta a todos. Y llegar a esta convicción es un paso decisivo para desterrar de nuestras relaciones el clericalismo» (Tiempo de Hablar, n. 2,3).
El protagonismo, por tanto, debía ser de las comunidades. Y la ocasión para sacarlo a flote, la necesidad de afrontar teológica y jurídicamente la situación de aquellos curas que, queriendo contraer matrimonio o habiéndolo ya contraído, no deseaban abandonar el ejercicio ministerial y, al mismo tiempo, seguían siendo aceptados y demandados como presbíteros por sus propias comunidades. (Tiempo de Hablar, n. 3, 612: «Nuestra Iglesia hoy...»).
Los años de la transición contemplan -por diversas zonas españolas-una incipiente oposición a esa separación impuesta jurídicamente a curas y a comunidades a través del celibato obligatorio. Más allá de los resultados obtenidos con esta reivindicación, una convicción va profundizando en ciertos grupos: la necesidad de aunar esfuerzos ante
lo que se considera un atentado contra los derechos personales y comunitarios. Esta conciencia reivindicativa era el germen del que brotó nuestro movimiento. Desde los comienzos nos comenzamos a llamar «Movimiento pro celibato opcional». Pero el movimiento quería ir más allá de la reivindicación.
«Habernos lanzado a la calle -decíamos- con el lema pro celibato opcional, comporta grandes dosis de reivindicación... Pero somos conscientes de que embarcarnos en todo un movimiento eclesial por la ssupresión de esta ley, ha de ir mucho más al fondo...» «No se trata, por tanto, de reivindicar un derecho para un estamento ya de por sí privilegiado. Sino de luchar por un nuevo rostro de iglesia, objetivo central del Vaticano II. Queremos rescatar una fe y una comunidad de creyentes de una de sus grandes mordazas: elclericalismo» (Tiempo de Hablar, n. 2, 3-4).
Como medio que facilitara la organización y como vehículo de expresión, en el primer trimestre de 1979 sale a la calle el número 0 de Tiempo de Hablar. (Años después -con motivo del III Congreso Internacional celebrado en Alcobendas- y para explicitar una opción primordial, se comenzó a llamar Tiempo de Hablar-Tiempo de Actuar: n. 56-57). Desde las primeras páginas aparecen los objetivos de este sencillo instrumento de comunicación:
-«Sacar a flote el tema de la secularización de los curas y sus consecuencias. Evitar que el tema quede sepultado». -«Animar a hacer algo eficaz en este asunto».
-«Poner en relación unos grupos con otros y a personas sueltas con grupos».
- «Dar contenidos como medio de hacer frente a simplificaciones». (Tiempo de Hablar, n. 0).
Como consecuencia de los compromisos reflejados en este boletín, se puso en marcha una campaña para conectar los diferentes y numerosos grupos que estaban planteándose esta problemática por toda nuestra geografía.
A lo largo de los años 79, 80 y 81 el boletín inicial va cobrando entidad, gracias fundamentalmente a diversos factores: colaboración de diversos grupos de personas que sintonizan con la idea de lanzamiento: Albacete, Asturias, Alicante, Córdoba, Granada, Cádiz, Valencia, Málaga, Murcia... son referencias de las que queda amplia constancia en los primeros números de la revista; trabajos de mayor o menor envergadura, solicitados y amablemente preparados por diferentes teólogos: Burgaleta, Castillo, Briones, Tornos, Lois, Urbina, Llanos, González Ruiz, Rufino Velasco... son firmas que nos acompañan desde entonces; y conexión casi continua -junto a los apoyos mutuos- con otros colectivos de iglesia, entre los que destacaríamos: ESCE (Equipos de Sacerdotes Casados de España), Curas Jóvenes (de Madrid), Iglesia en Madrid, Semanas de Teología (posteriormente, Congresos), CCPs (Comunidades Cristianas Populares)...
