DEME ORTE Valencia

NUESTRA PRIMERA Y PRIMORDIAL FORMA DE SER IGLESIA

Soriano de nacimiento aunque valenciano de adopción. Salesiano. De formación inicialmente tradicional, aunque muy pronto subyugado por la primavera conciliar. Cura obrero.

Convencido de que las comunidades domésticas son una forma primordial de ser y vivir en iglesia, ha apostado de siempre por estos pequeños grupos de creyentes con fuerte proyección social.

Durante unos doce años formó parte de una comunidad de vida y fraternidad, integrada por tres parejas y cinco niños.

Comprometido en mil y una luchas... Contemplativo y poeta. Acompañante de grupos de homosexuales cristianos.

Mi origen. Mis raíces (1946-1957)

Soy de Castilruiz, un pequeño pueblo de la provincia de Soria, en la rinconada de Agreda, al pie del Moncayo. Hijo de familia numerosa, tanto por parte de padre como de madre. Mi padre era panadero, además de trabajar en el campo; no sólo él sino mi madre y toda la familia. Eran tiempos de la posguerra, con mucha escasez, muy poco dinero y una economía de subsistencia en base a lo que diera el campo y algunos animales de corral para echar mano en caso de apuro, como la matanza que se estiraba todo el año. Infancia de escuela antigua, de enciclopedia y cuatro reglas, frío mitigado con la estufa de serrín, castigo con la vara en la mano, jugar en la calle, en cuadrilla, y ayudar en casa a lo que hiciera falta desde bien pequeños.

En un ambiente de cristiandad vieja, de religiosidad tradicional, todos pasábamos por la iglesia, catecismo o monaguillos; y el cura, que también nos daba clases de repaso, nos proponía ir al seminario. Venían también unos «visitadores» haciendo campañas vocacionales por los pueblos. Visto con perspectiva, era casi la única posibilidad para los chicos y chicas de aquellos pueblos, la mayoría pobres, de seguir estudiando, saliendo del pueblo. Varios compañeros fueron o al seminario o a frailes; y yo, también; con sólo diez años, fui a un cursillo vocacional. De allí seguí estudiando en los Salesianos: Huesca, Campello (Alicante); y luego, al Noviciado y a Filosofía en Godelleta (Valencia).

En los años sesenta, mis padres emigraron a Zaragoza, donde mi padre trabajó con un camión repartiendo hierros. Mis hermanos menores estudiaron y luego todos trabajaron. Son parte de esa colonia de sorianos que hacen de Zaragoza la primera ciudad de la provincia de Soria, y a ésta la provincia española más despoblada. Yo también tengo esa experiencia de cierto desarraigo de sentirme soriano en Valencia y valenciano en mi pueblo.

Ésas son mis raíces, mi origen. Cuando vuelvo a mi pueblo, experimento que aquello no es tanto mi pasado, recordando mi infancia, sino mi origen, mi raíz, algo mío. Soy castellano, soy de pueblo, soy de familia humilde. Es mi tierra, mi familia, mi gente, soy yo. Aunque ese yo se ha ido conformando con otras identidades y pertenencias que me han configurado como soy. Pero ésa es mi raíz.

Tiempo de formación (Salesianos: 1957-1973)

Primero fui a estudiar, pero desde el principio toda la formación se orientaba hacia la sublime vocación religiosa y sacerdotal. Cinco años de aspirantado, un año de noviciado y tres de Filosofía, escolástica por cierto, y con libros en latín; más mucha práctica religiosa, mañana, tarde y noche, en un internado en el que el estudio y la oración se compaginaban con bastante trabajo en una granja y en el campo. Rezar, cantar gregoriano, segar alfalfa, estudiar Filosofía en latín y sacar el estiércol de los terneros, todo formaba parte de un tiempo oscuro de dura disciplina, una religiosidad culpabilizadora y una vida muy marcada por la obediencia. Tres años más de trabajo en colegio salesiano, internado también, de dedicación total, ponían a prueba tu vocación.

Luego vino una etapa diferente: los cuatro años que estudié Teología en Barcelona fueron un cambio notable. En los estudios ya se perfilaba la teología conciliar del Vaticano II, con apertura y renovación. La convivencia en un seminario más abierto: salir con compañeros a la ciudad de vez en cuando, conocer otros mundos, el mismo trabajo pastoral en un centro juvenil, donde el trato con chicos y chicas jóvenes en un ambiente de más libertad y en unos barrios populares (Horta, Carmelo) era para mí una experiencia nueva tras tantos años de internado estricto.

Primeros años de cura (1973-1975)

Esa etapa me animó a desear la ordenación sacerdotal como una vocación de entrega con una perspectiva esperanzadora de renovación eclesial y de compromiso evangélico en un mundo necesitado de cambios. Experiencias como Taizé apuntaban una primavera de la iglesia. Me ordené el año 73, celebrándolo especialmente en la comunidad cristiana del centro juvenil «Martí Codolar». Aunque sabía que me tenía que ir de allí, aquel contexto sí que me identificaba y animaba.

Luego, fui destinado a Elche, donde di clases en una escuela profesional e iniciamos, con otro compañero, un centro juvenil con grupos formativos y múltiples actividades. Empecé también a moverme en ambientes obreros y populares, gracias a la HOAC, además de los jóvenes de salesianos y con el movimiento Adsis. Dos años muy intensos de vivencias diferentes, especialmente fuera del contexto religioso, en la calle, en los barrios...

La renovación conciliar: LaPopu (1973-1980)

En los salesianos, aquellos años de renovación conciliar, se dio todo un movimiento de orientación popular («La Popu»), o «hacia los pobres», que se concretó en dos pequeñas comunidades de salesianos inmersos en barrios populares: una en Zaragoza y otra en Benicalap (Valencia). Unos cuantos salesianos inquietos en esa dirección propusimos nuevas experiencias, una de ellas en Elche, que ya teníamos prácticamente concretada; pero el obispo no la autorizó y prácticamente nos echó de su diócesis. El Provincial1 me mandó a Valencia. Di clases en el colegio salesiano, estudié la licenciatura en Teología y gestioné el centro social «Don Bosco» con una orientación de apertura social al barrio y a los trabajadores, también a los sindicatos, entonces ilegales, y a partidos o movimientos políticos. Una época convulsa y muy interesante.

Durante varios años seguimos proponiendo nuevas comunidades insertas en barrios populares; y año tras año nos las fueron denegando. Yo tenía la sensación de estar en un castillo feudal, desde el que puedes hacer mucho bien a los demás, pero desde la distancia de estar asegurado en la institución religiosa, mientras la gente está a la intemperie. Todo ello me llevó a pedir una excedencia, que es seguir siendo salesiano pero fuera del colegio. Me fui a vivir a Benicalap con un grupo de chavales de Adsis y busqué trabajo.

En esa situación «irregular» estuve varios años en un diálogo imposible con el Provincial, que no quería sino que me incorporara y obedeciera o me saliera del todo. Cuando años más tarde me casé, fui automáticamente expulsado de la congregación por atentar matrimonio.

Cura obrero (1977- hasta hoy)

Al poco tiempo de buscar trabajo, lo encontré de peón de la construcción en una obra. Un trabajo muy duro físicamente. A ello se unía en mi caso la obsesión por pasar desapercibido, que nadie supiera de mi condición de religioso, y convivir con compañeros con intereses muy diferentes y conversaciones para mí poco habituales. Comer con ellos en el bar y acostumbrarme al carajillo, volver a casa agotado... fue todo un proceso de anonadamiento, o una crisis de mi personaje anterior.

