ANDRÉS BROTONS Almería

MERECIÓ LA PENA ABRIRSE PASO ENTRE LAS DIFICULTADES

Infancia de posguerra, marcada por el destierro de sus padres -maestros- debido a su pasado republicano. Sus primeros años de ministerio coinciden con la etapa conciliar. Trabaja y vive en un equipo de curas empeñados en la renovación pastoral. Partían de las necesidades en los pueblos, buscándoles solución.

Los ritos y las rutinas le empujaron a pedir la secularización y el encuentro con María Victoria fue el providencial detonante. Hubieran seguido en la tarea pastoral, como pareja, de haber sido posible. Hoy siguen trabajando juntos donde se sienten necesitados y aceptados.

Unos inicios marcados por la posguerra

Mis tiempos de seminario en Almería transcurrieron entre los años 1951 y 1963. Ingresé con catorce años y ya había cursado, por libre, el Io de bachillerato en un instituto de Jaén. Mi madre, que era maestra, pidió traslado a Torredelcampo (Jaén), para que mis hermanos pequeños y yo pudiéramos estudiar. Los diez años anteriores los habíamos pasado en El Pilar de Jaravía y en Pozo de la Higuera, pequeños anejos o aldeas de Pulpí (Almería), por causa del exilio que en nuestra familia provocó la guerra civil española. Mi padre, en la mili, llegó a ser alférez de complemento por ser maestro nacional. Cuando llegó el levantamiento de Franco contra la República, fue movilizado y enviado a Bailén. Después ejerció como profesor en la escuela que el ejército montó en el palacio de Aranjuez. Allí estudiaban los mandos inferiores que querían ascender. Cuando terminó la contienda civil, mi padre, que tenía ya el grado de comandante, fue condenado a «doce años y un día» de prisión por «auxilio a la rebelión». También fue excluido del escalafón de magisterio. A mi madre, por ser su esposa, se la desterró de Almería ciudad, a la última escuela de la provincia, limitando con Murcia.

Destierro familiar al último rincón de la provincia

De ahí en adelante toda la familia sufrimos las consecuencias. Eso nos marcaría para toda la vida. Sobre todo a mis padres, mi abuela y mis dos hermanos mayores. Yo también sería afectado en la formación de mi carácter ya que entonces empezaba a vivir. Nací el año 1937 en Almería-ciudad, antes del «exilio». Mi padre estuvo en la cárcel solamente unos tres años. Primero aquí en Almería, en el Ingenio (antigua fábrica azucarera donde encerraron a los presos políticos que no cabían en las prisiones normales) y en el convento de la Compañía de María, convertido en prisión, y luego en Granada, en el Generalife (Torres Bermejas de la Alhambra), donde tenían a los presos militares de graduación.

Al salir con libertad vigilada, ya en Almería, tuvo que ganarse la vida en diversas actividades. Durante un tiempo dio clases a domicilio, por los cortijos de la zona de Pulpí desplazándose en bicicleta, a grupos de jóvenes que luego pagaban en especie (trigo, aceite, almendras, etc.) Esto venía bien para el sostenimiento de la familia, cuando los alimentos estaban racionados.

En este tiempo nacieron mis hermanos menores, Enrique y Vicente, en el Pozo de la Higuera, término municipal de Pulpí. Yo fui creciendo en esa aldea, hasta 1950. Conservo muchos recuerdos agradables de aquella época. Conviví en un ambiente sencillo de estilo agrícola pobre. De ahí proceden mis conocimientos y mi afición por las plantas y los animales. Criábamos en un corral conejos y gallinas para la casa y tuvimos una cabra y un cerdo.

Cómo surgió mi vocación

Mi vocación surgió viendo en el cine una película que contaba la vida del Padre Damián, apóstol de los leprosos en Molokay. Los padres redentoristas organizaban misiones, de vez en cuando en el pueblo de Torredelcampo. Yo entonces era secretario del grupo de aspirantes de Acción Católica de la parroquia. Los sacerdotes mayores, D. Federico y D. Lucas, se preocupaban de la formación de los niños. Después de las catequesis de primera comunión, algunos pasábamos a formar parte del aspirantado1.

En la escuela de mi madre había dos niñas de mi edad que destacaban por su aprovechamiento escolar. Yo cortejaba a una y la otra me cortejaba a mí. Luego, con el tiempo, supe que la primera se casó y la segunda quedó soltera.

De mis dos hermanos mayores, Antonio se vino a vivir con nosotros a la provincia de Jaén. El, entonces, ya trabajaba como sastre. Pepe, el segundo, se quedó con mi padre, buscando trabajo. Cuando mi madre pidió traslado otra vez a la provincia de Almería, nos fuimos a vivir a Las Herrerías, de Cuevas de Almanzora, donde mi padre encontró trabajo en las minas de plomo y plata, y mi hermano Pepe también.

De acuerdo con el párroco del pueblo, se arreglaron las cosas para que yo ingresara en el seminario de Almería, en lugar de irme con los redentoristas a Granada. Así empezó mi formación para el sacerdocio. Estos años fueron muy provechosos para adquirir la cultura equivalente al bachillerato. Luego, con la Filosofía y la Teología se completó la formación clerical. Doce años de internado, con vacaciones en verano y navidad. La formación escolástica era lo que marcaba los conceptos teológicos.

Las amistades conseguidas en esos años no se pierden fácilmente. Todavía nos reunimos una vez al año los antiguos alumnos del seminario. Muchos de ellos están ocupando cargos públicos o al frente de empresas familiares. Otra parte importante ejercen como profesores de instituto o universidad.

La vida en el seminario era sana. Practicábamos deportes, íbamos de excursión y participábamos en veladas literarias. La música gregoriana2, la popular y la coral, completaban los horarios. La liturgia en latín era lo acostumbrado. Todo esto hizo de mí un muchacho sano, serio, pero poco comunicativo. En vacaciones de verano íbamos, durante un mes, a estar con la familia. Como mi madre cambió de destino varias veces, siempre con la intención de acercarnos a la ciudad de Almería, yo tuve oportunidad de conocer otros pueblos, aunque por poco tiempo, como Garrucha (donde murió mi abuela) y Vera.