También a esta etapa inicial pertenecen múltiples contactos con los medios de comunicación social: tarea ardua que, en muchas ocasiones, no consiguió romper con los acentos sobre lo morboso; pero que, además de familiarizar al gran público con el tema, consiguió otras veces acercar el debate profundo a la gente.
En marzo de 1982 celebramos nuestro I Encuentro Estatal. Un año antes se habían iniciado contactos sobre la posibilidad y conveniencia de realizarlo. El viaje del Papa a España ofertaba la ocasión para lanzar a la luz pública un documento sobre el tema de los curas casados y su aportación enriquecedora a las comunidades. (Tiempo de Hablar, n. 9, 19) Finalmente ese encuentro era convocado (Tiempo de Hablar, n.12, 22-26).
La idea inicial fue madurando hasta concretarse en una reunión centrada en la aportación de experiencias y recorridos personales y comunitarios y en la profundización sobre ese material, con la idea de marcar unos presupuestos y objetivos desde los que trabajar juntos.
De este encuentro se pueden subrayar algunos elementos importantes. El colectivo estatal «pro celibato opcional» se daba una organización
funcional: coordinadores, delegados, boletín, encuentros. Al tiempo, se formulaban, tras el debate del material aportado, los presupuestos y objetivos de los que partir.
«Presupuestos: Una iglesia en marcha. La Buena Noticia. La pequeña comunidad de corresponsables. La dignidad de ser hombres.
Objetivos: El Reino de Dios. El replanteamiento de los ministerios en la comunidad. La desclericalización de los ministerios.Y otros objetivos de tipo operativo: evitar procesos de secularización falsos y humillantes, servir de aliento y apoyo, etc.» (Tiempo de Hablar, n. 13, 9-12).
En el recuerdo de los que nos encontramos aquella primavera en los locales de Ntra. Sra. de Moratalaz, se agolpan vivencias y decisiones que sentíamos empezaban a ser comunes: cierta euforia de haber emprendido un camino que también a otros parecía serio; el compromiso de estar abiertos al Espíritu para renovarnos en profundidad; la paz del encuentro con otros colectivos de creyentes; la decisión de no ser un tinglado más; la búsqueda sincera para aportar nuestro específico granito de arena a la renovación de nuestra iglesia. Y, sobre todo, la conciencia y la apuesta unánimes de no estar poniendo en marcha nada fuera de las comunidades eclesiales, sino de estar defendiendo algo que las iba a enriquecer y a depurar.
El LLEncuentro General del Moceop (junio, 1984. Tiempo de Hablar, n. 22) clarifica y asienta parte de lo vivido estos años iniciales. De él merece la pena destacar la incorporación de colectivos hasta ese momento no presentes, así como la confirmación de los presupuestos y objetivos formulados en el encuentro anterior.
El acento y la profundización del movimiento iban focalizándose cada vez con mayor claridad en torno a la «potenciación de ministerios que surjan desde la riqueza y espontaneidad de las comunidades, y nunca como una proyección o incluso desmembración de esquemas clericales» (Tiempo de Hablar, n.22, 20). Es claro que progresivamente el entorno teológico de Moceop iba ampliándose y ganando profundidad.
Surgió ya en esos momentos, como en ocasiones posteriores, el debate sobre la conveniencia de que Moceop fUera un movimiento específico o se integrara en otros movimientos de base más amplios. Prevaleció la idea de que la reivindicación específica o el matiz que nuestro movimiento aportaba a las comunidades, no era asumido explícitamente aún por otros colectivos. Se subrayaba además la utilidad para muchos grupos y curas, sobre todo de zonas rurales, de contar con un apoyo específico como el que Moceop aportaba.
En esta perspectiva deseábamos pasar de insistir en la figura del presbítero y en la exigencia de que el ministerio presbiteral no estuviera unido por ley a un estado de vida ni a un sexo, a focalizar nuestra apuesta en la comunidad toda ella ministerial: deben ser ellas las protagonistas, las que sirvan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo; y las que alumbren y distribuyan las tareas y cometidos que necesitan para realizar su misión.