Luego trabajé en un almacén de libros, y de ahí empecé a repartir,

primero desde el almacén y luego ya como autónomo. Casi un año fui repartiendo «trinaranjus» y cervezas por bares; y luego ya me dediqué al reparto de libros. Empecé solo pero posteriormente nos juntamos dos compañeros que hacíamos casi lo mismo y, con otro más, fundamos «La Colla» (La Cuadrilla), como grupo de repartidores asociados, cada uno autónomo, pero haciendo partes iguales entre nosotros. Siempre nos animó una filosofía laboral de socialización, de trabajar para vivir y no vivir para trabajar, por lo que la falta de agresividad competitiva primero nos fue bien pero luego se volvió en contra. El cierre de algunos almacenes de editoriales y distribuidoras y la situación del transporte autónomo da como resultado la precariedad de tener poco trabajo y relativamente mal pagado.

No me quejo de mi trabajo y condiciones. Sé que hay quien está mucho peor. Pero experimento la precariedad del autónomo, de no poder faltar al trabajo casi por nada, de tener que sacarlo como sea; de ir sacando poco dinero y teniendo muchos gastos (vehículo, gasoil, impuestos, seguro...) y la perspectiva de una jubilación muy precaria. Yendo todo más o menos bien, vamos justitos; así que deseando que no pase nada.

Aparte esas dimensiones económicas, estoy feliz en mi trabajo; hago lo que me gusta, como trabajo manual y como relación con la gente de las distribuidoras y librerías, los compañeros de reparto y transporte. Ser el último en la cola de descarga de un almacén me hace sentirme cura obrero como quiero ser: como un trabajador más, pero portando en mí ese secreto del Evangelio de Jesús vivido y ofrecido en mi vida cotidiana. El otro día una chica de un almacén que me vio en la portada del libro «De la Misa al tajo»2; me dijo. «¡No sabíamos de tu pasado secreto!». Yo le dije que no era ni pasado ni secreto. No lo voy diciendo pero tampoco lo niego ni lo oculto. Y que la gente lo acepte con naturalidad me reafirma en mi convicción de que esto, vivir del propio trabajo manual, es la condición de la mayor parte de la gente y no debería ser extraño en un sacerdote. Es más, considero que el trabajo da dignidad y credibilidad al ministerio: no ser un profesional de la religión, ni vivir de ella, hace que el servicio al Evangelio sea más creíble porque es gratuito. Ser cura obrero es una forma de «desclericalizar», de no ser clero, de no ser casta aparte dedicada profesionalmente a lo religioso.

Experiencia de fraternidad (1980-1993)

La pequeña comunidad salesiana (llamada «fraternidad») del barrio de Benicalap-Ciudad Fallera sufrió pronto la involución religiosa que siguió a la época de apertura conciliar, hasta el extremo de ser conminada a volver a los colegios, dejando trabajos y actividades en el barrio. La decisión del grupo fue mayoritariamente dejar la congregación y seguir como grupo. Sólo uno volvió a la institución y otro, sacerdote, se integró en la diócesis. El resto optó por seguir como grupo en el mismo piso y los mismos trabajos y actividades.

El grupo evolucionó, como es normal. Se incorporaron unas personas, se fueron otras, se iniciaron procesos de parejas dentro y fuera del grupo. Luego llegaron las bodas, los hijos. De un piso se pasó a tener dos y luego tres, ambos en el mismo rellano y comunicados interiormente como una sola casa. Teníamos la economía en común. Cada uno/a aportaba el sueldo de su trabajo y tenía lo que necesitara. La atención y el cuidado de los hijos eran compartidos por todos, sin desdibujar el rol de los padres. Las faenas de casa, también. Igualmente el compromiso de cada persona en asociaciones de vecinos, sindicatos, APAS3, entidades de solidaridad, o en el paro. El respaldo fraterno significaba un refuerzo en el compromiso de cada persona.

Económicamente nunca hubo problema, aunque hubiera dificultades. Juntando los sueldos sobraba aunque hubiera alguno en paro. Por no acumular, asumimos el compromiso de liquidar cada año lo que nos sobrara destinándolo a alguna causa solidaria. Nunca hubo tampoco problema en medir la austeridad o exigencia de cada uno; estaba la confianza de que no habría excesos ni despilfarros. Éramos una verdadera familia formada por tres matrimonios y cinco niños (dos chicas y tres chicos). Vivíamos, con nuestras limitaciones, la pequeña utopía de las primeras comunidades cristianas: «lo tenían todo en común, y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía...» (Hechos 4,32).

Fue una experiencia gratificante que dio de sí lo que dio de sí por nuestras propias limitaciones. Llegado un momento de crisis, optamos por la separación amistosa de los tres matrimonios, quedando un piso para cada uno: tapiamos lo que habíamos comunicado, y seguimos de buena vecindad, con llave todos de todos, con mucha relación más que

amistosa y participando en la misma comunidad cristiana. Yo lo viví mal un tiempo como una crisis o un fracaso de un ideal. Pero hubo personas que me ayudaron a vivir en positivo la gracia o la suerte de haber vivido más de doce años una experiencia que muchos quisieran para sí.

Familia (1984 hasta hoy)

«De bodas salen boditas», dicen. Y fue a partir de una boda cuando empezamos a salir Carmelina y yo, que ya nos conocíamos del barrio, de la escuela infantil en que trabajaba ella y que había sido promovida por las asociaciones de vecinos, y de otros compromisos en el barrio. Tras dos años de noviazgo, nos casamos en 1984, en el juzgado, y luego hicimos una celebración religiosa con la familia, la comunidad, compañeros de barrio y de trabajo, amigos y amigas, gente de comunidades cristianas y gente del barrio.

Al poco de plantearnos tener familia, empezaron los problemas de riñón de Carmelina que abocaron a la diálisis; y, afortunadamente poco después, al transplante de riñón. Por la dificultad de un embarazo de riesgo en esas circunstancias, optamos por solicitar la adopción o el acogimiento familiar de algún niño o niña. Fue así como llegó a nuestras vidas Verónica, una preciosa niña de cuatro años y medio. Primero fue como acogimiento familiar indefinido, con lo que suponía de gratificación por un lado, pero también de incertidumbre ante la posibilidad de que en cualquier momento se nos podría retirar el acogimiento. De todos modos nos hicimos el planteamiento de que lo que pudiéramos hacer por ella el tiempo que fuera, eso que iba por delante para ella y para nosotros. Cinco años después se resolvió la adopción y pudimos ir superando también la ansiedad de las visitas programadas con la familia de origen, que resultaban sumamente contraproducentes para la evolución de la niña. Hoy seguimos teniendo relación con dos hermanas, adoptadas en una familia, pero no con un hermano mayor ni con sus padres biológicos ni familia anterior.

Primero fue al colegio del barrio, pero ante las dificultades y retroceso en su evolución escolar, social y afectiva, buscamos un colegio de educación especial, del que nos hicimos socios cooperativistas y en el que yo colaboré varios años en la Junta directiva. Allí ha estado más de diez años, hasta que ella misma quería salir; probablemente ya no

avanzaría escolarmente mucho más, por su 75% de discapacidad psíquica. Luego ha hecho un Programa de Garantía Social4 de jardinería y después un curso de orientación laboral como limpiadora. Verónica requiere mucha dedicación y atención, pero va consiguiendo un buen grado de autonomía, madurez y responsabilidad. Es un encanto, pero también pone a veces la paciencia a prueba. Yo digo a veces que con ella tengo mi cachito de cielo y mi cachito de tercer mundo en casa, pensando en tantas niñas que sufren marginación y exclusión.

Ésta es nuestra familia nuclear, pero con una concepción de familia más amplia, no sólo por nuestros parientes, sino también por lo que significa para nosotros la comunidad cristiana con la que hacemos vida, y más en particular con nuestros vecinos y vecinas más cercanos. Tanto por la adopción como por la experiencia de fraternidad en la comunidad cristiana se demuestra para nosotros que hay vínculos más importantes que la misma sangre. Creemos que Jesús también lo vivía así.

Comunidad cristiana (1980 hasta hoy)

Aparte de mi experiencia anterior de comunidades religiosas, siempre he tenido la inquietud y la creencia de que una pequeña comunidad cristiana es el ámbito adecuado no sólo de sentirse persona, sino de vivir la fe cristiana. La verdad es que mi experiencia de ya casi treinta años con esta pequeña comunidad doméstica confirma esa convicción.