Mis primeras experiencias pastorales y vacaciones veraniegas

Cuando estábamos estudiando la Teología salíamos, los jueves, a dar catequesis en alguna parroquia de la ciudad, cercana al seminario. Yo fui responsable, durante un año, de la organización de esas catequesis en el barrio de «Regiones Devastadas», parroquia de S. Isidro. El seminario diocesano se trasladó del edificio antiguo, junto a la catedral y palacio episcopal, a una zona de expansión de la ciudad, entre Los Molinos y Regiones Devastadas. D. Alfonso Ródenas, obispo de la diócesis en ese tiempo, mandó construir un edificio nuevo, que es el seminario actual. Dicen que lo construyó con el dinero que ganaba una flota de camiones que había comprado para trasladar el mármol blanco de Macael a distintos sitios de España. También edificó en Aguadulce, junto a la playa, un seminario de verano. Allí pasábamos los seminaristas un mes disfrutando de baños y cursos diversos de manualidades y actividades culturales. Las veladas nocturnas eran preparadas entre los alumnos de los cursos mayores. Disfrutábamos de lo lindo con representaciones teatrales y de humor. Entonces no había televisión y esto suplía con creces la labor formativa y creadora. Se estrechaban lazos de amistad en ese tiempo de convivencia veraniega. Yo tenía un flagiolet, heredado de mi abuelo, parecido a un pequeño clarinete. Algunas veces interpretaba pequeñas composiciones musicales en esas actuaciones nocturnas. Les causaba mucha gracia a los compañeros el detalle de sacarle al instrumento la

nota sol-bajo, introduciendo el dedo meñique en el orificio final. Luego me decían: «¡Anda, Andrés, métele el dedo para que salga el sol!».

Llegado el tiempo de la ordenación sacerdotal se fUe planteando en serio la cuestión del celibato. No había otra alternativa que entrar por el aro si se quería llegar al sacerdocio. Hasta ahora nada ha cambiado

Entonces no había institutos en los pueblos

De los cincuenta compañeros que habíamos ingresado en 1951, sólo llegamos al sacerdocio ocho y de ellos hoy hay cuatro en activo. Los otros cuatro nos hemos secularizado y casado. El resto se fue retirando poco a poco. En aquellos tiempos los institutos de bachillerato eran escasos y los jóvenes de los pueblos no tenían dónde estudiar si no era en el seminario. Hubo en toda España una avalancha de muchachos que aprovechó la coyuntura para adquirir una formación básica al abrigo de la iglesia y sin grandes desembolsos, porque se acogían a las becas que proporcionaban los fieles. Mis dos hermanos menores, Enrique y Vicente, también ingresaron en el Seminario. Enrique terminó de sacerdote y ahora está secularizado. Se ha jubilado de maestro y profesor psico-pedagogo. Vicente no terminó los estudios y ha trabajado en la Michelín hasta que se ha prejubilado.

Empiezo mi sacerdocio

Me ordené en 1963 y dije la primera misa en la parroquia de S. Roque, barrio de Pescadería, llamado también La Chanca, donde vivía mi familia. Mis padres ejercían de maestros en el colegio del barrio. Mi padre ya había sido rehabilitado a la primera categoría del escalafón de magisterio, después de muchos recursos y peticiones al Ministerio de Educación. Así pudieron volver a tener destino en la ciudad de Almería, de donde habían sido desterrados al final de la guerra civil, en 1939.

El primer destino que tuve fue Roquetas de Mar, como coadjutor o ayudante del párroco. Esta localidad almeriense estaba entonces en pleno desarrollo agrícola. En la zona de Aguadulce descubrieron varios manantiales de agua subterránea, procedente de Sierra Nevada, que hicieron aflorar a la superficie mediante pozos con potentes motores. Se construyó un canal de distribución por la zona para facilitar el regadío. El régimen de Franco construía por entonces los pueblos llamados de

«colonización». Aquí se levantaron seis o siete de ellos y vinieron a habitarlos muchas familias de las Alpujarras y de otros pueblos de Granada y Jaén. Empezó el cultivo de hortalizas en plan masivo. Hoy es la mayor extensión de invernaderos de Europa. Le llaman a esta zona «el mar de plástico» o «la despensa de Europa». También el desarrollo turístico ocupa un lugar notable en la actualidad.

Catcquesis masivas y problemas con la Guardia Civil

La población diseminada perteneciente a la parroquia hacía difícil la escolarización de los niños. El párroco y yo visitamos los cortijos para hacer un censo escolar y organizar el transporte al colegio del pueblo. Hubo años en que la preparación de las primeras comuniones acogía a más de trescientos niños en el templo parroquial. Se impuso en aquel tiempo el uso de las túnicas como traje homologado, para no causar grandes dispendios a las familias trabajadoras y evitar las diferencias de clase y los lujos. Hoy se ha vuelto a los trajes de marineritos y a las aspiraciones o apariencias de novias.

Con los jóvenes traté de formar un club. Aprovechando los arcos exteriores del templo, que se cerraron convenientemente, pudimos habilitar unas habitaciones adecuadas para reuniones. En ellas montamos una biblioteca, que recibía diariamente periódicos provinciales y nacionales. Los libros fueron aumentando con las aportaciones voluntarias de los feligreses. Lo que más trabajo costaba era conseguir la aprobación oficial del Club Juvenil. Una y otra vez nos rechazaban del Gobierno Civil los estatutos que tratábamos de reformar para legalizarlo. En navidades organizamos una rifa con el fin de recaudar fondos para nuevos proyectos. La Guardia Civil nos prohibió continuar vendiendo papeletas porque no procedían de una asociación legalizada. Eso defraudó a muchos jóvenes y para mí fue como un jarro de agua fría. Sólo existía entonces el Frente de Juventudes3 como institución legal para asociarse los jóvenes. Era l966, tiempo de Franco.

Cambio de destino en tiempos de Concilio

Aprovechando la oportunidad de que en la zona de Adra se iba a constituir un grupo de curas jóvenes para atenderla pastoralmente, me ofrecí como posible candidato con otros compañeros amigos. Fui elegido, junto a otros dos, y en 1967 nos trasladamos a Adra. Vivíamos en comunidad los tres y la tarea que se nos presentaba era dura y delicada.

Esta parroquia había pertenecido a la diócesis de Granada y últimamente pasó a la de Almería. En ella había dos sacerdotes mayores y uno de ellos con el título de párroco, ganado por oposiciones; con lo cual no era posible una cercana jubilación. El trabajo pastoral se basaba más en lo económico y ritual que en lo formativo y espiritual. Todavía existían funerales de tres categorías o clases. Ello se notaba en la altura del catafalco, en el número de velas, en los toques de campanas y en el número de sacerdotes asistentes que rezaban en latín. Cada categoría tenía su precio establecido de antemano. Las sillas del templo se alquilaban para las misas de los domingos.

Los tres jóvenes que llegamos nos limitábamos a observar y a realizar pequeñas reformas litúrgicas y de procedimiento pastoral, después de convencer a los mayores de que eso era lo mejor. Organizamos las catequesis y la atención a los suburbios y anejos de la parroquia. Por fin se compraron bancos para el templo y se quitaron las sillas de alquiler. Los bautizos empezaron a ser comunitarios y precedidos de una catequesis a las familias. Se organizaron los cursillos prematrimoniales y se desterraron las diferencias en los funerales. Los estipendios por servicios religiosos se establecieron como aportaciones voluntarias. Hasta ese momento las parejas de novios que vivían juntos antes del matrimonio y se querían casar por la Iglesia, tenían que entrar al templo por la puerta de la sacristía, el día de la boda.