«La iglesia que -aun mínimamente- abandone su visión de cristiandad para peregrinar por los caminos de la misión, no tiene derecho a vivir para sí, volcada hacia dentro» (MOCEOP. Tiempo de Hablar, n. 5).Por eso, queremos caminar «hacia unos ministerios de la comunidad al servicio de los hombres y mujeres de hoy, y abierta en disponibilidad creativa ante el mañana» (Tiempo de Hablar, n. 44-45).
Al inicio de 1983 llegaron las primeras noticias de algo que empezaba a gestarse en el entorno europeo: la idea de un movimiento internacional de curas casados. La iniciativa partía de diversos colectivos de Italia, Holanda, Alemania y Francia. Y aunque los presupuestos teológicos evocaban todavía adherencias preconciliares, decidimos que había que estar presentes en algo que parecía ser importante (Tiempo de Hablar, n. 18, 27-28).
A Chiusi, en la región central italiana, se encaminó Julio P. Pinillos. Y participó en el Sínodo Internacional de curas casados con sus esposas. Volvió con la convicción de haber conectado con colectivos y
personas en búsqueda, y con el compromiso de ir trabajando para sentar las bases de un movimiento internacional. (Tiempo de Hablar, n. 20, 22).
La coincidencia por encima de fronteras cristaliza en el II Sínodo Internacional: Ariccia (Italia, verano de 1985. Tiempo de Hablar, n. 24 y 26). Probablemente muchas de las personas que allí nos reunimos -europeos, latinoamericanos y norteamericanos-, guardemos en nuestros recuerdos rasgos de la dureza de ciertos debates, de la profundidad de ciertas discrepancias, de los entresijos de poder y manipulación que somos capaces de generar los seres humanos aun en tareas tan sencillas y, en principio, lejos del poder como la que nos había congregado. Este aún llamado «II Sínodo Universal de curas casados y de sus esposas» fue tenso, laborioso y sin espacio para el turismo ni la fiesta. Era demasiado lo que había que debatir, ajustar y defender.
Pero sería injusto no reconocer que Ariccia supuso un encuentro profundo y valiente de creyentes-, la confraternización desde una fe y un recorrido vital de múltiples similitudes, la decisión de no encasillarse cada persona y cada grupo en sus trayectorias concretas... Por eso este encuentro puso en marcha un movimiento que, en principio, podía y puede acoger una reivindicación rica en matices aunque coincidente en aspectos básicos: una reivindicación, por supuesto, desde entonces, susceptible de irse enriqueciendo con otras aportaciones y debates. De Ariccia salió el germen de lo que durante muchos años se iba a denominar «Federación Internacional de Curas Casados» (1986-2005. Tiempo de Hablar, n. 39-40, 5-8).
Baste subrayar los grandes puntos de encuentro: nos sentimos y queremos ser iglesia, en esta iglesia de Jesús vemos como uno de los lugares más esperanzadores las pequeñas comunidades de creyentes, el compromiso liberador y desclericalizador debe actuar en el seno de la propia comunidad, rompiendo con toda discriminación y toda traba a la corresponsabilidad igualitaria, esa comunidad es ministerial y posee el derecho a darse y disfrutar de los ministerios que estime necesarios para su misión así como a encomendarlos a quienes estime idóneos.
El final de la década de los 80 estuvo marcado por una profundización sobre el sentido eclesial de nuestra reivindicación. Son exponentes de esta inquietud el I Congreso de la Federación Internacional (Ariccia, 1987. Tiempo de Hablar, n. 32-33) y la IV Asamblea General del Moceop (Octubre de 1988. Tiempo de Hablar, n. 36-37). El trabajo realizado en estos encuentros abandonó aún más el debate teórico y las exposiciones más o menos doctrinales, para centrarse en el estudio y la reflexión de múltiples experiencias de servicio y de vivencia en comunidades. En ambos planos -personal y comunitario- la fuerza y riqueza de lo vivido es tal que la reivindicación del celibato opcional acaba difuminándose como algo secundario; o mejor, enmarcado en una perspectiva global: otro tipo de iglesia y de comunidades.