Comunidad significa para mí esa relación personal cercana, fraternal, de aceptarnos las personas como somos y, a partir de ahí, caminar juntas en una misma dirección, con todos los respetos a los distintos pasos, ritmos o posibilidades. Nuestra comunidad ha tenido mucha evolución, de personas que han entrado y salido, de momentos diferentes, pero siempre ha permanecido, en su precariedad, fiel a sí misma.

Somos una veintena de personas que nos reunimos casi semanalmente por las casas (comunidad doméstica). Con diversos niveles de estudios, de edad, de formación, hemos ido aprendiendo a ser una comunidad de personas libres y adultas, donde cada una participa en la medida que quiera; de personas iguales en la diversidad, donde nadie es más que nadie porque sepa más o tenga más. Cada año elegimos un pequeño equipo coordinador para todo el curso y formamos grupos de preparación

de las reuniones y celebraciones, en las que participamos todas las personas, más o menos. Cada año elegimos también los temas que queremos tratar durante el curso; solemos hacer algún tema bíblico, otros de teología, otros de formación social, de reflexión y también de comunicación personal. Alternamos reuniones de celebración con otras de formación y de comunicación, sin desdeñar momentos lúdicos como excursiones, visitas culturales o salidas en grupo. Esas dinámicas nos animan a la participación, a la creatividad en la preparación de celebraciones, con toda libertad para el grupo preparador, y a la corresponsabilidad de que la comunidad es cosa de todos y todos hemos de aportar algo.

Cada persona comparte también en la comunidad sus compromisos: familiares, laborales, sociales, eclesiales. Compartirlos nos ayuda a saber que no estamos solos cada uno en nuestro tajo, porque la comunidad no lo es sólo cuando se reúne sino también cuando está dispersa. También las preocupaciones, inquietudes, problemas de cada persona, de cada familia, de los hijos, se comparten. La comunidad seguramente no puede resolver muchas cosas pero sabes que está ahí.

Nuestra pequeña comunidad doméstica es nuestra primera y primordial forma de ser Iglesia. En comunión con otras comunidades, con otros movimientos afines o diferentes, somos Iglesia con toda la Iglesia, pero en primer lugar con nuestra comunidad. Nuestra misma marginalidad de estar fuera de toda institución eclesiástica nos hace sentirnos lejanos de los aparatos de poder, de doctrina, de normas, pero cercanos de las personas y grupos sociales más marginales. Entendemos que el margen es nuestro sitio, nuestro lugar eclesial y social. No nos causa ningún trauma sentirnos marginales; más bien satisfacción.

En cuanto al tema de los ministerios, varias veces lo hemos tratado en la comunidad, y desde el planteamiento comunitario, se acepta el carisma de cada persona para un servicio, se le aprecia y se le pide. Si además tiene el visto bueno eclesial de la ordenación, pues mejor; pero si no, entendemos que es la comunidad quien ha de decidir quién la anima, quién la preside. De siempre se ha aceptado sin problema la presidencia del cura casado principalmente por el propio carisma de la persona y por la confirmación de la comunidad. Yo mismo, cura casado,

he provocado en la comunidad la reflexión y revisión de esa inercia, a fin de estar abiertos a otras posibilidades, como que presida el hombre o la mujer que la comunidad decida, esté o no esté el cura oficial.

Como fundamento y trasfondo está la teología de que la comunidad es lo primero, y su derecho a celebrar la fe comunitariamente; y lo secundario es quién la presida. Y, por supuesto, se trata de una apuesta por superar el clericalismo de la distinción entre clero y laicos, y hablar mejor de comunidad y ministerios. En ese sentido nos sentimos con total libertad y creatividad, dentro del respeto al sentido común y a la tradición más básica de Jesús: «Haced esto en memoria mía».

Nuestra forma de ser y hacer Iglesia

La comunidad de base es la eclesiología5 más elemental. Pero sabemos que no estamos solos ni caminamos aislados. La comunión con otras comunidades nos sirve no sólo para compartir y reforzar nuestros sentimientos comunes, sino para ejercer nuestra forma de ser Iglesia en horizontal, en comunión igualitaria. En primer lugar lo hacemos con el colectivo de Comunidades Cristianas Populares (CCP) a nivel local y a nivel estatal. Pero también con otras realidades eclesiales como Redes Cristianas que expresan la diversidad real que hay, y que esa diversidad enriquece. Frente a una institución eclesiástica vertical, autoritaria, dogmática, coaligada con el poder... entendemos que estas otras formas de ser y hacer Iglesia son coherentes con el mensaje de Jesús: mensaje de cercanía con las personas excluidas y marginadas, con los pobres, con los de abajo; y de ser buena noticia de libertad y de liberación, de compromiso en la transformación de esta sociedad tan injusta y de anuncio y construcción de esa utopía que llamamos Reino de Dios. La libertad y la disidencia son muchas veces una necesidad: no sólo un derecho sino un deber frente a las aberraciones que a veces proclama la jerarquía eclesiástica, tan lejos del Evangelio. Y no por eso nos sentimos menos Iglesia. Es nuestra forma de ser y hacer Iglesia desde la opción por los de abajo y por el Evangelio.

MOCEOP. Cuestionamiento del clericalismo

MOCEOP ha sido desde el principio un movimiento reivindicativo de la opcionalidad del celibato, de la supresión de la norma como condición necesaria para ser sacerdote y de la perfecta compatibilidad entre

matrimonio y ministerio. La historia nos ha ido dando la razón y ámbitos populares de sentido común y ambientes cristianos de base lo van viendo como lo más normal. Sólo la jerarquía eclesiástica y algunos sectores se resisten a reconocer que no tiene sentido mantener una norma que no sólo es anacrónica sino contraproducente.

Afortunadamente creo que MOCEOP ha superado el ser un movimiento meramente reivindicativo para ser un movimiento de renovación eclesial, entroncado con otros movimientos eclesiales que van perfilando una Iglesia de otra manera. Ya no es un grupo de curas casados y sus esposas, sino un movimiento de personas creyentes que quieren y trabajan por otro mundo y de paso también por otra Iglesia; pero teniendo claro que lo primero es el Reino de Dios y sólo después la Iglesia: y ésta al servicio del Reino de Dios. No descartamos un quehacer eclesial de renovación, pero tampoco queremos que los asuntos eclesiásticos sean los árboles que nos tapan el bosque del horizonte evangélico del Reino. Trabajando por el Reino renovamos la iglesia.

El tino de MOCEOP ha sido saber remover un puntal que tambalea toda la estructura. Ese puntal es el cuestionamiento no tanto del celibato como condición, que también, cuanto del clericalismo mismo. El clericalismo es una patología de la iglesia que la convierte en radicalmente desigual: unos mandan y enseñan y otros y otras obedecen, aprenden y callan o transmiten lo aprendido. Esa desigualdad desacredita una comunidad que se dice de iguales, de hermanos y hermanas, y de seguidores de Jesús. Todo lo demás viene después: jerarquía vertical, curas, obispos, arzobispos, cardenales, curia, Papa. Y con ello, dogmas, derecho canónico, Estado Pontificio...

Para mí, MOCEOP ha sido una gran ayuda para profundizar algunas intuiciones básicas, contrastando mi experiencia con la de otros compañeros y compañeras. Gracias a MOCEOP he ido aprendiendo que es posible ser cura sin ser clero, que no es cuestión de renunciar a un ministerio al que uno se siente llamado, pero que no quiere convertir en una profesión ni un oficio. Por eso para mí, la doble condición de ser cura obrero y ser cura casado van muy unidas como dos aspectos de una misma opción desclericalizadora. La dedicación exclusiva que acaba profesionalizando el ministerio, y el celibato como condición de

pertenencia al clero, son dos riesgos de secuestro de un ministerio que ha de ser gratuito. Lo digo con todo respeto a curas célibes que conozco y aprecio por su entrega; pero también como crítica a que no se admita como perfectamente normal la opción de cura obrero y de cura casado. Yo participo en el colectivo de curas obreros en el que, curiosamente, una buena parte somos casados, y participo también en el «Grup de Rectors del Dissabte» de Valencia, en el que me siento aceptado y apreciado; pero eso no me impide ver que es lo excepcional.