Cuando ya los sacerdotes mayores se retiraron del servicio, nos repartimos las responsabilidades en las parroquias de la zona. La pastoral estaba bastante coordinada. Eran los tiempos del Concilio Vaticano II. Se trabajaba con ilusión y entusiasmo en las tareas de renovación pastoral.

Un obispo con aspiraciones

El obispo de la diócesis, D. Angel Suquia, organizó la visita pastoral y fue pasando por cada parroquia, manteniendo contacto con los distintos grupos de fieles. Al subir a una escuela que estaba en la montaña para hacer confirmaciones, tuvo que pasar por un puente colgante sobre el río Adra y montar después en un mulo para acceder a la escuelita por la única vereda transitable. Uno de los cortijeros que vivía cerca me dijo: «D. Andrés, este obispo se ve que tiene aspiraciones de ascender pronto,

porque nunca en la vida ha venido un obispo hasta aquí». Al poco tiempo lo nombraron para la diócesis de Málaga; luego pasó a Santiago de Compostela y más tarde a la diócesis de Madrid. ¡El cortijero tenía visión de futuro!

Los agricultores se reunieron

Los jóvenes agricultores del pueblo se quejaban del mal funcionamiento de la Hermandad de Labradores4, que no arreglaba los caminos ni las acequias de la vega. Con un grupo de ellos empezamos a reunirnos en la sacristía y fuimos programando la estrategia para participar en las próximas elecciones de los cargos directivos de la Hermandad. Después de varios meses llegó el momento y la junta directiva se renovó. Quise estar presente en el acto de las votaciones y la Guardia Civil me invitó a salir del salón diciéndome que yo no era agricultor. Algunos de los jóvenes con que preparamos la estrategia, fueron elegidos como vocales y se renovó la junta directiva. Las cosas iban cambiando. Todavía conservo inolvidables amistades de aquel grupo.

Me enamoro de una monja

En la parroquia de Adra y cercanías surgían nuevas necesidades pastorales. En la diócesis empezaron a colaborar religiosas de distintas congregaciones que ayudaban a los sacerdotes de los pueblos. Aquí vinieron Dominicas de la Anunciata. Al cabo de unos años de trabajar juntos en catequesis y reuniones con jóvenes y adultos, empecé a intimar con la que hoy es mi mujer, María Victoria. Ella me sorprendía por su gran habilidad para conectar con todos a nivel humano. Se preocupaba profundamente por las personas. Aún lo sigue haciendo, de lo cual doy muchas gracias a Dios. Sus conversaciones siempre iban al fondo. Me notaba en la cara las preocupaciones y al final tenía que contarle lo que me pasaba. Era como mi confesora particular. En algún momento me entraban ganas de dejarla en la carretera porque era muy incisiva y directa.

En una ocasión, yendo en el coche a una de las actividades en los anejos, se me escapó esta expresión: ¡Qué bonito sería envejecer juntos! Esto le llegó al alma. Creo que lo estamos cumpliendo adecuadamente después de 30 años de convivencia.

Como la relación fue convirtiéndose en enamoramiento, consultamos con un psicólogo amigo que nos dijo: «Eso es irreversible; ya no hay vuelta atrás». Decidimos pedir un año sabático, ella, a la superiora de su congregación y yo, a mi obispo. Pusimos tierra por medio. Su familia vivía en Sevilla y yo tenía hermanos en Madrid. Cada uno nos dirigimos a las familias respectivas e iniciamos la prueba de estar separados un tiempo. La correspondencia epistolar y los viajes a Sevilla se hicieron frecuentes entre tanto. Hubiéramos seguido trabajando pastoralmente, como pareja, pero eso no era posible, ni lo es todavía en esta iglesia.

Empiezan las luchas por la supervivencia

Busqué trabajo en Madrid y me preparé para profesor de auto-escuela. En tres meses saqué el título y empecé a trabajar por horas. Al cabo de ocho meses también se vino ella a Madrid, a casa de su hermana. Por las mañanas tratábamos de vender libros visitando casas y apenas sacábamos para el transporte. Por las tardes yo trabajaba en una auto-escuela. La venta de libros la dejamos pronto y ella encontró trabajo en una empresa de diseño en tela y cuero. Empecé a preparar las oposiciones a magisterio, ya que tenía convalidados los estudios del seminario y me había sacado el título de maestro nacional en 1975, estando todavía en Adra.

Por las mañanas asistía a una academia y por las tardes trabajaba en la auto-escuela. Entre tanto ya habíamos decidido pedir la secularización. Coincidió que el papa Juan Pablo I me firmó la dispensa pocos días antes de su inesperada muerte. Por fin pudimos casarnos el 14 de octubre de 1978, en la parroquia de Ntra. Sra. de Moratalaz, donde surgía por entonces el MOCEOP. Mi madre había fallecido dos mese antes.

Por fin encuentra un trabajo estable

Las oposiciones de magisterio se ponían difíciles. Una vez me presenté en Madrid, por la especialidad de sociales y no aprobé. Decidí cambiar a francés, en que había menos aspirantes, y tuve que preparar la asignatura con gran esfuerzo. Como no aprobé tampoco en Almería, decidí ir al Instituto Católico de París, durante el mes de julio durante varios años para perfeccionar el idioma.

Entre tanto nació nuestro hijo Jesús, en septiembre de 1980. Esto fue para nosotros una gran alegría y una nueva responsabilidad. También preparé oposiciones a funcionario de Correos y no las aprobé por los fallos en la mecanografía.

El trabajo en la auto-escuela lo perdí por la crisis del sector a causa de la subida del petróleo. Me quedé sin trabajo. Se nos presentó la oportunidad de trabajar en Costa Rica, ejerciendo de maestro en una prisión estatal que regentaba como director un conocido sacerdote, que se había casado con una antigua compañera de María Victoria. Nos aconsejaron que sería mejor que nuestro hijo se educara en España. La influencia de un amigo sacerdote en activo en Almería, me proporcionó trabajo en una fábrica de conservas en Torres de Cotillas, Murcia. Allí nos trasladamos los tres y vivimos en una casa alquilada algo más de un año. El niño iba creciendo y con un año y medio empezó a asistir a una guardería a unos quinientos metros de casa, cerca del cementerio del pueblo. Ya quería ir solo, al tercer día de conocer el camino. Comenzaba pronto a demostrar su personalidad e independencia. Mi trabajo consistía en controlar las entradas y salidas de mercancías en la fábrica que estaba en quiebra. Yo seguía preparando las oposiciones a magisterio. Como la fábrica cerró definitivamente, tuve más tiempo para estudiar. En 1983 aprobé por fin después de cuatro intentos. Entre tanto unos amigos de Sevilla nos habían ofrecido trabajo en Dos Hermanas. María Victoria estaría al frente de una librería en Sevilla y yo de maestro en la academia que acababan de abrir.