Es la práctica ministerial -los hechos, la vida; no los debates- la que tiene que demostrar que un ministerio no ligado por ley a un sexo ni a un estado de vida, aporta mayor libertad a las comunidades eclesiales, un legítimo pluralismo y una riqueza incuestionable. Ésa va a ser nuestra apuesta -iluminada por la reflexión y la teología, por supuesto-; una práctica que impulsará poco a poco ese protagonismo de comunidades adultas. (Tiempo de Hablar, n. 47).
Los títulos de los mismos números de Tiempo de Hablar dedicados a ambos encuentros, no pueden ser más elocuentes: «Ariccia: un canto al retorno». «Retornados. No reducidos». «Servidores desde la libertad»... Son el grito subyacente a tantas experiencias de creyentes, la vitalidad de fe rebrotada en tantas vidas apeadas del pedestal del clérigo o marginadas por ley de un servicio «ordenado»... Parece que esta etapa repite machaconamente que el tema del celibato opcional sólo tiene importancia en el marco de una eclesiología del Pueblo de Dios, de mayoría de edad del laicado, de coincidencia y reencuentro de todos en la igualdad de una fe adulta y corresponsable.
Nos manifestábamos abiertamente en contra de los «procesos de secularización» (llamados oficialmente «reducciones al estado laical»). Los creyentes laicos nunca son personajes reducidos, disminuidos, venidos a menos o quedados en algo incompleto... Había que rebelarse ante esta
mentalidad que posteriormente justifica la mayoría de las prácticas clericales: creyentes de primera, los que saben y mandan («la iglesia») y creyentes «de tropa», los que obedecen, son amonestados y adoctrinados («la clientela, la parroquia, los fieles»...)
En nuestro movimiento unos nos sentimos felizmente retornados a lo común y originario, porque otras y otros nos habéis transmitido y contagiado que sois mayores de edad en la fe y que se puede ir a vuestro lado en condiciones de igualdad. Y nos habéis ayudado a sentir que esto no es reducción, disminución, empequeñecimiento; sino retorno a lo común, reencuentro con la fraternidad inicial. Nos habéis acompañado a bajar del pedestal con los menos traumas posibles: no hay lugar para las añoranzas ni para las nostalgias, sino para el encuentro gozoso.
El proceso del colectivo que integra Moceop desde el principio, sería ininteligible sin la presencia activa de la mujer. No sólo en la medida en que ellas habían entrado de forma evidente y «a plena luz» en el día a día de tantos curas; sino, sobre todo, por la aportación de esa parte complementaria que ellas ofrecían de todos los aspectos de la vida a un grupo tan alejado y aun insensible del mundo femenino como es el de los curas. La forma de entender los sentimientos y su expresión, la manera de sentir y de analizar las situaciones, los acentos a destacar y los compromisos a priorizar, todo ello adquiría matices y peculiaridades hasta entonces insospechadas y desconocidas para quienes habíamos estado integrados en el clero durante años...
«...lo que inicialmente para muchos de nosotros y de vosotras fue un encuentro en el amor, se fue convirtiendo poco a poco en un encuentro cuestionador; la presencia de la mujer en pie de igualdad a nuestro lado, junto a nosotros, por mucho que nos cueste y nos exija, debe ser necesariamente una presencia que remueva, que fecunde, que termine aportando todo lo que del mensaje evangélico una Iglesia machista no ha sabido desentrañar o ha ocultado interesadamente» (Tiempo de Hablar, n. 46).