Un cura con los gays: feliz de estar ahí

Un día, un grupo de homosexuales cristianos que habían participado en un encuentro de comunidades, nos invitaron a varias personas a una reunión con ellos. Y a mí me propusieron que por qué no venía a celebrar la Eucaristía con ellos. Yo me dije: de marginados a marginados dentro de la iglesia ¿cómo me puedo negar? Y empezó un camino con ellos que (aparte de lo que haya sido para ellos) para mí fue y es todo un proceso de superar prejuicios, temores y esquemas.

El grupo es desigual en formación religiosa y en madurez personal. Algunos preceden de influencias religiosas estilo Opus, Kikos6 o de parroquias tradicionales; y de hecho algunos dejaron de venir al grupo o, al menos, a las eucaristías porque no se encontraban cómodos o se escandalizaban de algunas cosas, por más cuidado que pusiéramos en respetar sensibilidades. Durante más de diez años el grupo ha ido madurando en muchos aspectos, tanto en cuanto a su fe, que cuidan con la oración semanal, la eucaristía mensual, la formación y algún retiro o celebraciones especiales como Pascua, como también en cuanto a su participación en el colectivo Lambda (LGTB)7, en su presencia y visibilidad en ámbitos cristianos como el fórum Cristianisme i món d’avui%, en comunidades de base, en Redes Cristianas (Xarxa Cristiana9, en Valencia), o los encuentros estatales LGTB.

A mí, celebrar la Eucaristía con ellos, además del halago o el honor de que me invitaran, me ha ido enseñando, por ejemplo, a releer el Evangelio como buena noticia liberadora para las personas que se sienten marginadas como ellos y ellas. Releerlo y transmitírselo como palabra de consuelo, de ánimo, de amor, de compromiso, de esperanza. Siempre está presente de algún modo el amor inmenso de Dios Padre y Madre, y la cercanía de Jesús con los pobres y excluidos. Hacer de la Eucaristía

una pequeña fiesta donde se perciba la calidez afectiva de la fraternidad y de la presencia de Dios y de Jesús. Desde ahí, libertad, imaginación y creatividad para participar todas las personas y encontrar y compartir motivos de acción de gracias, de bendición, de alegría.

Hemos tenido la ocasión de celebrar en el grupo el matrimonio de varias parejas tanto de gays como de lesbianas. Han sido celebraciones preparadas cuidadosamente en el grupo, con muchos detalles originales, con gran emoción y como una fiesta. Que al menos en un ámbito así encuentren oportunidad de poder expresar lo que sienten y de celebrarlo compartiéndolo es un motivo de reflexión y de acción de gracias. Este año, por ejemplo, que en los colectivos LGTB han priorizado la visibilidad de las lesbianas, si ya la mujer está dejada de lado en la iglesia, no digamos las lesbianas. Es un reto hacer visible esa realidad y mostrarla como querida por Dios, como motivo de acción de gracias y celebración, superando la marginación de los prejuicios religiosos con ellas; es una tarea que está en gran parte por hacer, y seguramente nos toca a quienes estamos en la base más cerca de ellas aportar nuestro pequeño empujón en esa dirección. Yo me siento feliz de estar ahí.

Concluyendo.... Se hace camino al andar

Una de las intuiciones de MOCEOP ha sido priorizar la vida y, en concreto, vivir lo que creemos que tiene que ser sin pedir ni esperar permisos. Esa disidencia no sólo teórica sino práctica hace posible abrir caminos que se van haciendo normales, aunque minoritarios, y aceptados. Ya no se puede decir que es imposible compatibilizar ministerio y matrimonio porque hay quien lo está haciendo. Los hechos cantan. O que las mujeres no tienen protagonismo en la iglesia, porque hay comunidades en las que sí, y son iglesia; o que gays y lesbianas no son aceptados en la comunidad cristiana, porque hay comunidades cristianas en las que sí, y son iglesia, aunque no le guste a lajerarquía. A mí tampoco me gustan muchas cosas suyas y no los excomulgo por eso.

Yo estoy tranquilo y convencido en mi vivencia eclesial. Desautorizar una experiencia como la mía no es desacreditarme a mí sino a una comunidad cristiana que la hace suya, y a un movimiento eclesial que está en esa línea. ¿Quién es quién para desacreditar a quién? ¿Hablamos, señores obispos?

Sabemos que la nuestra es una causa utópica. Pero sabemos que la utopía no está en la meta, sino en el camino. Alcancemos o no el horizonte que nos llama, lo estamos viviendo ya. Para eso sirve la utopía, para caminar (Galeano).

En ese círculo de la utopía nos movemos: soñar lo imposible, creerlo posible, intentarlo, hacerlo real, disfrutarlo, celebrarlo, cuestionarlo, superarlo, y volver a soñar.

(Notas)

1    Autoridad de las congregaciones religiosas que gobiernan las casas de un determinado territorio llamado provincia.

2    Corrales, Xavier. De la Misa al tajo. La experiencia de los curas obreros. Universitat de Valencia. 2008.

3    Asociaciones de Padres de Alumnos.

4    Están dirigidos a jóvenes mayores de 16 años y menores de 21 que no posean titulación alguna de Pormación Profesional y, especialmente, para aquéllos que no hayan alcanzado los objetivos de la Educación Secundaria Obligatoria.

5    La teología cristiana que dedica su estudio al papel que desempeña

la Iglesia como una comunidad o entidad orgánica y a la comprensión de lo que «Iglesia» significa: su papel en la sociedad, su origen, su relación con el Jesucristo histórico,

6    Ver Camino Neocatecumenal en el Glosario

7    Es una asociación de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales constituida en 1986 debido a la situación de discriminación legal y marginación social que padecen, para conseguir la completa igualdad que el resto de las personas. (Lesbianas, Gais, Transsexuales y Bisexuales )

8    Es un encuentro de dos días abierto a todos para reflexionar teológicamente sobre temas de actualidad, intercambiar experiencias, convivir en un clima de amistad y celebrar al Dios de la vida. Se viene celebrando todos años desde 1989.

W Redes Cristianas. Ver Glosario.

JULIO PÉREZ PINILLOS

Madrid

SACERDOTE OBRERO Y CASADO:

OTRA FORMA DE SER CURA HOY

Palentino de origen. Madrileño desde hace más de cuarenta años. Casado desde 1977; tiene tres hijas. Iba para misionero en Africa; pero se quedó por estas tierras de misión más cercanas, en el barrio madrileño de Vallecas.

Cura obrero desde 1966. Sindicalista. Consiliario de la JOC. Encarcelado en la última etapa del franquismo. Uno de los promotores del movimiento de curas casados, tanto a nivel nacional como internacional, del que ha sido presidente.

Hoy continúa integrado, a petición del consejo parroquial, en el equipo presbiteral de la parroquia, ejerciendo las tareas y responsabilidades que se le piden.

Desde hace 30 años aproximadamente, siempre que se me pide, me presento así: Julio Pérez Pinillos, sacerdote obrero y sacerdote casado, con tres hijas desde hace más de treinta años, que ejerce la tarea de cura tanto en pequeños grupos y comunidades como en la parroquia. Es lo más directo, sucinto y real. Es también un buen título para iniciar un diálogo-debate sobre «Curas casados: ¿desertores o profetas?»; o «Curas Obreros: ¿por qué la jerarquía de la Iglesia católica española apenas los ha aceptado?»; o «El ejercicio del ministerio presbiteral de un cura no célibe: ¿posible? ¿Por qué las comunidades lo aceptan con tanto agrado?».