Otra vez a vivir en Almería

Al aprobar las oposiciones en Almería, arreglamos la casa de mis padres y nos quedamos a vivir aquí. Estando con las obras de reparación y arreglo de la casa tuvimos un accidente con el coche y Jesús nos vio llorar. Se abrazó a nosotros y nos dijo: «No lloréis, que estamos vivos los tres y estamos juntos». Eso fue el 11 de noviembre del 83. Me dieron destino provisional como maestro interino en un colegio de El Puche, barrio marginal de la ciudad. En enero de 1984 me destinaron a otro colegio en Viator, como sustituto de una maestra que estaba de baja. Allí estuve hasta terminar el curso. Después he pasado por siete destinos más en colegios de pueblos y de la ciudad, hasta que me jubilé en agosto de 1999. Estando en Laujar de Andarax (Almería), ya con destino definitivo, tuve que presentarme otra vez a oposiciones por la especialidad de Música, con el fin de que nuestro hijo pudiera estudiar el Bachillerato en un Instituto. Al aprobar la oposición pedí traslado de nuevo y nos vinimos a vivir otra vez a la ciudad. Así que Jesús pudo estudiar cerca de casa.

¿Qué pasó con la jubilación?

Gracias a la lucha que mantuvimos desde COSARESE (Colectivo de Sacerdotes y Religiosos/as Secularizados), me pudo quedar una jubilación decente, de la que vivimos hoy.

La práctica docente no era nueva para mí. Mis padres fueron maestros los dos. De sacerdote, impartí clases de religión en el instituto de Adra. El contacto con la juventud siempre ha sido un estímulo. La convivencia con los compañeros de los distintos colegios me ha servido para estar más al día y ser más realista. La vida se ve de otra manera. Los lazos de amistad se estrechan en la colaboración del trabajo diario. Conservo muchos amigos de la enseñanza a los que admiro como buenos profesionales. Nunca he negado ni ocultado mi condición de sacerdote. En la diócesis y provincia soy bastante conocido. Muchos amigos me llaman todavía «el padre Andrés» y hace ya más de treinta años que me secularicé. Mi relación con otros sacerdotes en ejercicio, sigue siendo cordial. Ahora bien, mis opiniones en asuntos religiosos han cambiado mucho. Me considero crítico con la institución clerical y no estaría dispuesto a ejercer de sacerdote como se sigue haciendo. El hecho de ver la iglesia desde fuera de la institución te da una perspectiva muy interesante, mucho más realista. Los que están dentro del engranaje lo tienen más difícil.

Para mí ya el Evangelio es otra cosa. Los ritos y las rutinas me empujaron a pedir la secularización, y el encuentro con María Victoria fue el providencial detonante. Ella me ha enseñado a entender la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret de otra manera. Estuvo cuatro años en América Central y eso le caló profundamente. Por haberme encontrado con ella doy muchas gracias a Dios.

¿Qué hago ahora?

Actualmente colaboro en Almería Acoge5 como voluntario, dando clases de español a extranjeros. También estoy relacionado con la HOAC y formo parte de un equipo como responsable de formación. En casa hemos comenzado a reunirnos un grupo de amigos para reflexionar y orar juntos. Y queremos funcionar como una pequeña comunidad cristiana.

Nos sentimos iglesia viva y estamos contentos de nuestra fe

Nuestra relación con los compañeros secularizados es lo que nos mantiene con criterios renovados. Desde el principio pertenecemos a MOCEOP y asistimos a todas las convocatorias de reuniones, a nivel regional y nacional. El ambiente de amistad que existe entre los compañeros de toda España es maravilloso. La lectura de la revista Tiempo de Hablar-Tiempo de Actuar, publicada por MOCEOP, nos mantiene unidos y en línea con la nueva Iglesia que se está gestando, más cercana al pueblo y más auténtica en el modo de entender el mensaje de Jesús de Nazaret.

El ecumenismo, otra inquietud

También participamos en encuentros ecuménicos donde convivimos con cristianos de otras confesiones. Tenemos entre ellos muy buenos amigos. Participamos de las semanas de teología que organiza el grupo de teólogos de la Asociación Juan XXIII. También asistimos a los encuentros de comunidades de Málaga. Todo ello ha influido bastante en nuestra manera de pensar actual.

Procuramos mantenernos al día con la lectura de varias revistas (Alandar, El Ciervo, Exodo, Mundo Negro, Noticias Obreras, Pastoral Ecuménica, etc.) Ultimamente consultamos bastante Internet para conocer las realidades sociales. Desde siempre hemos sido adictos a toda clase de lecturas y de escritores notables: Eduardo Galeano, José Saramago, Fernando Savater, Fátima Mernisi, J. A. Marina, L. Rojas Marcos, etc.

A través de todo el relato se puede observar que nuestra vida ha transcurrido venciendo dificultades, sobre todo en los cinco primeros años de casados. Lo pasamos mal económicamente hasta que conseguí sacar las oposiciones de magisterio. Pero mereció la pena abrirse paso con cuarenta años de edad. Era como volver a empezar. Se necesita coraje. Nosotros lo tuvimos porque juntos estábamos decididos a comenzar una nueva vida y siempre contamos con el apoyo de muy buenos amigos.

Una triste realidad

Un compañero cura me dijo en una ocasión: «Si yo tuviera algún título civil, haría como tú». Es algo triste oír esto. Quiere decir que algunos no están contentos con lo que hacen, pero se resignan. Es una lástima que no puedan ejercer la libertad que Dios concede a todos, ni realizarse como personas. La estructura eclesial está por mantener la institución antes que tratar de vivir el evangelio. ¿Merece la pena entregar la vida entera para sostener una institución que se mira a sí misma como si fuera el Reino de Dios?

El apostolado de las ideas y las redes de Internet

Otra faceta mía ha sido la de escribir artículos de opinión o cartas al director en el periódico local, La Voz de Almería, y otras revistas sobre temas religiosos y sociales. Ya en 1986 empecé a sacar a la luz el tema del celibato opcional. En total habré escrito casi 200 artículos breves, desde los años 80 hasta hoy. Divulgamos por Internet todo lo que encontramos de acuerdo con nuestras ideas. Seguimos teniendo fe en Jesús de Nazaret, como fortaleza y ejemplo para luchar por un mundo mejor que creemos posible.

(Notas)

1    Es un tiempo de formación destinado a los adolescentes o jóvenes que aspiran a la vida religiosa. Después de un discernimiento inicial positivo, son admitidos para comenzar su formación humana, religiosa y sacerdotal en la congregación u orden religiosa. Aquí, por similitud, periodo de preparación antes de incorporrarse a la A.C.