Necesariamente, esa perspectiva ha ido enriqueciendo y transformando
muchos planteamientos de este movimiento y de quienes lo componemos. Y nos ha hecho comprometemos, a todas y todos, para conseguir en nuestras pequeñas comunidades que la mujer sea aceptada en un completo plano de igualdad en todos y cada uno de los cometidos y responsabilidades que se precisen. Eso lo intentamos llevar a la práctica en nuestros grupos de creyentes: reconocer y servirnos de la valía de las mujeres. Baste decir, como botón de muestra, que a fecha de hoy, 2010, Tere Cortés coordina y preside nuestro movimiento desde 2007.
En consecuencia, reivindicamos y exigimos que nuestra Iglesia, desde las más altas instancias y respondiendo a lo que ya es realidad en tantas comunidades, se replantee el papel que asigna a las mujeres, y acabe con la desigualdad que sigue imperando en los planos de decisión y responsabilidad: un reto innegociable para poder hablar con una mínima coherencia y hacer creíble el mensaje evangélico al mundo actual. (.Tiempo de Hablar, nn. 23, 46, 98...)
E1 I Congreso Latinoamericano (Brasil, enero de 1990. Tiempo de Hablar, n. 42) y el II Congreso Internacional (Holanda, verano de 1990. Tiempo de Hablar, n. 44-45) son, sin lugar a duda, otros acontecimientos que marcan momentos importantes de crecimiento. No tanto por lo que tienen de encuentros más o menos masivos y, por así decirlo, oficiales. Sino porque respondieron a dos grandes retos. Primero, el salto cualitativo que supuso la irrupción de la realidad latinoamericana a un primer plano de la escena. De hecho, uno de los grandes inconvenientes que se le podían achacar a la Federación Internacional de Curas Casados y a nuestro movimiento, era seguir anclados en situaciones de cristiandad de nuestra vieja Europa. La aportación con más voz y con mayor presencia de la realidad de Latinoamérica y del Tercer Mundo en general, podían empujarnos a la búsqueda más radical del mundo oprimido y a la apuesta definitiva por unas comunidades misioneras y proféticas, creativas: no enzarzadas en polémicas jerárquicas ni jurídicas. Segundo, el despegue cada vez más claro hacia actitudes de servicio; un dinamismo que nos debía empujar hacia un ministerio que debía de ser nuevo para poder ser útil a un mundo que era nuevo. Las actitudes de retorno al pasado van contra la historia y terminan no conduciendo más que a mundos que ya no existen...
El III Congreso Internacional (Alcobendas, España, 1993. Tiempo de Hablar, nn.55 y 56-57) es uno de los recuerdos más gratos y, al mismo tiempo, una de nuestras apuestas serias. Estábamos convencidos profundamente de las limitaciones eclesiales que comportaba nuestra vivencia ministerial de europeos de toda la vida; y habíamos apostado por insuflar aire de otras latitudes y de otros ámbitos vitales. Una parte importante de esta apuesta fue fructífera. No fue un dato anecdótico la cuantiosa presencia de amigas y amigos de veintisiete países, entre los cuales se contaron trece de fuera del entorno inicial centroeuropeo y norteamericano. Tampoco fue un puro trámite la consecución del castellano como tercer idioma oficial.
Dos grandes ponencias enmarcaron la reflexión del congreso, de la mano valiente y ecuménicamente eclesial de Lois y Pannikar. El quicio del encuentro fue la recogida de experiencias, personales y comunitarias, y su análisis: este elemento daba un gran peso de contenido real a toda la reflexión posterior. A ambos ponentes se les pidió que iluminaran lo que el aporte experiencial significaba. Entre las grandes líneas que allí confluyeron, se podrían destacar:
Nuestra apuesta teórico -práctica por otro modelo de iglesia. No para hacer una iglesia paralela; sino para renovar evangélicamente desde dentro.Ni grandes debates, ni planteamientos pretenciosos: opciones sencillas y profundas.El ministerio eclesial ha de moverse entre estos parámetros: servicio, pluralidad, adaptabilidad, no profesionalización. El futuro -y el presente- nos plantean los retos de servicio desde los frentes seculares.La comunidad debe recuperar el protagonismo, frente a todo clericalismo. (Tiempo de Hablar, nn. 56-57, 63-64).