Sacerdote (1964). Sentido contemplativo

Nací en Espinosa de Cerrato (Palencia), en un ambiente rural, ya que mis padres siempre fueron pequeños agricultores en la comarca eminentemente agrícola del Cerrato. A los once años fui al seminario de Palencia, que, especialmente desde la etapa de filosofía, me ayudó (dentro de un esquema valorativo globalmente tradicional, con excepciones tan brillantes como la de D. Antonio G. Lamadrid) a descubrir la grandeza de la generosidad-sacrificio, el don de la oración personal (más trabajada que la comunitaria), la riqueza del silencio contemplativo inspirado en santa Teresa y San Juan de la Cruz, y, ¡clave¡, una fuerte pasión por Jesús de Nazaret al servicio de los demás.

Ordenado sacerdote en Junio de 1964, estrené mi ministerio en San Martín de los Herreros, Rebanal de las Llantas y Santibáñez de Resoba: tres aldeas encantadoras y pobres tanto en recursos económicos como en potencial humano, con una media de edad cercana a los sesenta años y sin jóvenes porque tuvieron que emigrar a la ciudad. Pero estos pueblos languidecían y emigraban (hoy están prácticamente cerrados) y yo también emigré a Vallecas, Madrid, como paso hacia las misiones en Burundi.

Sacerdote obrero (1966). Con la clase obrera

En Vallecas, entonces periferia pobre del Gran Madrid y cobijo de los emigrados de las regiones más desprotegidas de España, fui interiorizando otra visión de la pastoral que cambiaría la orientación de mi vida: las jornadas de quince horas de trabajo, las viviendas pobres (incluso chabolas), la carencia de servicios mínimos (sobre todo culturales y

asociativos), la angustia de los transportes y el desarraigo que vivían mis feligreses, procedentes en gran parte del mundo agrario como yo, se clavaban en mi alma rural, al tiempo que aprendía que ésas eran algunas de las condiciones de vida de la nueva gente obrera. Perdí generalidad e ingenuidad para ganar en realismo. Me fui convenciendo de la necesidad de cauces sociales con tonos liberadores para hacer una pastoral seria y desalienante. Centré mi trabajo en la catequesis (niños y adultos) y en la liturgia parroquial, al tiempo que iniciaba unos grupos de JOC, que fueron ganando mi dedicación hasta el punto de que a los dos años fui nombrado consiliario de la JOC de la zona de Vallecas; más tarde el cardenal Tarancón aceptó mi responsabilidad para la Federación-JOC de Madrid y zonas limítrofes. Unos cuantos consiliarios de la JOC, junto con otros sacerdotes de la periferia de las grandes ciudades españolas, decidimos entrar en las fábricas como curas obreros.

En mil novecientos setenta y dos tengo la suerte de entrar en una fábrica con tres mil quinientos trabajadores, cuya media de edad oscilaba entre veinte y veinticinco años. Era una transnacional sueca, Ericsson, en la que clandestinamente -estábamos en los últimos años de la dictadura franquista- bullían todas las corrientes sindicales y políticas que aparecerían públicamente después de la muerte de Franco. Participo en la lucha sindical desde CCOO y en el comité de empresa, como vocal, secretario y presidente sucesivamente, compartiendo la monotonía del trabajo en cadena, la oposición de la patronal, las manifestaciones-represión en la calle, la cárcel, etc...

A través de estudios y de reflexiones con otros sacerdotes obreros, fui interiorizando que ser cura obrero era una opción sencilla y exigente de una doble fidelidad: a Jesús y a la clase obrera. Significaba colarse en la piel de aquellos curas franceses que compartieron los campos de concentración de la segunda guerra mundial, siendo testigos del dolor y del holocausto, sin otra palabra que el acompañamiento. Era entrar en los cinturones de miseria de los grandes focos industriales: París, Liverpool, Londres, Villaverde, Getafe..., donde la iglesia, burguesa y señora, se había quedado sin palabra y sin mensaje debido al muro de separación generado entre ella y la clase obrera, tal y como expresó el cardenal de París, Mons. Suhard. Era «bajar a los infiernos» de las fábricas, talleres, canteras, minas, puertos, hospitales. y compartir las

condiciones de salario, trabajo y vida de los trabajadores. En España era contactar con los primeros grupos de sacerdotes que disentían abiertamente de la iglesia ultradefensora de la Guerra Civil.

En mi caso y en el de otros compañeros de Madrid, ser cura obrero era meterse a albañiles o trabajar en la sanidad o en el taxi o en el metal, renunciar a la paga de cura por parte del Estado y de la diócesis, descubrir la carga madurativa del trabajo manual con sus condiciones propias intentando mantener ahí el tipo y la esperanza evangélica, percibir que el Reino de Dios pasa por esas dimensiones históricas, convencerte de que el silencioso «etre avec» de los primeros curas obreros es un talante que sanea a una iglesia-institución cargada de adoctrinamiento; era manifestar con tu estilo de vida que lo fundamental del cura no es la forma exterior en la que desarrolla el ministerio, sino su entusiasmo tanto por el Evangelio de Jesús como por la cultura del hombre de hoy y por el servicio desinteresado a la comunidad de creyentes, testificando que la Iglesia hoy puede hacer mucho bien a la sociedad dependiendo de dónde y cómo se sitúe...

Sacerdote casado (1977). Un paso más

«Me dejé enamorar de Emilia» -hoy mi compañera, esposa y madre de nuestras tres hijas: Ruth, Noemí y Tamar- con quien llevo compartidas muchas horas de lucha reivindicativa y sindical: asambleas, paros, huelgas, coordinación con otras empresas del sector... y muchos ratos de conversación-vivencia sobre el sentido de la vida, el legado de Jesús y sobre nuestra iglesia en clave corresponsable y servidora; hoy está comprometida y alienta el movimiento eclesial renovador «Proconcil». He vivido feliz, con sus tensiones y gozos propios, mis diez años de cura célibe. Y en el año 1975, desde la fábrica, con una vivencia serena y profunda de la cercanía real al pueblo obrero, mi compañera y yo formulamos la siguiente pregunta: ¿No será un paso más de fidelidad que nos casemos, formemos un hogar y, como familia, participemos en todas las mejoras que el barrio, la fábrica, el colegio y la Iglesia nos vayan pidiendo? ¿No daría esto un sentido más vital al «sacerdocio ministerial para la comunidad» dentro del mundo obrero? Tanto la pregunta como la respuesta afirmativa nos acompañan habitualmente. Los militantes cristianos de la fábrica, los compañeros sacerdotes en la pastoral obrera, los antiguos consiliarios de la JOC y los miembros del

equipo sacerdotal de la parroquia nos ayudaron a dar el paso lo más lúcidamente posible, sin renunciar al sentido pastoral-ministerial que siempre había estado presente en nosotros. Nuestro obispo, D. Alberto Iniesta, a cuya acogida humana y cristiana debemos mucho el enfoque militante de nuestro matrimonio y con quien planteamos no sólo el derecho sino la conveniencia y la delicadeza de seguir ejerciendo la pastoral en la forma e intensidad en la que veníamos haciéndolo (pequeñas comunidades cristianas de ambiente obrero sobre todo), nos animó a seguir en la búsqueda y en el servicio de diakonía1 que el Evangelio nos fuera mostrando, confiando en que la luz de las cosas disciplinares y organizativas de la iglesia se irá abriendo camino en la medida en se vaya configurando como Pueblo de Dios con la capacidad de decisión que le confieren tanto el Evangelio como el Concilio Vaticano II. Sí que nos advirtió: el camino será largo; «no os rompáis como pareja, procurad caminar con las comunidades, acompañándolas; y que, cuando nos veamos en adelante, sea sobre todo para hablar de cómo vivimos el Evangelio vosotros y yo...»