2    Se cree que los primitivos cantos cristianos nacieron a semejanza de los que cantaban los judíos en sus sinagogas. Como la iglesia se había extendido por el enorme territorio del antiguo Imperio Romano, en cada lugar había ritos y cantos diferentes. El papa Gregorio Magno (s.VI) emprendió una unificación e impuso el rito y el canto romano a toda la cristiandad de occidente.

3    Organización Juvenil de la Palange Española, partido político de la derecha radical, ultranacionalista, de ideología fascista. para la instauración de un Estado totalitario nacional-sindicalista, utilizando, si era preciso, la violencia y la acción directa. Pue fundado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador, general Miguel Primo de Rivera.

4    Las Hermandades Sindicales de Labradores y Ganaderos eran organizaciones sindicales del régimen franquista para la protección y asistencia a los agricultores y los ganaderos mediante un conjunto de organismos de rango local, comarcal, provincial y nacional.

5    Ver Red Acoge en Glosario.

JOSÉ CAMACHO VIÚDEZ

Almería

EVANGELIZAR ES OTRA COSA

Andaluz. Preparado para ser cura-cura... Pero enseguida consciente de que evangelizar era otra cosa que regentar una parroquia o leer el Evangelio a la gente. Cura-obrero como el camino más lógico para sentirse persona normal.

En este camino hacia la normalidad va apareciendo también la conciencia de la propia afectividad. Y llega el enamoramiento y la decisión de dejar el clericalato y formar una familia.

Desde entonces, diversos trabajos civiles, la convicción de ser iglesia de otra forma y la apuesta por continuar viviendo la fe desde una comunidad de tipo doméstico y servidora.

La vocación: cura de los pies a la cabeza

Yo nací en un pueblo (Huércal-Overa, Almería), viví en el mismo, ingresé en un seminario conciliar (el de Almería); quiero decir conciliar según las normas del concilio de Trento (s.XVI); y confieso que como fui un chaval de aquellos que se lo creen todo, sin criterio propio, de buena voluntad, todo me lo tragaba.

De esta manera acabé la Teología y me ordenaron de cura-cura el año de 1960. Totalmente clérigo. De los pies a la cabeza, usque ad talas. Yo salí ondeando manteo, teja en ristre y marca de tonsura1, bien preparado en Liturgia, Derecho Canónico, Teología Dogmática, Moral... Y para hablar en público, con buenas prácticas de oratoria.

La espiritualidad: no entroncaba con la vida ordinaria

La oración, la meditación, la piedad, los sacramentos, la ascética. eran la espina dorsal que había de sostener mi vocación y mi entrega durante los años de vida que el Señor me diera. Ciertamente, convencido de esto, lo llevaba a la práctica -y aún lo llevo- convencido de que mi vida o está bien cimentada en la piedad o no tiene sentido, se convierte en pura hipocresía.

Pero había algo que, apenas salí del seminario, se me vino encima y puso en apuros mi sacerdocio recién inaugurado: yo no sabía cómo entroncar la vida ordinaria de la gente de la calle con mis ideas piadosas. Por aquellos días me llegó una pregunta inquietante a la que no sabía responder: ¿cura para qué? Después tampoco supe.

Primeros contactos con la realidad: evangelizar era otra cosa

Trabajé con ilusión. El primer año, justo un año, de Santiago a Santiago2, fui destinado en la parroquia de San Roque, de Almería, en un barrio de pescadores («La Chanca»). Me echaba al bolsillo el librito de los Cuatro Evangelios de la Editorial BAC, esperando sacarlo en cualquier sitio y en cualquier momento para leérselo a los pescadores. Tuve la impresión de que aquello no funcionaba y empecé a comprender que evangelizar era2otra2cosa cuando compartí la mitad de mi paga con un pescador que tenía trece hijos y no ganaba lo suficiente. Me embarqué, fui una sola vez al sindicato para dar la cara a favor de los pescadores y esto

bastó para que me trasladasen sin más aviso a la otra punta de la diócesis (tierra adentro).

Seis años en unas aldeas perdidas al fondo de la diócesis, practicando de cura rural, atendiendo las catequesis y demás funciones parroquiales. Fui consiliario de la JOC y tuve la gran suerte de acudir a un cursillo para consiliarios sobre psicología de masas donde me desmontaron (o al menos lo intentamos) la función clerical de notable del pueblo. Además, aprendí a escuchar en el diálogo: ¡que no es poco!

Tres años en otra parroquia-municipio, donde compartí casa con un compañero encargado de otra parroquia vecina. El ambiente era bastante piadoso; pero muy conservador. Nada especial que destacar salvo mis contactos con la HOAC.

En el año 70 recibí el nombramiento de consiliario diocesano de la HOAC junto con el traslado a otra parroquia de unos siete mil habitantes, reclamado por un grupo de militantes de estos dos movimientos obreros (JOC y HOAC)3. Además de los respectivos cursillos y contactos con estas organizaciones a escala nacional, realicé otro cursillo de dinámica de grupos, que me impactó de manera especial y en el que logré conocerme más a mí mismo; sobre todo tomé conciencia de mi parte afectiva, reprimida sobremanera durante los años anteriores.

Experiencia de cura obrero: sentirse persona

Durante tres años y medio estuve de cura obrero trabajando en las canteras de mármol: experiencia de la que nunca me arrepentiré; en las canteras comencé a sentirme persona, no un notable.

Los equipos de militantes se mantuvieron, algunos militantes emigraron; todos mis empeños eran por realizar una iglesia diferente, otra iglesia es posible, lo mismo que el slogan de «otro mundo es posible»; en esto puse todos mis esfuerzos pero la nueva iglesia no nacía y yo -que ya estaba solo en la parroquia, es decir, sin otro cura que hasta un par o tres años antes había estado de párroco- me veía obligado a realizar todas las funciones clericales que requiere una parroquia tradicional.

Ruptura con el clericato.
La oportunidad de un año sabático

Al cabo de once años me vino la oportunidad de un año sabático que fue como anillo al dedo para cortar con la acción pastoral o, mejor, con mis relaciones con una parroquia donde se había creado una simbiosis y una aureola -por qué no decirlo- entre la mayoría de la gente y yo; digo la mayoría, pues la clase acomodada, no me aceptaba de muy buena gana. Veía destrozada toda la buena voluntad que yo había puesto en la evangelización al decidir «salirme», como la de otros ocho compañeros que en poco tiempo habían «desertado» en ésta y en otras dos o tres parroquias vecinas. Pensaba en los comentarios que harían de mi persona y de mis actitudes en la parroquia que yo había construido con gran empeño y solicitud. «¡Otro igual que los demás!» Y me dolía.

Me fui a Roma, estudié dos cursos (1981-1983) en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Santo Tomás y me vine con el título de licenciado.