Como resumen global, dos orientaciones que salieron cada vez perfiladas con mayor rotundidad: la perspectiva eclesial en que estábamos caminando y deseábamos avanzar; y la decisión de seguir construyendo la iglesia desde apuestas vitales sencillas.
Eso mismo buscábamos en el Encuentro Internacional de Brasilia (1996): el latido de una iglesia que se mueve menos encorsetada por el Norte y camina amalgamada en el día a día con tantas y tantos excluidos
de la Tierra y de la Historia. El latido profundo de la convivencia y la reflexión continuaba marcando ritmos coincidentes: deseo de servir, apuesta por servir de algo al ser humano del tercer milenio, abandono en la cuneta de polémicas y debates que no deben ser nuestro norte, porque no son el Sur. Boff nos ayudó de forma magistral a contactar con la realidad eclesial de las comunidades de base. Y explicitó que en ellas se plantea otro nuevo modo de ser iglesia, tan válido teológicamente hablando como otros que han perdurado por siglos. En ellas es la comunidad quien asume el protagonismo, la ministerialidad; ellas han de hacer frente a los tres grandes retos del tercer milenio: defender la vida, anunciar y testimoniar la fraternidad universal a partir de los pobres y oprimidos, y vivir la fe de forma comunitaria. (Tiempo de Hablar, n. 66).
El fHo y la nieve que cubrió España, nos acompañaron en nuestra afirmación como iglesia -«somos iglesia»- (VII Encuentro Estatal), a finales del 97. Volvíamos a juntarnos, a compartir, para decirnos unos a otros, para confirmarnos en nuestra fe común de ser iglesia, frente a descalificaciones y simplificaciones. Moceop firmó aquel fin de semana su compromiso con la corriente «Somos iglesia» (Tiempo de Hablar, n. 72).
Los últimos doce años -hasta el momento- han visto confluir dos líneas muy representativas. Por un lado, muchos movimientos de base tienen la convicción de encontrarse en una iglesia que, desde las instancias oficiales, se ha hecho más intransigente, menos respetuosa de la pluralidad, más conservadora, más integrista: bastante lejana de los aires de renovación del Vaticano II; lo cual lleva consigo inevitablemente que los grupos más aperturistas y renovadores -comunidades, movimientos, teólogos...- sean marginados, ignorados y excluidos. Por otra parte, importantes reivindicaciones de un amplio espectro de movimientos renovadores son, con matices, comunes: retorno al evangelio, a las fuentes, pluralismo, respeto de los derechos humanos en interior de la iglesia, compromiso con los grandes problemas de la humanidad, puesta al día de los contenidos y de la formulación del mensaje de Jesús, oferta de la Buena Noticia, respeto de la autonomía de las realidades terrenas, ecumenismo diario y en profundidad, etc.: en pocas palabras, retorno al
camino intuido y abierto por el concilio y profundización del mismo.
De ambos factores ha ido surgiendo en estos colectivos la necesidad de aunar esfuerzos, ampliar la comunión y organizarse mínimamente para combatir estos aires de involución y comprometerse juntamente por una iglesia en búsqueda y respeto.
Para la Federación Internacional de Curas Casados, uno de los momentos iniciales de esta apertura a otros grupos reformadores de iglesia fue el V Congreso Internacional. (Atlanta. U.S.A. Verano de 1999. Tiempo de Hablar, n. 79). Fueron muchas las expectativas y los retos entre los que se movió este congreso. Entre otros habría que destacar la ampliación de la base eclesial que lo convocó y participó en él. La reivindicación de un celibato opcional, quedaba enmarcada en unas coordenadas mucho más amplias de renovación de iglesia. Parece evidente que el tema elegido- «Derechos Humanos y Reconciliación en la Iglesia»- era lo suficientemente fundamental como para dar amplio y densojuego.