Nos casamos el 1977 en una iglesia de la zona, ante doscientas cincuenta personas procedentes de todos los sitios en los que yo había vivido como sacerdote célibe, con el doble objetivo de compartir la alegría de la boda y de comunicarles que aquel cura que habían conocido célibe intentaría seguir ejerciendo el ministerio con idéntica fuerza, sólo que en pareja-hogar, con independencia económica de la diócesis y sin ser clérigo. No hubo sacerdote «testigo oficial» de la iglesia que firmara nuestra boda -a pesar de los veinte curas que estaban en la celebración-ya que no habíamos querido pedir la secularización por entenderla desenfocada, discriminatoria e innecesaria en sí misma, para nosotros y para los ambientes y comunidades eclesiales a los que seguiríamos dirigiéndonos. Nosotros presidimos la boda como ministros celebrantes y nuestros padres fueron los testigos oficiales, ya que habían aceptado bien nuestro paso y nos habían abierto sus brazos para que fuéramos felices, con la certeza de que seguiríamos fieles a nuestras convicciones de luchadores y de creyentes y de cura, en mi caso.

MOCEOP. Movimiento pro celibato opcional

Hasta esa fecha (1977) la mayoría de los sacerdotes que se secularizaban, dejaban la pastoral para dedicarse a otras tareas. Una

triple razón les invitaba a ello: la dificultad de seguir el trabajo anterior urgidos por la necesidad de una nueva actividad profesional y de espacios para la maduración de la pareja; la marginalización pastoral -y humillación, en casos- a la que eran sometidos muchos por los círculos eclesiásticos en los que se habían movido hasta ese momento; finalmente, el descubrimiento experiencial de otras vías de transformación de la sociedad-Reino de Dios y de la iglesia. Alguien tenía que parar esa sangría de pastores solícitos, con pasión por Jesús de Nazaret y con ganas de seguir al servicio de la comunidad eclesial como bautizados y como presbíteros.

Por mi temperamento, creo yo, pertinaz batallador de causas justas aunque parezcan perdidas y, sencillamente, porque éramos pocos, me tocó empujar bastante este carro. Todos teníamos gran ilusión en la causa. Animamos a federarse a los distintos grupos de España; entre todos dimos vida a una pequeña revistilla trimestral «Tiempo de hablar» -como vehículo de contenidos y experiencias pastorales- y precisamos nuestros tres objetivos clave: (a) vivir y anunciar el Evangelio de Jesús; (b) animar-acompañar o hacer surgir pequeñas comunidades cristianas de base en las que estar disponibles para lo que fueran pidiendo desde barrer el local hasta presidir la Eucaristía; y (c) defender los derechos humanos conculcados por la iglesia oficial cuando un cura se casa.

Gracias a la ayuda doctrinal de muchos teólogos célibes -Fernando Urbina, Rufino Velasco, J. María Castillo, J. María González Ruiz, Andrés Tornos, Julio Lois...-, que se nos brindaron, y gracias a la confrontación fraterna de nuestra experiencia, llegamos a formular lúcidamente -así nos lo sigue pereciendo hoy- el siguiente principio teológico de gran carga práctica: tanto fundamento bíblico, teológico, pastoral, sociológico, psicológico y espiritual tiene la opción presbiteral célibe como la no célibe. Nos incumbe como tarea pastoral acumular experiencia que muestre que el presbítero casado es una riqueza para las comunidades, para la teología y para la iglesia en general. Con tal confianza, igual que Moisés «como quien veía al Invisible» (Hebr. Il.l7)- nos dispusimos a caminar pacientemente, convencidos de que «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no dará fruto» (Juan 12, 24), seguros de que la tarea será lenta, pero también de que quien lo intente hará un gran servicio a la iglesia, a los curas y a la sociedad.

Federación Internacional de Sacerdotes Católicos Casados

Moceop, que desde el año 1977 se venía consolidando ideológica y orgánicamente en las distintas autonomías y regiones españolas, celebró su presentación en sociedad ante los medios de comunicación españoles en los días 9 y 10 de Junio de l984, en un importante centro de enseñanza de la iglesia. Desde entonces es una voz conocida y significativamente apreciada tanto en el ámbito civil como en el eclesial. Por su propio dinamismo fue sintiendo la necesidad de unirse a otros movimientos similares extranjeros, cuya existencia conocíamos gracias a pequeñas informaciones de prensa procedentes de Italia, Francia, Holanda y EEUU. En Francia había 8000 curas casados, 17000 en USA, 12000 en Brasil, 7000 en Italia y Alemania, 6000 en España, etc. Un veinte por ciento del clero católico estaba casado o en proceso hacia el matrimonio. Algunas encuestas publicadas en periódicos de gran tirada tanto en Europa como en EEUU arrojaban datos contundentes, que alentaban nuestra actividad internacional: el 80% de los católicos de USA aceptaban que el cura casado pudiera seguir ejerciendo el ministerio; el porcentaje para Europa bajaba al 75% y al 70% para España. Bastantes teólogos y algunos cardenales y obispos de reconocido peso se iban manifestando a favor de un debate abierto y sereno sobre la ley del celibato de los sacerdotes al servicio de la comunidad

Bastó la llamada de un cura casado de Italia -Paolo Camelini- y de su esposa -Carla-previo encuentro en Marsella, para sentirnos convocados varios países europeos. Moceop delegó en mí para iniciar esta larga andadura internacional, que ha ocupado gran parte de mi dedicación-tiempo, y el de mi esposa, durante diecisiete años, hasta el año 2002 en que dimos el salto a la Confederación Intercontinental, tomando la responsabilidad en la Federación Europea Ramón Alario, siempre presente en Moceop desde sus orígenes y experto sintetizador de nuestras búsquedas y propuestas. Para ahondar en lo que fuimos descubriendo en esos diecisiete años de referencia, me remito a lo mucho publicado con gran esmero por «Tiempo de Hablar-Tiempo de Actuar» y por «Ministerium Novum»2. Lo concerniente a este breve testimonio mío quedará apuntado en las dos etapas siguientes.

Alentando un equipo internacional (1983-1993)

Primer Encuentro Internacional -«Sínodo31»- (1983). Por cautela no lo celebramos en ningún local eclesiástico, sino en un hostal de carretera «Villa Rosati», en Chiusi (Florencia)- donde llegue en autostop después de cuatro trasbordos en trenes de bajo coste por obvias razones económicas. Convivimos cuarenta personas de ocho países europeos durante tres días, que nos sirvieron especialmente para el intercambio de los primeros datos y contactos, para el aliento mutuo, para la convivencia fraterna, para la constatación del pluralismo teológico de los asistentes y, sobre todo, para fijar el próximo encuentro.

Segundo Encuentro Internacional -«Sínodo II»- (1985). Lo celebramos en Ariccia, a treinta km de Roma, en la casa de estudios del sindicato comunista de Italia. Éramos ciento cincuenta los participantes, provenientes de Europa, América y Asia, que previamente habíamos trabajado en nuestros países con un programa orientado fundamentalmente hacia la argumentación doctrinal convincente y hacia la proclamación de la riqueza del ministerio presbiteral casado en la iglesia católica. En este sínodo se dijo textualmente: «Es imposible que el sacerdocio y el matrimonio sean incompatibles y debe hacerse posible que sean reunidos en la misma persona... Cada comunidad goza del derecho a tener los ministerios necesarios para ella, para lo cual puede presentar los candidatos idóneos y la autoridad apostólica, instituida por Cristo, tiene el deber de ordenar con la imposición de las manos a los candidatos así reconocidos por la comunidad. Hay razones pastorales que abogan en favor de la abrogación de la ley del celibato: comunidades sin pastor, el celibato como signo elegido libremente, la realización humana del sacerdote, la participación de la mujer en la iglesia, evitar la hipocresía y la doble vida del sacerdote...» El impacto mediático, tanto para Italia como para U SA, Francia, Alemania y Holanda fue muy grande. Televisión Española envió a los reporteros de «Informe Semanal» que compartieron con nosotros dos días íntegros, logrando un buen trabajo para TVE.