Ni que decir tiene que esto me sirvió para cortar con toda mi situación anterior y que provocó en mi persona un schock bastante traumático, aunque yo, a mis cuarenta y ocho años, ya estaba bien madurito como para arrostrar esa situación de desamparo total.

He dicho más arriba, que el cursillo de dinámica de grupos me sirvió para dar suelta a mi afectividad. Sí, lo confieso. Y como estas líneas y todo el libro en el que participo, quiere dar a conocer las situaciones afectivas por las que hemos venido pasando los curas durante nuestro tiempo de celibato, ahí van cuatro folios mal escritos, no faltos de sinceridad: aunque al escribirlos me ruborice -pues aún queda, y mucho, del marchamo que yo voluntariamente imprimí en mi vida- y me sienta incómodo manifestando mi interior.

Yo acepté el celibato, voluntaria y libremente, sin experiencia, claro, pues la experiencia te la da la vida. Guardar el celibato, es relativamente fácil siempre que sigas las normas que te han dado durante los doce años que estábamos en el seminario: recoger la vista sobre todo al salir de paseo; no debías ir mirando todo y a todas partes y mucho menos

fijar tu vista en las mozas, en los escaparates, en los carteles pomo. Durante las vacaciones no debes tener trato con ninguna niña pues esto te haría perder la vocación y si querías llegar a ser cura, pues ya sabes, recogimiento y a restringir el trato hasta con los amigos del pueblo, pues ellos no tienen la vocación que tú tienes. Vergonzosamente tengo que confesar que, como todo me lo creía, yo no gozo de la amistad de una sola persona en mi pueblo. ¡No tengo amigos...! (Allí, se entiende). Sólo la familia; y como no tenía hermanas, pues de eso me ahorraba.

La oración diaria y la penitencia, el cilicio4 e incluso la disciplina5, ayudarían a conservar la vocación -celibataria- a través de la mortificación de la carne, ascética, pura ascética, voluntariamente impuesta por mí mismo. También los Ejercicios Espirituales de S. Ignacio de Loyola, que realizábamos cada año al menos una vez (ocho días completos y en silencio). Al pasar a estudiar Teología (los últimos cuatro años de la carrera) se hacían durante un largo mes. Pues en los ejercicios, se nos aconsejaba la práctica de la penitencia-mortificación «hasta que no se corrompa el sujeto». Hoy traduciríamos hasta que no se estropee la salud. Dormir en duro (una tabla) si fuera preciso o incluso tomar de vez en cuando una ducha de agua fría. Todas estas cosas, nunca fueron impuestas, que yo sepa, pero sí aconsejadas y yo, como he dicho que me lo creía todo, tomaba todas estas medicinas, con la debida prudencia, para que no se corrompiera el sujeto, y así venía yo conservando mi vocación.

Toda esta ascética, no sólo se conservaba en el seminario sino también después, ejerciendo ya de cura, para eso te aconsejaban que frecuentaras, semanalmente, el sacramento de la penitencia con un mismo confesor que sería tu padre espiritual.

Además de todo eso, la oración diaria, al menos media hora, la lectura del Oficio Divino (bajo pecado mortal si lo dejabas pudiendo rezarlo; se tardaba entre tres cuartos de hora y una hora aproximadamente), la celebración de la Santa Misa aunque no hubiera fieles que la escucharan. Todos estos medios y algunos más que puede que se me pasen, hechos voluntariamente y con la gracia de Dios, que te aseguraban que nunca te faltaría, te daban un blindaje que no lo derribaría el diablo por mucho que se empeñara, máxime si acudías a la Santísima Virgen, a

la que te unía una sincera devoción fomentada durante la estancia en el seminario, desde el primer día que entraste.

Y yo que me lo tomaba todo al pie de la letra, realizando, tomando todas las recetas que te aconsejaban sobre todo el director espiritual y los directores de los ejercicios espirituales, anuales, los retiros y las conferencias que realizábamos de vez en cuando, fui conservando mi vocación a la misma vez que el celibato.

Inconsciencia y traición del subconsciente

Hasta qué punto yo me sentía seguro que un día presidí la celebración del sacramento del matrimonio de unos feligreses míos: ella colaboraba en la parroquia dando catequesis a los niños, él había estado en el extranjero en las emigraciones de los años 60, yo también había estado en Europa visitando a mis feligreses emigrantes y a su regreso, cuando contrajeron matrimonio, aquella noche yo no pude pegar ojo...

Yo, que no había tomado conciencia de mi enamoramiento de aquella muchacha, pues jamás se me ocurrió tratarla con distinción sobre las demás, me vi obligado a preguntarme la causa de mi insomnio. Sentí rabia, sinceramente, pues no había sido consciente. El subconsciente, a base de tanta «píldora espiritual-ascética» me había traicionado. A pesar de todo, ésta no fue la causa que me obligó a salir de cura. Este caso, me abrió los ojos y me sentí persona normal, viviendo anormalmente.

También he de confesar sinceramente que continué con las recetas anteriores, pues yo no había decidido aún salir de cura y si quería seguir, y lo quería, debería continuar como hasta entonces.Yo creo que la causa más importante, la principal que me obligaría a tomar más adelante la decisión, fue la soledad en la que yo, igual que cualquier célibe, me sentía. Sobre todo al faltar mi madre que murió en 1971. Mi padre también murió en el 1966, si mal no recuerdo.

Tomando conciencia de la afectividad

A partir de aquellos cursillos de dinámica de grupos, en los que conscientemente di rienda suelta a mis afectos, como sin querer, me enamoré de una de las asistentes al cursillo y ella de mí; pero había una dificultad grandísima, insalvable para manifestar nuestra situación y mucho más, para tomar la decisión de secularizarme.

Además, había una diferencia de unos veinte años de edad; la prudencia imponía cortar esas relaciones ya que eran inviables.Como en estas circunstancias fui tomando cada vez más conciencia de mi afectividad, de mi soledad y de la gran contradicción en la que estaba situado -la iglesia por la que peleaba no nacía, y la tradicional debía mantenerla honradamente mientras estuviera al cargo de la parroquia- comencé a situarme ante los hechos y a tomar la decisión de salirme.

Cuando el obispo decidió darme un año sabático, vi el cielo abierto y sentí que ésta sería la solución para romper con la parroquia, ya que me costaba mucho trabajo tomar esa decisión. Durante mi estancia en Roma, un buen amigo, me abrió los ojos y me decidí por hacer Filosofía. En ese tiempo contacté por correspondencia con la que había de ser mi esposa, a la que ya había conocido antes de marcharme.

Decisión de casarse: una situación muy dura

Al volver de Roma, muy rápidamente tomamos la decisión de casarnos, pues, después de comunicarlo al obispo y a mi familia, en la que sólo encontré oposición, mi situación era totalmente insostenible.