Esta línea de trabajo culminó en el Encuentro Internacional para la renovación de la Iglesia. «Otra Iglesia es posible» (Leganés. Septiembre. 2002. Tiempo de Hablar, n. 90-91). La organización del encuentro estuvo a cargo de la corriente «Somos Iglesia»; y la asistencia fue altamente representativa, con asistencia de personas de más de treinta países.
«Para que nuestras iglesias sean siempre signos del Reino de Dios, creemos importante.Reflexionar sobre la forma de ser y organizarse como iglesia en el mundo. Abrir plenamente las comunidades eclesiales a los pobres, a los migrantes y a las personas moralmente marginadas como divorciados y homosexuales. Cumplir realmente los Derechos Humanos en sus relaciones internas y con todos sus miembros. Reformular los ministerios en su comprensión teológica y en su forma de expresión, abriéndolos a la plena participación de las mujeres, sin que el celibato tenga que ser obligatorio para el cumplimiento del ministerio presbiteral.
Estas cuestiones sólo podrán ser profundamente tratadas en una iglesia renovada a la luz del Evangelio.» (Tiempo de Hablar, n. 90-91, ¡20).
En este entorno eclesial se celebró la asamblea de la «Federación Internacional de Curas casados», que se cerró con el compromiso de ir preparando las bases a federaciones continentales que se unieron en una confederación internacional. Esta decisión parecía responder mejor a las posibilidades de encuentro y a la pluralidad del movimiento internacional.
Para Moceop, la conciencia de formar parte de un movimiento eclesial de amplia base y la necesidad de vivir la comunión y compartir experiencias, nos ha llevado a organizar encuentros de zona en los que hemos disfrutado compartiendo y buscando juntos con otros creyentes de otras comunidades o movimientos. Esta línea de mayor contextualización eclesial, se desarrolló en nuestra VIII Asamblea Estatal. (Diciembre 2000. Tiempo de Hablar, n. 84). Y fue concretándose en posteriores encuentros abiertos (Valladolid, Córdoba, Albacete, Getafe, Valencia...), a los que se invitaba y en los que se daba mayor protagonismo a otros grupos de base.
La necesidad de coordinarse, la dificultad de los traslados y el alto coste de los mismos, la sobrecarga de reuniones, la peculiaridad de cada movimiento, la riqueza de los intercambios. junto a las posibilidades de comunicación del mundo informático nos han ido empujando hacia el establecimiento y la consolidación de las redes informáticas. Es un fenómeno de este tiempo nuestro, del que no podíamos quedar al margen los movimientos de base eclesial renovadora. Se trata hoy de una realidad rica y plural.
En España, Moceop ha estado en el surgimiento y la configuración de una dinámica red de grupos y movimientos (casi doscientos en 2010. Tiempo de Hablar, n. 109), repartidos por todo el territorio español, de muy diversas características y con muy variadas opciones: «Redes Cristianas». Su identidad queda clara desde 2006
«Revisar nuestro estilo de vida y los medios y métodos que utilizamos en nuestras comunidades. Manifestar con acciones y compromisos públicos... este nuevo paradigma de comunicación y organización inspirado en el
Evangelio de Jesús y guiados siempre por la búsqueda, el diálogo el espíritu critico y autocrítico y la convicción de estar defendiendo en todo momento los intereses de los más pobres y excluidos...Organizar encuentros, foros, convivencias para compartir información... Establecer una relación estrecha con otras redes nacionales e internacionales... Contribuir desde todas nuestras posibilidades a la transformación radical de la Iglesia y de su presencia en el mundo...» (Tiempo de Hablar, n. 105, 43-44).
Como fruto de esta comunión de movimientos, se han ido celebrando diversos encuentros o asambleas, el último de los cuales ha tenido lugar en Bilbao (octubre, 2009) bajo el lema «Alternativas solidarias a la crisis». (Tiempo de Hablar, n. 119). Se trata de una iniciativa muy seria y cargada de pluralidad, compromiso y respeto.
RAMÓN ALARIO