«Primer Congreso de la Federación Internacional» (1987). En el verano del año 1987, de nuevo en Ariccia, ya estábamos veinte países de Europa, América, África y Asia. Allí celebramos nuestro Primer Congreso Internacional, en el que proclamamos el_nacimiento formal y el bautismo de la «Federación Internacional de Curas Católicos_Casados»

(FISCC), con el objetivo inicial de recoger, profundizar, poner en común y publicar la gran riqueza de experiencias sobre el ministerio pastoral del cura casado, que ya se estaban viviendo en los distintos países que conformaban la estrenada federación. Se decidió crear el boletín-revista de la federación -«Ministerium Novum»- y celebrar nuestro congreso cada dos o tres años en un país diferente Yo fui elegido para el comité de la federación compuesto de siete miembros.

Segundo Congreso de la Federación Internacional (¡990). Se celebró en Doorn (Holanda), en el verano de 1990 bajo el lema «En un mundo nuevo un ministerio nuevo». Hubo una ponencia de Jean Kerkofs, que aportó muchos datos sobre las consecuencias pastorales negativas del celibato impuesto por ley. Dominó un enfoque orientado a situar el ministerio presbiteral en el conjunto de la ministerialidad de toda la Iglesia, en la que el cura ha de ir perdiendo centralidad en favor de la comunidad y añadiendo que este ministerio podrá ser ejercido, según el Evangelio, por hombres o mujeres, célibes o casados, que celebran en comunidad la fuerza de la vida a la luz del Resucitado.

Presidente de la Federación Internacional.
(1993-2003)

Tercer Congreso Internacional (¡993). Se celebró en Madrid en el verano de 1993 y pudimos hacerlo en un local de la Iglesia católica -la residencia de los Dominicos, en Alcobendas- a pesar de la resistencia manifestada por el entonces nuncio del Vaticano en España, Mons. Tagliaferri. Bajo un sol tórrido, en el verano de 1993 estábamos participando 340 adultos y cuarenta niños-jóvenes, de treinta y tres países -ocho latinoamericanos-, de cuatro continentes (hasta Australia y Japón nos trajeron su fuerza y su estilo de Iglesia). Se insistió mucho en la recogida-análisis de las diferentes vivencias sociales, pastorales y ministeriales de cada país. Los contenidos centrales fueron presentados por sendas magníficas ponencias de Julio Lois («El Ministerio Presbiteral») y de Raimundo Panikkar («Hacia un nuevo Concilio de Jerusalén»). Se aceptó el castellano como tercera lengua oficial de la federación, junto al inglés y al francés, y se me eligió como presidente de la federación, junto a Aitor Orube como secretario, proponiéndose como tarea celebrar la reunión semestral del comité ejecutivo una vez en cada país al objeto de conectar con los grupos/federación y de dialogar

con la conferencia episcopal de ese país, decisión que posibilitó entrevistas de especial relevancia, como las reflejadas a continuación.

-    Con el cardenal B. Hume, de Londres, quién después de dos horas de diálogo a fondo sobre los objetivos pastorales serenos de muchos sacerdotes casados y sobre la situación de rechazo que percibíamos en muchos obispos, exclamó: «Esta situación no debe seguir así. Hablaré con Roma».

-    Con el cardenal emérito Mons. Franz Konig, en Viena, después de una hora de diálogo lento por su muy avanzada edad, animó a la federación: «Conozco lo que hacen, sigan trabajando como lo vienen haciendo... No se desanimen, verán los frutos». También nos escuchó, con menos tiempo y un buen talante correcto, el cardenal titular de Viena, Mons. Christof Schonborn..

-    Ladislau Biernaski, obispo auxiliar del arzobispo de Curitiva (Brasil) -quien intervino en el Encuentro de «Padres Casados» de Brasil-, dirigiéndose a toda la asamblea nos dijo: «Yo he crecido estos días con vosotros, ya no puedo callar esta riqueza que descubrí entre vosotros. Esto lo tengo que decir ante la Conferencia Episcopal de Brasil».

-    Mons Alberto Alblondi, obispo titular de la diócesis de Livorno y segundo secretario de la Conferencia Episcopal italiana, nos recibió junto con su obispo auxiliar y nos dij o de despedida: «Os he recibido con respeto y con amor. Lo que dicen las leyes es una cosa y cómo debe reaccionar el obispo es su decisión. No estamos autorizados a hablar de justicia y amor en la iglesia, sin practicarlas».

-    Mons. Pedro Casaldáliga, Obispo español en Brasil, con quien convivimos en familia durante cinco días, nos entregó este saludo-apoyo entusiasta para nuestro IV Congreso: «Vosotros debéis defender el celibato opcional en la Iglesia católica, como otros estamos defendiendo la justicia con «los sin tierra»; y en una celebración dominical sencilla en su catedral de Sao Felix do Araguaya, en el momento de darnos la paz a mi esposa y a mí, caminantes hacia el congreso de Brasilia, nos dijo: «Debéis defender esta causa justa de la iglesia -la opcionalidad del celibato- porque hará mucho bien. Defendedla con generosidad».

Cuarto Congreso Internacional (¡996). En Brasil tuvimos el primer congreso de la federación fuera de Europa, con una referencia explícita a sus 100000 comunidades de base y a su ingente aporte a la Teología de la Liberación. En Brasilia nos reunimos trescientas cincuenta personas, de veinticinco países y cuatro continentes. Se empezó recordando al cardenal Lorscheider: «Los curas casados son pioneros de un Movimiento que necesita la Iglesia». A dos «expertos» -Leonardo Boff y Margaret Hebblethwoute- se les pidió que hablaran sobre las comunidades de base y sobre la ordenación de la mujer. A mí, como presidente del comité ejecutivo, me tocó la responsabilidad de anunciar el lema para los tres años siguientes («Hacer-Hacer-Hacer»), manifestando así que los derechos se defienden ejerciéndolos lo más posible dentro de las comunidades, sean parroquiales o no, a cuyo servicio hemos de brindarnos tanto en la línea de compromiso socio-transformador como de entrega de la palabra y del sacramento.

Quinto Congreso Internacional (¡999). Tuvo lugar en la «Emory University» de Atlanta (USA), en el verano de l999, con trescientos participantes -de USA principalmente- y algunas delegaciones de veinte países de los cinco continentes. El tema-guía fue: «Los Derechos Humanos y la Reconciliación», orientado desde distintos ángulos, tanto sociales como eclesiales, por Elfriede Hart (coordinadora de «We are Church»4), Philippe de la Chapelle (antiguo secretario de la comisión vaticana de Justicia y Paz), José Beozo (historador de universidad de Sao Paulo), el australiano Paul Collins (autor de libro «Papal Power») y Daniel Magire, reconocido experto en Ética. Por haber sido re-elegido presidente del comité ejecutivo, tuve la responsabilidad de anunciar al final del Congreso: «La Federación Internacional siente la necesidad de trabajar en Red («Net-Work»), con todos los otros movimientos eclesiales que favorezcan otro tipo de comunidades cristianas comprometidas con la realidad social y eclesial; nuestra federación debe dejar de caminar sola, colaborando en cada país con los grupos que refuercen esta orientación. Atrevámonos a soñar, imitando a Luther King en esta su ciudad de Atlanta, en tan maravilloso encuentro multicolor para dentro de tres años... »

Sexto Congreso Internacional» (2002). Tuvo lugar en la Universidad «Carlos III» de Leganés, dentro del «Encuentro dos mil dos» concebido

desde Atlanta al calor de la urgencia del trabajo en Red («Net-Work»). Tal y como se había sugerido en Atlanta, fUe preparado y convocado por grupos de laicos, religiosos/as, sacerdotes y comunidades eclesiales de Europa, América Latina y USA, buscadores de una reflexión e intercambio experiencial sobre la renovación de la iglesia como Pueblo de Dios, toda ella ministerial. Se formó un grupo preparador internacional, que concibió las bases y la logística para el «Encuentro 2002», aunque por las dificultades que fueron surgiendo en el camino no todos desearon ni pudieron participar presencialmente en el evento. Fue la corriente Somos Iglesia, quien, a partir de las bases iniciales, concebidas por los distintos grupos, aseguró el hecho y el desarrollo del encuentro. Bajo el lema «Otra Iglesia es posible» nos juntamos 500 participantes -incluidos tres obispos- y varios delegados de diferentes grupos y comunidades de treinta países de cuatro continentes. Nuestra Federación Internacional, que celebró su Sexta Asamblea General dentro de este «Encuentro 2002», previo análisis de los datos existentes, pasó a constituirse como «Confederación» de las distintas federaciones continentales, cuyo rostro se debía ir perfilando hasta el año 2005, con las aportaciones de los distintos continentes y la ayuda de un comité internacional coordinado por Aitor Orube. Mientras tanto nuestra tarea principal sería el fortalecimiento de cada federación.