Sin casa, sin coche, sin paga sin trabajo, sin oficio que practicar... Sin nada de nada, caí con un cólico nefrítico y me tuvieron que atender en la casa de uno de mis hermanos, a quien al restablecerme después de arrojar un cálculo, pedí cien pesetas para comprar un paquete de Fortuna y poder fumar durante unos días.

Esta situación fue muy dura para mí, no sólo económicamente; además del rechazo de mi familia, en ningún momento recibí apoyo económico ni moral de nadie. Como si no hubiese pertenecido a la diócesis, ni el obispo me ofreció ayuda alguna -algo que por otra parte yo esperaba que así fuera- ni compañero alguno me saludó comprendiéndome, ni nadie de la diócesis me dio una palmadita en la espalda reconociendo los servicios prestados durante veintitrés años, como entre compañeros de trabajo se suele hacer. Excomulgado defacto, como quién dice, o incluso como un tiñoso, la mayoría de compañeros evitaban mi presencia. Ante estas situaciones ¿ha fallado mi fe? No, ni mucho menos.

En comunión con la iglesia

Me he seguido sintiendo iglesia gracias a mis contactos y pertenencia a la HOAC. Allí siempre fUimos bien recibidos. En distintas ocasiones me vinieron a buscar desde Granada, ciertamente con el deseo de que mi mujer y yo comenzáramos a reiniciar ese movimiento en Almería y sin que mi situación supusiera ningún obstáculo Nunca me preguntaron si estaba secularizado o no, nunca me pusieron condiciones, siempre fuimos tratados como uno de tantos, como unos militantes más. En comunión total con la HOAC y con la iglesia. No puedo menos que manifestar públicamente nuestro agradecimiento a la HOAC por habernos tratado con dignidad.

También tengo que decir que en los años sucesivos, hemos tenido contactos con otros movimientos como las Comunidades Cristianas de Base o la corriente ideológica Somos Iglesia, o el Foro Diamantino García6 de Andalucía, en los que al igual que en la HOAC, nos hemos sentido a gusto, sin ninguna discriminación.

La secularización nunca fue objeto de preocupaciones

Yo siempre fui contrario a pedir la secularización y no la llegué a pedir, hasta que un día, el obispo saliente, pienso que quería dejar todo atado antes de marchar, me llama y después de un largo diálogo sobre muchas cosas, casi todo de teología y también sobre la iglesia, me indica que pidiera la secularización. Para mí, que la secularización nunca fue objeto de preocupaciones ni motivo de escrúpulos de conciencia, no fue ningún obstáculo insalvable. Accedí y le dije que cuando él quisiera que pidiera mi secularización. Le sentí aliviado y me recomendó que la tramitara a través del vicario. Así lo hice bajo la promesa de que el cuestionario sería sencillo (pues constituye un juicio y por escrito), humano y que no tardaría más de unos quince o veinte días.

Que fue sencillo y nada comprometedor, como en otras ocasiones se había realizado, sí; y me alegré poder decir y expresar mis sentimientos con respecto a la iglesia con toda libertad como lo hice. La tramitación, por lo que sea, no ha tardado unos quince o veinte días. Hasta la fecha, y han pasado ya varios años, no me han avisado para ir a recoger la contestación que dicen suele venir del Vaticano... Y como creo que no me hace falta para nada, más bien me alegro que no se haya tramitado.

Viviendo de un trabajo civil

Nueve meses me tiré buscando trabajo. Hice de agente de seguros. No logré asegurar a nadie. Era imprescindible conocer y estar relacionado, muy relacionado, en el ambiente del pueblo donde habíamos determinado vivir; y yo no conocía a nadie. No conocía nada más que al cura y ciertamente no era de mis mejores amigos.

Al cabo de nueve meses, sólo realicé la sustitución de un maestro y me dieron diez mil pesetas, las primeras en mi vida que cobré por realizar un trabajo civil. Por fin encontré un despacho en una fábrica de prefabricados de hormigón y materiales para la construcción, con una media de ocho o diez trabajadores, que no tenía contabilidad alguna. Quise poner al día la empresa y comencé por hacer un cursillo de contabilidad mecanizada que duró cinco meses con asistencia diaria, hasta los sábados; aprendí a manejar el ordenador y los conceptos básicos contables para iniciar la contabilidad; allí, después de diecisiete años ininterrumpidos de trabajo me jubilé.

Una experiencia de paz y tranquilidad

A excepción de los pocos días en los que tuve que forzar la marcha para superar el bache de mi salida del clericato, tanto con la institución como con mi familia, mi experiencia fue de paz y tranquilidad. En ningún momento sufrí desasosiego por lo que había dejado atrás. El trabajo no fue ninguna carga ni experiencia nueva pues supe lo que es estar asalariado durante mi estancia de cura obrero.

La vida de familia, ciertamente me llenaba. Begoña -que así se llama mi esposa- vino a completar mi persona, como Dios manda. Cientos de proyectos surgieron en aquella casita humilde de unos setenta y cinco metros cuadrados, en la que nos cobijamos desde el comienzo y que con la ayuda de familiares de Begoña y otros amigos, pudimos comprar por dos millones de pesetas.

De inmediato contactamos con MOCEOP. No hubo lugar a ruptura alguna con la HOAC; antes al contrario, logramos reiniciar esta organización en la capital y en algún otro pueblo y, después del traslado del párroco, conectamos plenamente con la parroquia y los grupos parroquiales, tomando parte en ellos sin ninguna dificultad.

A los dos años de casados nació nuestra hija única, que como podéis imaginar nos colmó de felicidad y durante su vida infantil nos fue relacionando con los padres de los niños/as de los demás colegios y del instituto. La niña creció consciente de su situación de ser hija de cura, que no vivió con complejos de ninguna especie hasta tal punto, que un día, en clase de religión, la religiosa que estaba dando la clase (tendría nuestra hija como unos ocho o diez años) se le ocurrió decir que los curas que se salían eran unos desgraciados en su vida posterior; la niña, ni corta ni perezosa, levanta su mano y pidiendo la palabra le hizo una salvedad a la monja: «Madre, yo soy hija de cura y de monja y estoy orgullosa de mis padres y ellos de mí». Suponemos que a la profesora de religión no se le ocurriría en sucesivas ocasiones hacer alusión a estas situaciones, que, por otra parte, son cada día más normales entre las iglesias y entre los seglares, que las ven con ojos más naturales a no ser que se sitúen en la extrema derecha de la iglesia o de la sociedad.

En la iglesia, en una comunidad doméstica

Nosotros no sólo hemos seguido en la HOAC y seguimos; sino que también hemos colaborado y seguimos colaborando con Somos Iglesia, Redes Cristianas, y con Comunidades Cristianas Populares. Nuestro mejor deseo es conseguir una comunidad cristiana doméstica7, a ser posible, dentro de la iglesia local. Esto que a simple vista parece fácil y sencillo, no lo es tanto. Surgió, por fin, un grupo de oración, reflexión cristiana y de compromiso en el ambiente, de cara a los más débiles como son los inmigrantes; salió y componemos una pequeña comunidad con ellos, pero en la parroquia no parece que seamos bien recibidos. Tomamos parte cada dos años en la Semana Teológica de Andalucía. También en el congreso anual de Teología de la asociación Juan XXIII. Además, en la diócesis hemos realizado dos años seguidos unas jornadas de Teología de cuatro días de duración y con la asistencia de unas cuarenta personas cada vez

Siguiendo el espíritu y las recomendaciones de la HOAC pertenecemos al Foro Social que tiene su sede en la capital de la provincia. Tomamos parte en la sección de inmigración. Aportamos y recibimos de este foro todas las inquietudes políticas y participamos en las campañas que se realizan desde esa institución y en las manifestaciones de apoyo o de protesta que también se realizan. Este organismo está compuesto por

personas de distintas procedencias, con ideologías sobre todo de izquierda. Y aún, nos queda tiempo para dar unas clases de lengua española a inmigrantes, dos días a la semana.

Tenemos la gran satisfacción de ver a nuestra hija, hoy, en la universidad, terminada ya su carrera, y realizando el cuarto curso de otra, implicada también en organizaciones de compañeros con gran inquietud social.Ni que decir tiene, que a pesar de las dificultades, nos sentimos iglesia, la queremos y la defendemos, aunque realmente nos duele: nos duelen las posturas, las publicaciones de parte de la jerarquía, que la mayoría de las veces, a pesar de sus conocimientos bíblicos y de la misma Doctrina Social de la Iglesia, no son capaces de ayudar con un dedo a realizar lo que dicen evangelizar. El contra-testimonio de la emisora de la iglesia, la Cope, en la voz de Federico Jiménez Losantos8; la condena del apostolado testimonial que se realiza en la parroquia de San Carlos Borromeo9 de Madrid, que al final pudo solucionarse sin el cierre de dicha parroquia porque se dialogó; la postura de algunos obispos en contra de la asignatura Educación para la Ciudadanía; la presencia de los mismos en manifestaciones de la derecha, significándose en gran manera cuando no han tenido la postura evangélica de manifestarse con motivo de la guerra de Irak, no han sabido decir «No a las guerras», ni en ninguna manifestación en pro de los Derechos Humanos (tampoco los han firmado en el Vaticano).

El no saber (o no querer) facilitar las cosas para renunciar directamente a los privilegios de los Acuerdos con la Santa Sede10, pudiendo dar así un gran testimonio de humildad, sencillez, desprendimiento... antes al contrario, manteniéndolos contra viento y marea, recibiendo sin rubor alguno el óbolo y la parte correspondiente al impuesto que voluntariamente hacemos los cristianos con nuestra señal de la santa cruz en los papeles de Hacienda. Revisemos nuestras conductas. Juan Pablo II nos dijo que la motivación que tenían algunas personas para ser ateos, era el mal ejemplo de algunos cristianos.

Pasando hoy por internet, me encuentro con el resumen de una encuesta que comenta Pagola11 de esta manera: «Los sondeos indican que la palabra de la Iglesia está perdiendo autoridad y credibilidad. No basta hablar de manera autoritaria para anunciar la Buena Noticia de Dios.

No es suficiente transmitir correctamente la tradición para abrir los corazones a la alegría de la fe. Lo que necesitamos urgentemente es un enseñar nuevo. No somos escribas12, sino discípulos de Jesús. Hemos de enseñar curando la vida, no adoctrinando las mentes. Hemos de anunciar su Espíritu, no nuestras teologías».

(Notas)

1    Manteo era la capa negra con cuello que vestían los curas sobre la sotana, hasta el Vaticano II en 1963, y que en otro tiempo usaban los estudiantes. Teja era un sombrero semicircular con ala ancha y redondeada usado por el clero católico. Tonsura: ceremonia de la Iglesia católica, en la que se concedía a un hombre el grado preparatorio para el sacerdocio mediante un corte de pelo en forma de círculo rasurado en la coronilla. A las mujeres que deseaban ser religiosas se les cortaba la melena en la ceremonia equivalente.

2    El día de Santiago es el 25 de Julio.

3    Ver en Glosario Acción Católica

4    Un cilicio es un instrumento de mortificación corporal. Es una cadena de pequeñas puas, que se aplica en la pierna, a la altura del muslo. Pincha y no deja cicatrices. Es molesto, pero se puede hacer vida normal. Los numerarios y agregados del Opus Dei lo usan dos horas cada día, salvo fiestas.

5    Látigo para autoflagerlarse como penitencia, como mortificación. Lo usan también en algunas procesiones de Semana Santa los penitentes.

6    Poro de debate de cristianos sobre temas actuales. Diamantino García fue cura obrero campesino, de Los Corrales (Sevilla). Le llamaban «el cura de los pobres». Cofundador del Sindicato de Obreros del Campo, en 1976, y de la Asociación pro Derechos Humanos de Andalucía, en 1991. Poco antes de morir en 1995, desestimó la propuesta de ser Defensor del Pueblo Andaluz.

7    Pequeños grupos de cristianos que se reúnen en las casas, comparten la fe, sus inquietudes y aspiraciones y celebran la eucaristía.

8    Periodista polémico, que estos últimos años fue director y presentador muy discutido de programas informativos y de debate en la COPE, hasta que fue cesado en 2009. Cuenta con varias sentencias judiciales, unas en su contra y otras a su favor, a raíz de diferentes demandas interpuestas por políticos, organizaciones y periodistas de todas tendencias, objeto de sus críticas.

W Parroquia de Vallecas, que se hizo célebre en 2007 a causa de las protestas generadas cuando estuvo a punto de ser clausurada por el Cardenal Rouco, de Madrid. Las razón aducida para esta clausura era la utilización del templo para la pastoral social con emigrantes, drogadictos, sin techo, etc. pinalmente cesó como parroquia, pero continúa como iglesia.

10 Acuerdos que actualizan el Concordato entre el Estado Español y el Estado del Vaticano (1953), firmados en 1979.

"José Antonio Pagola (1937). Sacerdote licenciado en Teología y experto en la Biblia. Pue rector del Seminario y Vicario General de la diócesis de San Sebastián. Su libro Jesús. Aproximación histórica (PPC, Madrid, 2007), escrito en un lenguaje muy asequible, ha levantado opiniones contrapuestas y ha estado a punto de ser condenado por el episcopado.

12 Para los hebreos eran los copistas de las Sagradas Escrituras y, posteriormente, incluso doctores e intérpretes de la ley, que con frecuencia estaban enfrentados a Jesús en los Evangelios por su interpretación literal de la Ley judía.