Siempre presbítero en distintas comunidades cristianas

Los derechos se reivindican ejerciéndolos lo más posible, sobre todo si la comunidad tiene necesidad evangélica de que se ejerza ese derecho. ¿No decimos en el MOCEOP que nuestro camino ha de ser la práctica pastoral, respetuosa y dialogante tanto con las bases como con las alturas eclesiales, y operante en favor de la comunidad que así te lo pide? Pues ¡manos a la obra¡ Yo tomé esta decisión práctica en 1980. Fruto de esa decisión, de la gracia del Señor, creo yo, y de la ayuda de muchos testigos cotidianos de la fe, han surgido distintas y sucesivas vivencias ministeriales en comunidad, que permiten afirmar fundadamente que eso del cura casado puede ser cosa de Dios y de la comunidad que así lo manifiesta, lo pide y lo ejerce responsablemente, acompañando a la comunidad desde dentro en los pasos que ella vea dar:

a.    Comunidad cristiana de base, formando parte de la comunidad parroquial

La parroquia de referencia se sitúa en el área de Vallecas, en la que decidimos vivir al casarnos. Fruto de un largo contacto con el barrio, con sus problemas y necesidades tanto sociales como evangélicas, fue surgiendo una comunidad cristiana de base vinculada a la Iglesia de Base de Madrid. Esta comunidad ha asumido, de modo especial, la tarea educativa y evangelizadora de los jóvenes y adolescentes del barrio, al tiempo que participa en la catequesis, en la tarea pastoral y litúrgica de la parroquia y en su consejo parroquial. En esta comunidad cristiana de base se me ha llamado a ejercer el ministerio presbiteral con marcado acento sobre la animación y presidencia de la Eucaristía, tarea que he creído evangélico aceptar y que muchos agradecen por su tono contemplativo y de compromiso evangélico.

b.    Comunidad cristiana en el lugar de trabajo, vinculada a comunidades de base

En la empresa transnacional en la que he trabajado veintiún años, con 3000 operarios de todo pelaje e ideología -desde falangistas a socialistas, comunistas y anarquistas- diez trabajadores, creyentes y militantes cristianos provenientes mayoritariamente de la Acción Católica Especializada -Júnior, JOC, HOAC-, se van conociendo a lo largo de tres años no sólo por la participación en las luchas y compromisos de transformación que conlleva la acción militante -huelgas, encierros, paros-sino también por el modo de abordar los aspectos más cotidianos de la vida laboral: compartir, fatigarse, soportar la monotonía, enrollarse... Yo me encuentro entre esas diez personas, conocido como creyente cristiano y también, a los dos o tres años de llegar, como sacerdote obrero. Después de dos años de catecumenado en torno a qué significa lo anteriormente dicho de cara al mensaje de Jesús y cómo lo ilumina el Resucitado, decidimos vernos una vez al mes para enriquecer nuestra fe en Jesús, expresarla en grupo y celebrarla. Estamos convencidos de que Jesús es el motor de nuestro compromiso. La mayor parte de nosotros nos consideramos iglesia (otros están más en proceso de identificación con ella). Creemos en la fuerza pascual de la Cena del Señor y nos reunimos cada mes bajo este signo, sintiéndonos iglesia peregrina. El grupo pide que yo, reconocido y aceptado como sacerdote casado, presida la celebración eucarística. Y así lo hacemos: hay mucho tiempo para el

silencio, partimos de un texto evangélico entregado previamente para la reflexión personal, hablamos de nosotros y de lo que nos rodea en un marco de agradecimiento, perdón y compromiso. Hacemos la memoria de Jesús Muerto y Resucitado y compartimos el pan y el vino y nuestra palabra a la luz de la palabra del Señor.

«¿Qué hacéis en el grupo?, ¿puedo participar yo?» Hay personas que quieren asomarse. Saben que hablamos de lo que vivimos, no sólo de los aspectos de lucha obrera; sospechan que nos preocupa el estilo de vida en general: actitudes y valores a ir introduciendo en nuestra vida. Saben que la fe cristiana es un motor importante para nosotros... (Nos llaman los cristianos). Ellos -comunistas o ateos algunos- dicen: «Nosotros también tenemos fe». «¿Por qué no podemos vernos juntos?» Llevan razón. Tienen mucha fe. Mayor que la nuestra en múltiples epifanías o manifestaciones de Dios, aunque lo expresan de manera diferente y no creen en la iglesia, ni en los signos que para nosotros tienen mucho valor. En esta experiencia y búsqueda hemos caminado durante diez años... hasta que muchos fuimos prejubilados

c. En una parroquia de Vallecas, zona en la que siempre viví hasta la jubilación

En 1993 se multiplicaron las prejubilaciones, que años atrás había decidido el gobierno, aludiendo a un momento de crisis económica. Tras veintiún años en la empresa y a los cincuenta y dos de edad, debo abandonar Ericsson junto a centenares de compañeros y compañeras. Iniciamos otra etapa laboral incierta y por libre. A los dos años encuentro un nuevo trabajo profesional en el sector de la enseñanza, que me ha permitido seguir viviendo en Vallecas, aportando el dinero necesario para el desenvolvimiento de mi hogar y teniendo como sujetos de mi misión a trescientos cincuenta jóvenes-adolescentes vallecanos.

Este cambio de trabajo, además de dejarme algún tiempo para contactos significativos como coordinador de la federación internacional en favor del celibato opcional, me ha permitido comenzar una tarea de cura en una parroquia de la zona en la que siempre viví, y con la misma gente que ha conocido y compartido las decisiones más significativas de mi vida adulta. Empecé con grupos juveniles para centrarme actualmente en una tarea pastoral y ministerial con adultos, que trabajamos por la

trasformación del barrio, al tiempo que procuramos una profundización en la persona-mensaje de Jesús y un mayor gozo encarnado en las celebraciones sacramentales. Esta experiencia es compartida con los dos compañeros sacerdotes de la parroquia. Puedo decir que da gusto actuar, reflexionar y celebrar con este tipo de comunidades parroquiales que, lastimosamente, no abundan.

Ya llevo tres años jubilado del trabajo profesional y remunerado, lo que me está permitiendo dedicar más tiempo al ministerio parroquial, con una atención mayor a los inmigrados -latinoamericanos de modo especial-y a planificar la pastoral tanto con los compañeros sacerdotes como con el consejo pastoral de la parroquia, con otros curas del arciprestazgo y del sector. Enviado por la comunidad, participo en Iglesia de Base de Madrid y soy representante de los curas obreros en Redes Cristianas.

Después de estas experiencias tan sencillas y lógicas, tanto yo como otras muchas personas y colectivos, testigos de aquellas o similares vivencias -en España, Europa y Latinoamérica- seguimos diciendo: ¿No es verdad que, a la hora de ser presbítero, lo de estar casado o soltero importa bastante menos que esa triple pasión por Jesús, por el pueblo y por la comunidad arriba expresada y celebrada?

(Notas)

1    Servicio responsable del Evangelio con palabras y hechos, prestado por los cristianos en respuesta a las necesidades de las personas basado y configurado sobre el modelo del servicio y las enseñanzas de Cristo.

2    Revista de la Pederación Internacional de Curas Casados

3    Reunión para decidir un proyecto común, en el lenguaje eclesiástico: sínodo de obispos, sínodo diocesano, etc.

4    Somos Iglesia. Ver Glosario.

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